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Opinión

Pujol cumple noventa años

El expresident de la Generalitat, Jordi Pujol.

No lo digo yo, lo dicen los admiradores de Pujol en una web creada ad hoc para homenajear al expresident. De la felicitación de su hijo Oriol o de uno de sus nietos, lógicas, a las que van desde actuales cargos de Junts per Catalunya a militantes de base, pasando por excargos de cuando Pujol decidía en su despacho de Palau quién era bueno y quién no, todos coinciden en la magnífica obra de gobierno que nos legó y en su incombustible amor por Cataluña.

Figuran el exconseller Santi Vila, que dice sentir por él gratitud y afecto; Jordi Martí Galbis, por obra y gracia del pacto con el PSC en la Diputación de Barcelona diputado delegado de presidencia, servicios generales y relaciones con Barcelona, le desea salud y fuerza; tampoco faltan familiares de antiguos amigos y colaboradores que han delegado en ellos su felicitación al patriarca, como Oriol, hermano del ex conseller de interior Felip Puig, o Marc Prenafeta, hijo de Lluís Prenafeta, mano derecha del homenajeado. Firman también, qué cosas, Esteve Escuer, implicado en el Caso Palau, o Ignasi Genovès, director general, ¡ay!, de medios de comunicación de la Generalitat e investigado por presuntos delitos de prevaricación, malversación y desobediencia por el asunto del 1-O.

Se entremezclan apellidos de las sagas que hicieron de la Convergencia, ahora condenada por el tres por ciento, una máquina consagrada al poder caudillista y al cobro de comisiones, con gente de a pie que lucen orgullosos la foto que se hicieron en su día con Pujol. Porque Pujol era como Dios, estaba en todas partes. Su portentosa memoria, unida a un finísimo olfato, le hacía recordar cada cara, cada apellido, y la gente se iba a casa en una nube. “¡El president se acordaba de mí y se sabía de memoria el nombre de todos mis hijos!”.

Este hombre que lo fue todo en Cataluña despierta pasiones entre los que ahora llevan lazos amarillos y aúllan congestionados a la que se les presenta la ocasión. Su persona, digna de una tragedia griega, permanece intacta entre su gente. Hizo cosas feas, te dicen, pero ¿acaso no roban los otros?, argumentan con cara de virtuoso senador romano dando por bueno aquello de volem lladres catalans. Si nos han de quitar algo, mejor que sea uno de los nuestros. Pilar Rahola lo dijo este sábado por la noche en ese pasquín separatista que pagamos todos en TV3 llamado Preguntes Freqüents: “La figura política de Jordi Pujol es más importante que su escándalo. Incluso más que sus propias miserias. Su legado, su obra, que yo valoro muy positivamente, ahora no la tenemos en cuenta y la menospreciamos porque estamos muy enfadados. Sin poder separar su caso con la famosa herencia, dejando a un lado el tres por ciento que es otro tema, Jordi Pujol es un personaje político de primera categoría”.

Sin las tres décadas de pujolismo y el absentismo del PSC no se habría llegado a esta sociedad enferma, corrompida, hipócrita y de tinte fascista

Resumiendo, lo hizo de fábula, la corrupción no iba con él y como estamos “enfadados”, le negamos el pan y la sal pero llegará el día en que volvamos a postrarnos ante su figura. Eso piensan miles de catalanes, incluso muchos que no son de Convergencia. Genovés, antes citado, lo deja meridianamente claro cuando asegura: “Sin la obra de Pujol no se entendería la Cataluña de hoy”. Cierto. Sin las tres décadas de pujolismo y el absentismo del PSC no se habría llegado a esta sociedad enferma, corrompida, hipócrita y de tinte fascista.

Es la ventaja de quien conoce el auditorio al que se dirige, el catalanismo, esa gente acomplejada con ínfulas de grandeza, mezquina y con mentalidad de tendero que te estafa cuando pesa las patatas porque tiene trucada la báscula. Sus hereus son, hay que reconocerlo, infinitamente más tontos que él. Monarca absolutista sin heredero, el viejo déspota pasa sus años de ocaso revolviéndose contra el peso de sus actos. No era això, parece decirse. Menos mal que ahí están los suyos, con Rahola al frente cual paradigma del pujolismo, para dulcificarle un final que el solo se labró. La deixa, los negocios de los hijos, los misales de su mujer o el tres por ciento son eslabones de una cadena de la que le resultará imposible zafarse en los libros de historia.

Noventa años le contemplan. Déu n’hi do.

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