Opinión

Jaime, el despechado

Foto de archivo de la reina Letizia
Foto de archivo de la reina Letizia EP

Lo que tuvo o no tuvo Jaime del Burgo con Doña Letizia, antes o durante su matrimonio con Felipe VI y que vuelve a ser ahora noticia, honestamente me la bufa. No negaré que hace unos pocos años, en la época en la que el periodismo me dio la oportunidad de seguir de cerca los entresijos de Casa Real, ya escuché las aguas del río sonar en este sentido. Sin embargo, jamás me sumergí ni lo haría en profundidades en las que una no sabe dónde llega a hacer pie. Si hubo algo entre ellos, de ser, es suyo y de su entorno, de nadie más.

Lo que no alcanzo a comprender es por qué este abogado navarro, que llegó a ser cuñado de la propia Reina, a formar parte de su familia, se empeña ahora en despacharse cual despechado contra ella aireando supuestos trapos sucios, desvelando secretos íntimos, fotos y consiguiendo lo imposible: enmudecer y dejar sin caracteres a los usuarios más lenguaraces y viperinos de lo que un día fue Twitter. Hasta yo misma llegué a creer que a este señor le habían hackeado la cuenta cuando vi la publicación del selfi de una Letizia cubierta con pashmina oscura, retratándose con un viejo Nokia ante el espejo de un baño junto al siguiente mensaje: “Amor, llevo tu pashmina. Es como sentirte a mi lado. Me cuida. Me protege. Cuento las horas para volver a vernos. Amarte. Salir de aquí. Tuya”. La línea roja ya estaba sobrepasada, el botón nuclear presionado, la bomba lanzada y el daño hecho. No tardó en hacerse viral el asunto y hasta la posibilidad de que la instantánea fuera obra de la inteligencia artificial, llegó a sobrevolar la red. Pero, la cuenta estaba verificada y llevaba el nombre del mismísimo Jaime Arturo del Burgo.

No satisfecho éste con engordar a base de declaraciones sobre su presunto romance el estómago hambriento -y de paso el nuevo libro- de un Jaime Peñafiel adicto a todo aquello que puede indigestar a la Reina, el que fuera marido de Telma Ortiz se ha dedicado también en internet a dar de comer a todas aquellas bocas ávidas de carnaza contra la monarquía. ¿Por qué? ¿Qué necesidad tiene de destripar la que dice que es “su historia de amor” con la esposa de Felipe VI? ¿Cuáles son sus razones, sus motivaciones?

Es miércoles por la noche y aprovechando que los posts de la polémica, aunque eliminados, siguen deambulando por un mundo con demasiada memoria, los leo y analizo con detenimiento. Habla de viajes varios juntos y hasta de planes de futuro al otro lado del charco, divorcio del Rey mediante. Y yo que no salgo de mi asombro ante semejantes afirmaciones, ¿ha perdido la chaveta?, ¿a qué viene ahora este vómito lleno de resentimiento? Por qué traer al presente -me pregunto- rencores del pasado, viejos resquemores de los que, no sólo no se retracta, sino que mantiene a día de hoy con el siguiente mensaje en su cuenta de X: “No cambio una coma de mis posts eliminados (…) No me siento orgulloso, pero la verdad es la que es. Yo reconozco a un solo rey, está en el cielo y se llama Jesús de Nazaret. Él me juzgará”. Y añade, al final, las cuentas del presidente del Gobierno y de Casa Real para que lean sus palabras, como si no lo hubieran hecho a estas alturas.

Porque es persona por encima de todo y sufre y habrá dudado, como lo hacemos todas, aunque no lo veamos por culpa de los destellos de luz que emiten sus vestidos impolutos

El caso es que, verdad o mentira, hay que ser de lo más rastrero y vil para contarle chascarrillos a Peñafiel y lanzar estas supuestas intimidades sabiendo que la parte atacada jamás responderá, aunque quiera… y que la monarca tendrá que guardar en las profundidades de su alma la rabia de no haber sido capaz de desenmascarar al que fue su amigo y hasta testigo de boda. Siento lástima por la mujer que queda oculta bajo esa corona deslumbrante. Porque es persona por encima de todo y sufre y habrá dudado, como lo hacemos todas, aunque no lo veamos por culpa de los destellos de luz que emiten sus vestidos impolutos. Y seguro que adentrarse en ese mundo aparentemente pomposo de la monarquía le ha traído a la Reina infinidad de cosas y de vivencias a las que, de otro modo, jamás hubiera tenido acceso, sin embargo, ninguno sabemos todo lo que ha tenido que dejar atrás. No la envidio. Para nada. Y a pesar de que en muchas ocasiones me resulta extremadamente antinatural en sus locuciones y robótica en sus movimientos, reconozco su labor admirable y el hueco que ha sabido hacerse en un trono del que muchos han intentado tirarla sin disimulo.

Desde que hace unos años se abriera la veda, estamos en un tiempo en el que ni reyes, ni reinas, ni príncipes, ni princesas se libran ya de poder ser objetivo de la cacería más sangrienta. Las presuntas infidelidades de Federico de Dinamarca, de Guillermo de Inglaterra, las visitas íntimas del emérito al chalé de Bárbara Rey fotografiadas y detalladas hasta el último pelo por el hijo de la artista. Ahora se habla de todo y de todos. Sin filtros. Pero, hasta a la pieza abatida más preciada, habría que mostrarle respeto.

El despecho enloquece. Cuánto más digno es el silencio.