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Opinión

Lenguas autonómicas: trampas y trampillas

No existe en España más monolingüismo que el de castellano, lengua que todos los españoles, incluso los que prefieren no incluirse en el gentilicio, tenemos por propia

La Justicia catalana da un mes al director de un colegio para entregar material en español
Varias personas durante una manifestación contra el establecimiento de un 25% de castellano en las escuelas catalanas. Europa Press

Después de décadas de esfuerzos, presiones, condiciones y sinsentidos, deberían las políticas lingüísticas de inmersión dar resultados, pero no queda claro ni en la apreciación subjetiva de los gobiernos ni en los estudios sociolingüísticos. A falta de exploraciones independientes o agencias especializadas que ofrezcan resultados para el contraste, solo podemos elucubrar con los datos autonómicos oficiales y con lo que percibimos.

Y lo que percibimos es que la lengua que más se oye en Barcelona y San Sebastián es, con diferencia, el español. Otra cosa es la que más se lee en la calle: en Donostia, bilingüe, en los països catalans, ¡válgame Dios!, el español enmudece. En los domicilios catalanes o vascos no cabe duda, los libros en castellano predominan.

Pero apliquemos la PCR del sociolingüista para comprobar la infección, pues es sabido que la solidez y estabilidad de una lengua, además de otros componentes, se concentra en dos indicadores que informan con discreción de su estado: el monolingüismo de sus hablantes y la transmisión generacional.

En cuanto al primero, la existencia de hablantes monolingües, la respuesta está clara, aunque la encuesta no proponga la pregunta. No existe en España más monolingüismo que el de castellano, lengua que todos los españoles, incluso los que prefieren no incluirse en el gentilicio, tenemos por propia.

Visto así, cabe pensar, y lo pienso, que si no lo hacen es porque presumen que vasco y catalán pierden hablantes en la transmisión generacional.

En cuanto a la transmisión generacional, es decir, la decisión de los padres de transmitir a sus hijos una u otra lengua, en ningún estudio sociolingüístico queda claro lo que está pasando. Echo de menos una pregunta lúcida al encuestado: ¿En qué lengua le habla usted a sus hijos menores de siete años? Una respuesta sin vacilaciones debería dar resultados inequívocos, pero no hay manera. No se pregunta. Se acercan a la cuestión, eso sí, con maneras aviesas, torcidas y retorcidas, para que ofrezcan un resultado que no se pueda interpretar. Visto así, cabe pensar, y lo pienso, que si no lo hacen es porque presumen que vasco y catalán pierden hablantes en la transmisión generacional.

Otra manera de comprobarlo, diría cualquier mente lógica, es el censo global de hablantes. Tendría que ser fácil, pero no lo es. He oído decir, pero no puedo asegurarlo, que los encuestadores preguntan al encuestado: ¿Vostè parla català? Y si contesta: zi zeñó lo añaden a la lista bilingüe. Explicaré, para escépticos, que ese zi zeñó no es la expresión de un charnego andaluz, sino la de un inmigrante gaditano que aún no se ha integrado, ni siquiera en castellano, al español de Cataluña.

Según la VI Encuesta Sociolingüística del Gobierno Vasco (2016) el 28,4 % de la población es “capaz de hablar euskera”. En comparación con la primera (1991), el vasco ha ganado 223 000 hablantes. Los resultados aparecen en un documento de 267 páginas. Ninguna de ellas explica el significado de “capaz de hablar euskera”. Para informar sobre nuevos vascófonos, el encuestado debe indicar algo tan difícil de evaluar como: ¿Usa el vasco tanto o más que el castellano?, que es como preguntar: ¿Quieres más a tu mamá o a tu papá? Ambas lenguas son propias para un vascófono, ambas funcionan como si fueran una porque son indisolubles.

Para embadurnar el resultado, las estadísticas mezclan a los hablantes que heredan en familia el vasco con quienes lo aprenden en la ikastola

Necesitamos llegar a la página 104 para que el documento se interese por el asunto que más garantiza la estabilidad de las lenguas, la transmisión familiar. Sorprende que no exista la pregunta que informa sobre el porcentaje de familias que enseñan vasco a sus hijos y las que no. Otros gráficos parecidos se sobreponen con extraños condicionantes sin despejar el principal. Para embadurnar el resultado, las estadísticas mezclan a los hablantes que heredan en familia el vasco con quienes lo aprenden en la ikastola.

Como ni el catalán ni el vasco atraen estudiantes que demanden su aprendizaje, solo podemos contar como vascófonos o catalanófonos a quienes lo heredan en familia. Pues bien, los niveles de uso son tan variados que dificultan la evaluación. Se comprende así que las cifras se tiñan del color que defiende tal o cual propósito. Desvelan, en lectura crítica, que se ofrece la estimación más favorable a los intereses de la institución que las difunde.

Es una pena. Ha dejado de interesar la libertad para la elección de lengua, algo que, por lo que hasta ahora sabemos, nadie antes había utilizado como arma política.

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