Opinión

Leonor, nacer cuando se debe

La princesa Leonor y el rey Felipe, durante la entrega de los Princesa de Asturias
La princesa Leonor y el rey Felipe, durante la entrega de los Princesa de Asturias EFE

Una de las pocas cosas en las que no tenemos capacidad de decisión es en la fecha de nuestro nacimiento. Venimos al mundo cuando nos toca y tenemos que bregar todos con las cartas que la vida nos reparte en una partida que se nos pone muy cuesta arriba de antemano. La princesa Leonor, a la que hasta hace muy poco nos referíamos como la niña mayor de los Reyes, no escogió nacer el 31 de octubre de 2005, pero puede que con ello haya prestado su primer servicio decisivo a España. Cómo si no hubiéramos podido celebrar su mayoría de edad precisamente en los mismos días en que Pedro Sánchez, el perdedor de las elecciones, cede de manera abierta ante el prófugo Puigdemont y reconoce ante todos, y sin que le tiemble la voz por la vergüenza y el deshonor, su capitulación ante los golpistas y su voluntad de concederles la amnistía a cambio del puñado de votos que le hacen falta para seguir en el poder.
El contraste no puede ser mayor: la princesa de Asturias jurará la Constitución en las Cortes en presencia de parte de quienes están dispuestos a dinamitarla y sin que la ausencia de los que pretenden ofenderla con ella consiga su objetivo. El solemne acto, que habría carecido de su potente efecto comparativo de haberse celebrado dentro de unos meses, se producirá hoy, y Leonor representará en su juramento a todos los ciudadanos españoles que asisten impotentes a la voladura de la democracia que con tanto esfuerzo construyó para nosotros la generación del 78 y que se niega ahora a darse por vencida.

En ella vemos el gran futuro que podría tener nuestro país si le diéramos la oportunidad de seguir existiendo y no estuviéramos asistiendo a su desmembración  ante la pasividad general


Leonor, la hija del rey Felipe VI, quien con su discurso del 3 de octubre de 2017 sacó de la desesperanza a todos los demócratas catalanes, llega a los dieciocho años como una esplendorosa página en blanco. Protegida durante su infancia, la vemos ahora de repente con su uniforme de cadete de la Academia de Zaragoza mientras nos preguntamos a dónde ha ido a parar el tiempo que ha parecido volar.  Con su belleza limpia a la que le sienta mejor la sencillez indumentaria que el exceso de abalorios, de Leonor nos gusta sobre todo la forma en que mira a su padre. La primera preocupación de la princesa, incluso antes que cumplir con sus deberes de heredera al trono de España, parece consistir en  no defraudarlo. Y en el gesto orgulloso de quien la conoce mejor que nadie vemos que no podemos pedirle mejor garantía.  En ella vemos el gran futuro que podría tener nuestro país si le diéramos la oportunidad de seguir existiendo y no estuviéramos asistiendo a su desmembración  ante la pasividad general. La princesa tiene carisma y esa luz que no puede comprarse y con la que se nace o de la que se carece para siempre.

Como ocurrió con su padre, hemos vuelto a tener suerte. Intuimos al verla que  no escatimará esfuerzos y lo hará bien, y que los años solo podrán mejorar lo ya muy bueno. Lo malo es que el tiempo corre en su contra y en la nuestra porque, después de la amnistía se celebrará el referéndum y llegará un momento en que el desastre ya no tenga vuelta atrás.  "El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, le decía Rick a Ilsa en el París ocupado de Casablanca.

Melancolía y orgullo

Algo así nos sucede ahora con Leonor, a monárquicos antiguos y a  partidarios sobrevenidos: España se derrumba y nosotros nos enamoramos de la posibilidad futura de una reina que tiene toda la pinta de ser una buena niña orgullo de sus padres, de la tranquilidad que supone la continuidad dinástica en un país cainita que siempre acaba dividiéndose en dos bandos y de la normalidad de saber que nuestro país seguirá existiendo en el futuro. En las circunstancias actuales, que no pueden ser más preocupantes, no podemos evitar asistir a la ceremonia con una mezcla de melancolía, orgullo y preocupación. La criatura que jura hoy la Constitución no lo va tener fácil, pero su aparente debilidad es el símbolo de lo mejor de nuestra democracia. En el peor momento, una esperanza. Cosas de nacer justo en el momento preciso