Opinión

Los estertores del sanchismo

Desarbolado por la inflación, sin ideas ni proyecto, el presidente del Gobierno recurre a la vieja palinodia de la izquierda: impuestazo y ataque a los poderosos. El sanchismo se extingue

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

Cuando Sánchez no sabe qué hacer, reacciona siempre igual: sube impuestos y se sacude las culpas. "A mí que me registren". Luego, ataca ferozmente a la derecha y se conmisera de los desprotegidos, pobrecitos descamisados a los que sólo el ampara. Un mix entre Yolanda Díaz y Cristina Kirchner. El populismo y el peronismo, valga la redundancia. El discurso del primer (y último) debate del Estado de la Nación de Pedro Sánchez fue un apuesta hacia la izquierda carente de proyecto y soluciones. Adornado de una trasnochada prepotencia izquierdista y atiborrado de una palabrería de altisonante oquedad, evidenció que tan sólo dispone de dos herramientas para afrontar este endiablado momento: arremeter contra la oposición y tirar de gasto. Más impuestos, más subvenciones, más madera que es la guerra. Se da por derrotado frente a la inflación y tira por lo fácil, por el chaperón para salir del paso y para hundir una economía.

El frondoso cargamento de rutilantes medidas que venía anunciando la oficina del crepuscular Bolaños, se convirtió en una especie de enmienda a su propio paquete anticrisis que el Parlamento deberá aprobar este mismo jueves. ¿Por qué no se incluyeron estas iniciativas en el paquete anunciado hace quince días? Nadie pida coherencia al maestro del cortoplacismo, al gran improvisador. Hachazo a las eléctricas y a los bancos, alguna bequita para molestar a Ayuso y un bono para el ferrocarril.

El fascismo, el golpismo, la crisis de 2008, la corrupción...desplegó ante el respetable todos los viejos trucos de un buhonero trasnochado, una mercancía apolillada, carente de interés

Dado que la inflación es asunto que, en fin, no se podía saber y lo estamos haciendo mejor que nadie, optó el presidente por cargar su discurso con esa terminología de entrenador de Segunda B, esa murga de baratija que se pretende épica y deriva en ridículo. "Me voy a dejar la piel", "vamos a por todas", "haremos todo y más", e incluso se rescató el 'saldremos más fuertes" de infausto recuerdo. No fue un discurso a una nación acongojada por la penuria, angustiada por los precios, encogida ante lo que viene, sino un grosero mitin de bienvenida a Núñez Feijóo, a quien tachó de 'curandero' nada más sentarse en su escaño y una apoteósica encomienda a los desheredados de la tierra con la mirada puesta en sus socios morados.

El culpable de la pandemia fue un virus y el de la inflación, Putin. Tal cual. Y en ambos casos, el Gobierno reaccionó -está reaccionando- en forma eficaz y ejemplar. Mejor que nadie. La tercera pata de su desacertada homilía descansó en un ensañamiento titubeante e ineficaz hacia la oposición. La dictadura fascista, el golpismo, la ineptitud en la crisis del 2008, la corrupción...el presidente desplegó esa apolillada mercadería de buhonero trasnochado que ya no funciona ni en La tuerca , si tal emisión aún existe.

Quienes no comulgan con la radiografía social del presidente, o sea, Feijóo, son "los traficantes del miedo, profetas del desastre". Una jaculatoria extemporánea, mitinera, faltona, de vuelo muy bajo.

Quienes vaticinaban un giro al centro, que los había incluso entre los suyos, se equivocaban. Saltó a la palestra disfrazado de Robin Hood de Tetuán, y dirigió larguísimas parrafadas hacia la zona de Yolanda Díaz, que seguía la sesión con ostentosa displicencia. La derecha siempre es "fuerte con los débiles y débil con los fuertes". "Gobernamos para la mayoría social de España, la clase media trabajadora" (¿hay otra?), "aunque incomodemos a los más poderosos, a los privilegiados de siempre, los grupos dominantes". Quizás se refería a los 'poderes oscuros', esos que fuman puros mientras intentan derribar al Ejecutivo. Quienes no comulgan con la radiografía social del presidente, o sea, Feijóo, son "los traficantes del miedo, profetas del desastre". Una jaculatoria extemporánea, mitinera, ramplona, de vuelo muy bajo para justificar el gran hachazo a las empresas que, en su daguerrotipo simplón, son 'los malos' de esta historia. Demagogia de arrabal.

El enorme problema de Sánchez es que carece de credibilidad. Apenas despierta entusiasmo más allá de su esposa y de Tezanos. Por eso orienta ahora sus pasos, con decisión, hacia el sector más radical del tablero. El centroizquierda lo tiene perdido. Prefiere comerle el espacio al declinante Podemos o ayudar a que Yolanda se desintegre ella solita, una cosa chulísima, chica. En cualquier caso, se trata de un manotazo desesperado para mantenerse a flote mientras España se hunde.

"Vamos a por todas", fue la frase más repetida en su jaculatoria. Aviso a navegantes, empresarios, banqueros, periodistas, comisionistas... esas 'fuerzas ocultas' de las que hace tiempo habla. Quedan advertidos. Una alimaña malherida es una fiera peligrosa. Entró ya en la fase de la rabia. Tendrá un final colérico. Se llevará a unos cuantos por delante. Pero, eso sí, el sanchismo, como sentenció Cuca Gamarra, "no da más de sí". Amén.

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