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Opinión

No seamos malos antepasados

Hemiciclo del Congreso de los Diputados durante una sesión plenaria.

No puedo recordar ni quién fue, ni dónde, ni cuándo, pero alguien dijo que es injusto para la sociedad en su conjunto que una persona muera sin decir, sin contar, lo que sabe. Y ello me lleva a denunciar la ausencia de debates públicos en la sociedad. Científicos, humanistas, intelectuales y periodistas de prestigio, con nuevas cosas que decir, con opiniones a considerar, personas con una capacidad de influencia innegable, por su saber, por su experiencia y por la consideración que, se supone, merecen a la gente, permanecen calladas, como si no existieran, como si quisieran pasar inadvertidos. Los motivos que explican esta ausencia, que de un modo menos diplomático y más contundente me atrevería a resumir en dos, serían: la primera, el paulatino convencimiento del mundo intelectual de que, tal y como están las cosas, sus opiniones no cambiarán nada, no van a tener la mínima influencia en una sociedad que, y esta es la segunda causa, está adormecida, sumida en la indiferencia que ha aumentado hasta lo patológico, el egoísmo individual, hasta el punto de que no le importa nada lo que le ocurra al vecino, y en la que cada uno intenta aprovechar para sí lo que tiene a su alcance, sin pensar demasiado, o nada, en los demás. Cuando uno sólo piensa en sí mismo, es lógico que no le preocupen los problemas de la sociedad, que tienda a ignorarlos, a no saber, a pensar que no le afectan, y, por lo tanto, le resulta indiferente, despreocupándose de todo, que haya alguien que los analice, o no, y que plantee, o no, soluciones. En una sociedad egoísta e indiferente, los problemas sólo son los de cada uno, y cada uno los soluciona como puede.

¿Por qué hemos llegado a esta sociedad adormecida? Toda sociedad necesita de líderes que puedan marcarles el camino. Los intelectuales, por la autoridad que les confiere el conocimiento, lo son, y de primer orden. Y me atrevería a decir que no tienen derecho a estar callados porque, como indicaba al principio, es injusto que uno muera sin contar lo que sabe”. Aun siendo así, llego a comprender su ausencia. Porque cuando una sociedad carece de líderes que merezcan serlo, como está ocurriendo ahora, convierte en dirigentes a los mediocres, a los que no son ejemplo de nada, a los que son incapaces de señalar ningún camino, ni tienen ideas ni proyectos ilusionantes de futuro.

¿Qué puede hacer un intelectual ante unos dirigentes políticos que forman una camarilla, cerrada, de individuos, para quienes sólo sucede lo que se cuentan unos a otros?. Es la endogamia del poder de los mediocres, que, de alguna manera, aunque pudiera parecer que no, acaban todos adulándose a sí mismos, simultaneando con el insulto más procaz en el marco de un Congreso de los Diputados convertido en hoguera de las vanidades de quienes viven al margen de los ciudadanos a los que deberían representar.

Su intención es que el pueblo llano y soberano sea lo más inculto y pobre posible para así tenerlo dominado y bajo control

La política es su único medio de vida y su obsesiva ambición el poder. El intelectual que se precie agachará la cabeza y se irá a su casa a refugiarse entre sus libros. Porque esa es la realidad. Tenemos una clase dirigente que el único motivo por el cual permanecen, o aspiran a permanecer, en el poder es porque, asombrosamente, llevan a cabo una política basada en hacer lo que la gente quiere. Y eso implica engañar, ocultar o ignorar los inconvenientes para que todo parezca posible, y no plantear caminos o propuestas de futuro que puedan tener alguna dificultad y sea necesario esforzarse en convencer. Su intención es que el pueblo llano y soberano sea lo más inculto y pobre posible para así tenerlo dominado y bajo control por un puñado de lentejas.

En una sociedad que se rija por el “hacer lo que la gente quiere” es normal que, tarde o temprano, se vea abrumada por los problemas de difícil solución, y que requieren la presencia de auténticos líderes sociales. Problemas como la enorme deuda y su casi imposible financiación, el paro, la pandemia, las actuaciones dictatoriales, la escandalosa situación de la enseñanza y formación de los jóvenes, la lacra de la corrupción, la falta de la división de poderes, los populismos, los independentismos, la cristofobia….. asolan nuestro país y ponen en peligro democracia.  Cuestiones que, cada una y todas juntas -ante la absoluta ausencia de líderes válidos- sólo pueden conducir al desánimo, a la indiferencia, y al “cada uno a lo suyo”. La política de “lo que la gente quiere”, la ausencia de proyectos políticos coherentes para la sociedad en su conjunto, el no tener metas a alcanzar como colectivo, utopías si se quiere, estimulan las instintos y deseos más primitivos e insolidarios del ser humano. Exactamente lo que está ocurriendo. Y recordemos que la democracia no es un 'don' que cae del cielo. No es un regalo sino una responsabilidad y un bien que hay que dejar a nuestros hijos, porque pensemos que es el menos malo de los sistemas políticos y nos ha costado mucho conseguir: “Sangre, sudor y lágrimas”, como diría Sir Winston Churchill.

El Estado de Derecho está acosado como no lo ha estado nunca, con un Gobierno con la menor adhesión popular desde 1975

Tenemos la necesidad del debate público, del regreso de los intelectuales, o lo que es lo mismo, la presencia de la sociedad para analizar problemas y buscar soluciones y proyectos de futuro. La sociedad, todos nosotros, debemos forzar, mediante el debate público, a los partidos políticos -los grandes responsables-  para que nos propongan políticas serias. Y afloren líderes que merezcan serlo. No queremos hacer “lo que la gente quiera”. Exigimos que se haga lo que la sociedad merece. El Estado de Derecho está acosado como no lo ha estado nunca, con un Gobierno con la menor adhesión popular desde 1975. Se han invadido todos los canales del Estado y tenemos, con salvadas excepciones, la peor clase política de los últimos años.

Estamos convirtiendo a España en un país banal (nos quedamos siempre en la anécdota) y con un respetable grado de estupidez. Los españoles hemos estado votando para vengarnos y sin racionalidad. Hay que votar no para vengarse sino para que nos gobiernen mejor, y se vota ahora más con las tripas que con el cerebro. Cuando la razón es sustituida por la emoción siempre ha habido tragedias.

Nuestros padres fueron unos buenos antepasados, no dilapidemos nosotros su legado.

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