Opinión

El dardo de Arranz

Irene Montero ahora dice que es celosa y no cree en el 'poliamor'

Irene Montero
Irene Montero Europa Press

El gran problema de las relaciones abiertas es que una de las dos partes suele enterarse demasiado tarde de la naturaleza de ese vínculo. A Irene Montero no le gustan. Se siente insegura con ese nexo afectivo. Prefiere lo de toda la vida: la monogamia. El régimen de exclusividad, con sus ventajas y sus grilletes. Con sus idas y venidas; y con el reto que se plantea cuando los años desfilan y cualquier encuentro de pasillo puede derivar en una declaración de guerra. Lo confirmó el otro día en una entrevista: “Soy una persona celosa. Lo reconozco. No con orgullo, pero me han educado así y no me veo capaz de exponerme a una relación abierta. Me veo muy lejos de poder intentarlo, aunque soy consciente de que mi posición no es la más saludable”.

No se necesitaban tantas alforjas para este viaje, es decir, el que iniciaron hace unos cuantos años desde ese (disparatado) ministerio. Su antigua responsable acaba de concluir algo tan evidente como que es posible sentir celos y no ser un delincuente, sino simplemente un inseguro, un atontado o el compañero de alguien equivocado, de los que guarda siempre en el bolso un bote de jabón por si hubiera que camuflar el olor del perfume ajeno.

Lo de Montero es lo de siempre: aplica para los demás lo que rechaza para sí misma. Los revolucionarios siempre intentan que la sociedad encaje dentro su molde, aunque sea a martillazos. Mientras tanto, ellos viven en un régimen distinto, de aislamiento, más racional y cómodo; y menos doliente. Vaya, el de los burgueses. Burgueses soporíferos y profundamente equivocados en sus reflexiones. Y burgueses de cuna: los Bustinduy y los Urtasun. Los que no han pisado un barrio en su vida. Los que han hecho carrera defendiendo doctrinas sobre la igualdad tan excéntricas que han llegado a cuestionar incluso la propia biología. Lo normal, que no por antiguo es insano.

El 'poliamor' y la igualdad

Las sacerdotisas de esa izquierda-pop han transmitido durante los últimos años que el 'poliamor' es lo ideal, dado que el resto implica posesión y la posesión es, en realidad, maltrato. Lo suyo es la variedad, el desfile de elementos cárnicos en el dormitorio y el sometimiento a un tipo de amor etéreo y universal que provoca que los vínculos no importen demasiado. Yo te quiero de forma cósmica, pero en el mundo terrenal quiero ser libre... Libre sólo para eso, claro.

Como escribía recientemente Paula Fraga, han querido convertir la hipergamia en el opio del pueblo, cuando no hay un concepto más neoliberal que la mercantilización de la piel. Ellas han tratado de pastorear a la sociedad hacia esa trampa, de gente vírica y frágil. De carne y mente trémulas. Eso sí... eso para las otras. Ellas prefieren a su marido en exclusividad porque, de lo contrario, sienten celos e incluso a lo mejor esa sensación de miedo que le sobreviene a cualquier madre cuando piensa en un padre ausente mientras los hijos son pequeños. Pese a todo, Montero reconoce que por ello está mal educada... pero no lo puede evitar. Pese a la evidencia, sigue defendiendo para los demás que lo sano es lo que no le gusta.

Hoy hay más periodistas expertos en “igualdades” que en leer una memoria de cuentas; y más diálogo público sobre el patriarcado que sobre la España de 2040

Llevan así mucho tiempo, desde sus tribunas, sus Tiktoks y sus anuncios de publicidad institucional, transmitiendo que lo tradicional es nocivo y que la nueva moral implica la aceptación de un catecismo en el que la displicencia es peligrosa; y en el que incluso se admiten los juicios populares. Ya pone el periódico Pepa a su servicio si hace falta. Total, la prensa de izquierdas se pirra por una nueva teoría poliamorosa. O por un #MeToo. Basta con su testimonio y con unas capturas de WhatsApp para que organicen un auto de fe y toda la tropa de actrices, actores, cantantes, tertulianos e instagramers lo apoye.

Las Inés Hernand de turno te creerán, hermana, aunque no te conozcan de nada. Hay que hacer justicia. Hay que derribar esto... como se llame, mientras se vive de los impuestos de los demás en RTVE. Hay que cargarse el sistema con sororidad. Con la sororidad de cobrar de la tele público y pedir el voto para la izquierda.

Periquito denunciante

Así que todo se ha vuelto tan disparatado que, el otro día, la mascota del RCD Espanyol -entiéndase, su ocupante- presentó una denuncia contra el jugador Hugo Mallo por presunto abuso sexual. Después del caso Rubiales – Hermoso (y qué tipejo el primero), la justicia mediática feminista se presta a abordar el juicio popular sobre el periquito-hembra del Espanyol. Mientras tanto, se monta un aquelarre en la entrega de los Premios Feroz y el feminismo se divide en facciones que se enfrentan porque unas consideran que ser mujer es algo biológico y las otras, que nada de eso. Que depende. Que eso es lo que creía usted. Que el ritmo no pare.

A lo mejor llega un día en que las Irene, las Pam y todas las promotoras de este movimiento radical caigan en la cuenta del efecto que han generado sus mensajes, de apología del Satisfyer frente al pene y búsqueda paranoica de micromachismos hasta en el cuarto de los cubos de la basura. Hoy hay más periodistas expertos en “igualdades” que en leer una memoria de cuentas; y más diálogo público sobre el patriarcado que sobre la España de 2040. Donde Pepa y Jose Miguel (Contreras) nunca faltan artículos sobre todo eso. Les parece bien. No creen que sea nocivo. Eso sí, lo que predican para los demás no se lo aplican para sí mismas. Mi Pablo que no sea cabrón, que me pongo celosa.

Más información