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Opinión

La libertad de los madrileños

Para ser progresista, una sociedad debe votar a políticos que respeten la libertad individual, que fomenten la capacidad para crear, inspirar, producir, emprender

España
Terrazas de bares en la Plaza Mayor de Madrid (España), a 5 de febrero de 2021. Europa Press

Madrid ha elegido asociar su imagen al valor de la libertad y el progreso. El liberalismo encaja en una sociedad moderna con un capital humano elevado mejor que el viejo modelo socialista que apuesta por un Estado elefantístico y por proletarios debidamente liderados por el partido. Ya decía María Zambrano que siempre que el individuo es aplastado se recaerá en un tipo de comunidad inferior, ya superada entre nosotros: eso sería un verdadero regreso histórico. El liberal no tiene una ideología entendida como religión secular, al modo del socialismo o el nacionalismo. El liberalismo tampoco predica adaptar al individuo a un proyecto político, sino al revés: que las instituciones y las políticas públicas trabajen para satisfacer las necesidades individuales.

Estas elecciones hemos podido comprobar la capacidad de persuasión de algunos de los valores e ideas que predicaban los viejos liberales. Nada de mangonear ni concienciar a los ciudadanos. Se ha premiado la persuasión retórica y las palabras amables con los votantes. Una ciudad inclusiva y acogedora. Sin impuestos innecesarios. Un estilo de vida que mezcla la cultura del esfuerzo y el ocio, porque los ciudadanos también tienen una vida.

Se nos dice ahora desde la atalaya moral del socialismo que el carácter madrileño está regido por las costumbres del primitivismo prehistórico, que somos unos “libertarios”

La ética colectivista del altruismo, que en realidad es estatismo, y la excesiva ideologización de la izquierda no ha conseguido conectar con un ciudadano realista y práctico. El santuario de nuestra vida privada no está tan ideologizado como algunos creían. Se nos dice ahora desde la atalaya moral del socialismo que el carácter madrileño está regido por las costumbres del primitivismo prehistórico, que somos unos “libertarios”. Nada más lejos de la realidad. En Madrid, el modelo de gestión de la crisis ha apelado a la libertad individual bajo la premisa de que los ciudadanos son responsables y saben hacer buen uso de ella. Como decía una economista liberal a la que tuve la suerte de entrevistar, Deirdre McCloskey, “el liberalismo es adultismo”.

La izquierda se ha hecho un lío

Hay que analizar dónde falla el relato de la izquierda, un discurso enlatado y desconectado de la ciudadanía. Tenemos que evitar dispararnos en el pie. Algunos políticos están desconectados de la realidad porque están excesivamente ideologizados, se dedican a concienciar a los votantes y a crear etiquetas para categorizarles en base al franquismo y otros fantasmas del pasado. Solo les pediría a nuestros queridos y amables políticos socialistas que se aclaren. Se han liado en algún punto entre el libertarismo virtuoso y el franquismo pero no podemos ser discípulos de Hayek y fascistas al mismo tiempo.

En lo referente a Hayek, no han entendido que el madrileño no quiere vivir bajo la cultura de la subvención, esto es clave en una metrópolis constantemente revitalizada por las fuerzas de progreso a las que está abierta. El madrileño ha votado ante todo para corregir el entrometido y coercitivo mangoneo del Estado en los bolsillos y las conciencias de los ciudadanos. Necesitamos rechazar el irreflexivo elefantiásico del gobierno masivo, un gobierno que nos invita a ser ciudadanos pasivos, con ganaderos gubernamentales que gruñen porque nunca habrá demasiados impuestos para mantener 22 ministerios. La dinámica de una economía verdaderamente progresista es despierta, flexible, innovadora, creativa, competitiva. El progresismo es algo que aspira a crear una sociedad mejor y más equitativa de una forma inteligente: empodera a los individuos, no a un estado elefantiásico.

Una sociedad ideologizada y excesivamente intervenida, politizada, que busca la autoexpresión constante de su mimetismo con un gobierno o partido político es lo contrario a una sociedad progresista. Para ser progresista, una sociedad debe propiciar el libre pensamiento y votar políticos que respeten la libertad individual, que fomenten la capacidad de las personas para crear, inspirar, producir, emprender… Estos son los ladrillos que permiten el verdadero progreso.

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