Opinión

La izquierda decente huye del PSOE

Felipe González y Pedro Sánchez
Felipe González y Pedro Sánchez

Antes del acto socialista del Ifema para darse ánimos -keep calm and carry on-, el empresario Juan Roig ya había advertido sobre las consecuencias del golpe al Estado de derecho de Pedro Sánchez. El fundador de la multinacional Mercadona advierte: “si tuviéramos este problema en Portugal, donde estamos en plena expansión, nosotros ralentizaríamos las inversiones”. Para desgracia del país, son otros los que controlan los canales de acceso a la opinión pública. Destacan los “intelectuales” de La Sexta o La Ser. Le he oído decir a uno de ellos “a lo mejor, para acabar con la pobreza hay que acabar con los ricos”. ¡Un sabio!

En los años 80, el líder socialdemócrata sueco Olof Palme advirtió a los socialistas del sur, contaminados de marxismo, que la cuestión no es terminar con los ricos, sino con la pobreza. No hay que entender mucho de economía para saber que incentivar y atraer inversiones es la condición para lograr el crecimiento y combatir la pobreza. Que el PSOE ya nada tiene que ver con la izquierda liberal y reformista que conectó durante la transición con los partidos socialdemócratas del norte lo demuestra la actitud marxistoide contra la iniciativa privada. Los socialistas compiten con sus aliados comunistas a la hora de demonizar a los empresarios y, como apuntaba Churchill, les tratan como la vaca para ordeñar, en vez de como el caballo que tira del carro. A la cabeza de la ofensiva, el presidente del Gobierno.

Los economistas Daron Acemoglu y James Robinson publicaron El pasillo estrecho (2019), con el expresivo subtítulo ¿Por qué en algunos países florece la libertad y en otros el autoritarismo? No podría ser más útil para entender qué está pasando en España con el Partido Socialista. A partir del ejemplo de Suecia, estudian cómo en Europa se fueron diferenciando dos tipos de izquierda, una de cultura soviética, que mide su trayectoria por fracasos sociales y otra liberal, que contribuyó a crear sociedades envidiables. Cuando Felipe González intentó llevar el PSOE hacia el modelo nórdico –“hay que ser socialistas antes que marxistas”- reproducía lo que el homólogo SAP sueco había iniciado cien años antes.

Han hecho retroceder a España al 85% de la renta media de la UE y, en consecuencia, vuelve a estar entre los países pobres que pueden optar a fondos de cohesión, como en los 80 y 90

La vía sueca significaba, básicamente: con los comunistas, ni a la esquina, y consenso nacional con los empresarios. Los resultados son conocidos. El modelo se basa en lo que Acemoglu y Robinson denominan el “pasillo estrecho”, es decir, el Estado cumple una función, pero bajo control de una sociedad vigilante. Ni estatismo, ni ultraliberalismo, poder político encadenado. El modelo se resume en “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”. De hecho, cuando los socialdemócratas suecos pretendieron dar más peso al Estado, perdieron las elecciones en 1976. Eso también define los modelos sociales nórdicos, el consenso entre centroizquierda y centroderecha para preservar un Estado del bienestar viable y darle continuidad con las reformas necesarias.

El PSOE sanchista -y no hay otro-, en matrimonio con el Partido Comunista, ha abandonado las reglas del capitalismo democrático, imposible sin una democracia liberal en la que no se toleran individuos e instituciones por encima de la ley. Los cinco años de gobiernos Sánchez confirman la teoría. Han hecho retroceder a España al 85% de la renta media de la UE y, en consecuencia, vuelve a estar entre los países pobres que pueden optar a fondos de cohesión, como en los 80 y 90. La coalición estatista ha logrado poner a España en la cola de la UE en confianza de los inversores (Bank of America). Es el resultado de la tesis Carmen Calvo: “estamos manejando dinero público, que no es de nadie”.

Hoy Argentina y México no son como Venezuela y Nicaragua gracias a la defensa de sus constituciones por las instituciones independientes. Aquí, Sánchez logró como Maduro degradar el TC colonizándolo con peones a sus órdenes

En la carrera hacia un Estado despótico, el Partido Socialista y Sánchez se están poniendo las botas. El CIS que estudia los estados de opinión pública dice lo que quiera el Leviatán autócrata de Moncloa; el INE maquilla datos para la mayor gloria del gobierno “progresista”; organismos que debieran ser independientes, como la Comisión Nacional del Mercado de Valores y la de la Competencia, son pasto del clientelismo o, directamente, del nepotismo; el Centro de Inteligencia Nacional ha sido puesto a disposición de los enemigos del Estado a los que debería vigilar; los jueces son intimidados como “fachas con toga”. Con el Partido Socialista, el Estado desencadenado, despótico, rompe el “pasillo estrecho” que protege a las democracias liberales de occidente.

Y la peor de todas las indecencias: el control del Tribunal Constitucional. En una obra ya clásica (¿Por qué fracasan los países?), Acemoglu y Robinson califican esta institución como la clave del Estado de derecho. Incluso en países iberoamericanos en los que la democracia sufre ataques masivos del populismo, la institucionalidad liberal aguanta gracias a la resistencia de sus Cortes Supremas, que los autócratas como Cristina Kirchner y López Obrador han intentado hacer depender directamente de los palacios presidenciales. Hoy Argentina y México no son como Venezuela y Nicaragua gracias a la defensa de sus constituciones por las instituciones independientes. Aquí, Sánchez logró como Maduro degradar el TC colonizándolo con peones a sus órdenes.

De ese PSOE huye, como de la peste, una izquierda liberal conocedora del significado del asalto grosero a la institucionalidad democrática desde el Ejecutivo. Es la que le dice a los 121 diputados socialistas “¿no os da vergüenza?”. Huyen de un partido que está encantado de los requiebros indecentes que le dedican terroristas como Otegui –“esta será la mejor legislatura para los independentistas”- y Hamás – agradecido a Sánchez por sus servicios-. Se avergüenzan de un Partido Socialista convertido en izquierda reaccionaria y folclórica, e ideológicamente muerto, como señaló Félix Ovejero desde la tribuna de la gran manifestación de resistencia constitucional de Cibeles.