“Desde esta mañana, el Estado de Israel está en guerra. En la guerra hay que ser sensato. Hago un llamamiento a la unidad de todos los ciudadanos de Israel para afrontar juntos este desafío: ganar la guerra. La ganaremos (la guerra), pero el precio será insoportablemente alto”. Eran las palabras del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ante un Consejo de Seguridad Nacional en shock, por la situación de emergencia nacional que vive el Estado de Israel en plena celebración de un Shabat especial (Shimjat Torá, la Luz de la Torá) y con la guardia baja por las festividades de Succot.
Alrededor de las 6:30 de la mañana del sábado 7 de octubre, el mismo día que se cumplen 50 años de la Guerra del Yom Kippur, el cielo del sur y del centro de Israel se cubría de misiles. Una lluvia de unos 5.000 cohetes y misiles disparados desde la Franja de Gaza actuaban como pantalla de distracción ante la mayor operación coordinada de ataque terrestre, marítima y aérea desplegada por las facciones terroristas de Hamas contra el interior del territorio israelí. En un fallo de Inteligencia incomprensible, sobre todo teniendo en cuenta las capacidades tecnológicas de detección de Israel, seguimiento y control, la incursión planificada de unidades de terroristas palestinos desde distintos puntos de la frontera de Gaza, rompiendo la brecha de Seguridad de Israel sobre 22 poblaciones del sur del país –dos ciudades y once kibutz -, causaba incertidumbre, pánico, dolor y un desafío político y estratégico de magnitud aun sin evaluar, ante un escenario inmediato que pasa por la redefinición del objetivo estratégico de Israel y la superación del paradigma de moderación y contención vigente desde 2009.
La vulnerabilidad de los Servicios de Inteligencia y las debilidades de un Ejército que pasa por ser el más eficaz, preparado e invencible del mundo, deja patente la limitación del gobierno de Israel para enfrentar acciones híbridas
La irrupción en el territorio israelí por parte de Hamas rompiendo la frontera, matando y secuestrando militares y civiles, ha sido un golpe de propaganda efectivo ante una opinión pública palestina dividida por el control del liderazgo, la narrativa y del poder en su lucha fraticida, y cuya causa provoca hastío en el mundo árabe más pragmático y cada vez más distanciamiento en la agenda internacional. La vulnerabilidad de los Servicios de Inteligencia y las debilidades de un Ejército que pasa por ser el más eficaz, preparado e invencible del mundo, deja patente la limitación del gobierno de Israel para enfrentar acciones híbridas que no responden a la lógica de ningún filtro moral. Israel, que ha previsto escenarios diversos a lo largo de su corta historia como nación, deberá hacer autocrítica seria de hasta qué punto las responsabilidades compartidas en el peligro innecesario de la polarización interna han favorecido que los enemigos, con Irán a la cabeza, busquen una ventana de oportunidad para avanzar en su agenda de recuperación de lo que consideran la Palestina histórica, y de paso, desestabilizar la región al completo, frenando el proceso de reconocimiento que se inició con los Acuerdos de Abraham y que podrían concluir con la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí.
A la confusión e incertidumbre para gestionar los más de 600 muertos, más de 2.000 heridos y un número aún indeterminado de rehenes, se une el efecto psicológico de humillación que Hamas lanza al universo radical islamista y grupos residuales de la izquierda internacional antisemita con este ataque, sin precedentes desde la guerra del Yom Kippur. La lógica triunfalista de Hamas, con las imágenes de civiles israelíes muertos o capturados, humillados y sometidos, en estado de shock y pánico, está pensada para trasladar el conflicto de la arena meramente territorial y política a la del ámbito cognitivo y la percepción. El propio nombre de las operaciones militares –Espadas de Hierro (Israel) y Diluvio de al-Aqsa (Hamas)– indica lo alejado que está Israel de entender que la prosperidad económica y el desarrollo social no es una prioridad en el campo palestino. Como tampoco lo es para los miles de manifestantes y la élite progresista instalada en el confort de las Instituciones políticas, académicas y mediáticas occidentales, cuya brújula moral hace años que está desviada.
Este impactante acontecimiento exige la legitimación internacional y la libertad de acción ofensiva para que Israel pueda debilitar lo suficientemente a Hamas, a Hizbollah y a todos los proxys que buscan dañar la soberanía y la Seguridad del Estado judío y sus ciudadanos. Restaurar la Autoridad Palestina, aunque corrupta, debilitada y poco de fiar, con la ayuda de los países árabes más pragmáticos – Egipto, Jordania, Emiratos y Arabia Saudí - es la única garantía de desactivar el status de Hamas y su capacidad de influencia en la arena palestina.
Los israelíes no deben seguir dormidos en la guardia. Es el momento de que el nuevo paradigma que se viene viviendo en Oriente Medio desde hace unos años integre a Turquía y a Qatar en la ecuación
El gran número de ciudadanos israelíes secuestrados por Hamas añade complejidad a un operativo de liberación que va a ser limitado para no romper el equilibrio regional, pero que tendrá consecuencias negativas para la imagen internacional de Israel. Los israelíes no deben seguir dormidos en la guardia. Es el momento de que el nuevo paradigma que se viene viviendo en Oriente Medio desde hace unos años integre a Turquía y a Qatar en la ecuación. También de la unidad interna y de que las costuras políticas y sociales de Israel se cierren en beneficio de la reconstrucción de un país que ha sabido equilibrar con éxito la modernidad y la tradición.
La empatía de los primeros momentos hacia Israel es efímera, y durará hasta el momento en que las imágenes de las operaciones antiterroristas de contención de daños confunda de nuevo a las mentes perturbadas, incapaces de separar víctimas de verdugos, y que apoyan una lucha palestina que nunca ha pretendido reivindicar sus derechos, sino destruir a Israel como Estado independiente y soberano. El problema palestino es, hoy por hoy, insalvable. Ideologías y objetivos políticos impiden encontrar caminos hacia el diálogo. La memoria de este trágico día y la carga simbólica que lo acompaña quedará en los anales del trauma para Israel y el heroísmo en el imaginario del islamismo radical más irredento.