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Opinión

La gran burbuja china

¿Para qué querría Xi Jinping una economía más abierta y transparente? Eso sólo le ocasionaría problemas a él y al partido

Xi Jinping, presidente de la República Popular de China

El sistema financiero de China, que, además de inmenso es tremendamente opaco, lleva demasiados años constituyendo una amenaza para su propia economía y, por su tamaño, también para toda la economía mundial. La agonía de Evergrande, la mayor inmobiliaria de el país, ahora al borde del abismo, es un recordatorio de los excesos en los que ha incurrido el régimen chino a lo largo de las dos últimas décadas. El Gobierno de Xi Jinping trata ahora de purgar sus pecados viendo el modo de que la empresa deje algunos impagos, pero sin poner el riesgo a todo el sistema. Esta historia pone a China en el tirador y muestra sus vergüenzas más íntimas. Todos quieren que el sistema financiero sea más seguro, abierto y transparente, pero no parece que Xi Jinping pretenda aplicar ninguna de las tres cosas para resolver este conflicto. Todo lo están haciendo bajo mano y procurando que nadie se entere para evitar el pánico y que el castillo de naipes se venga abajo con estrépito.

Lo que convierte al sector financiero chino en una bomba de relojería es su desproporcionado tamaño. Los activos bancarios totalizan unos 50 billones de dólares. Eso es lo que vemos. Lo que no vemos es un sistema financiero paralelo y completamente en la sombra. La economía china chapotea sobre el crédito fácil. Los préstamos a hogares y empresas suponían en 2011 el 180% del PIB, hoy se han disparado a casi el 300%. Los chinos ahorran comprando inmuebles porque consideran que conservarán bien el valor y lo incrementarán. La vivienda no hace más subir de precio desde hace muchos años y parece la mejor inversión posible. Los constructores y promotores inmobiliarios, entretanto, acuden al mercado financiero a pedir dinero para mantener la máquina funcionando. Obtienen ese dinero y se lanzan a construir más y más.

El gran exportador

Además de grande, el sistema es ineficiente en la asignación de capital, lo cual frena el crecimiento. No es un problema que el mundo pueda permitirse el lujo de ignorar. Las empresas chinas han emitido aproximadamente un billón de dólares en bonos, muchos de ellos comprados por inversores extranjeros que se han apuntado entusiastas a la fiesta inmobiliaria china. Si se viniese abajo y faltase liquidez todo el mundo lo notaría. China, a fin de cuentas, es la segunda economía mundial y, al igual que exporta mucho, también importa todo tipo de bienes, desde materias primas a alimentos pasando por innumerables artículos de lujo que demanda la ya muy numerosa clase alta de las ciudades.

Evergrande no conoce otra manera de hacer negocios que pedir dinero, construir y tratar de recuperar ese dinero con la venta de inmuebles que siempre suben de precio

Evergrande es el emblema de todo lo que funciona mal en aquella economía. Una empresa inmensa con una cartera millonaria de proyectos inmobiliarios y una deuda colosal que tiene que ir devolviendo a corto plazo. La nueva regulación que busca frenar el endeudamiento excesivo de las empresas del sector le ha partido el espinazo. Evergrande no conoce otra manera de hacer negocios que pedir dinero, construir y tratar de recuperar ese dinero con la venta de inmuebles que siempre suben de precio.

Llegado este punto al Gobierno chino no le queda otra que proceder a un rescate controlado de las empresas que se encuentran en problemas. Más o menos lo mismo que se hizo en EEUU y Europa hace doce años. Si se las deja caer el contagio en el mercado de bonos está garantizado y a partir de ahí puede pasar cualquier cosa. Una quiebra desordenada podría provocar la implosión del sistema financiero y que se perdiesen muchos puestos de trabajo en un sector que representa aproximadamente una quinta parte del PIB. Estamos por lo tanto ante un caso de manual de too big to fail (demasiado grande para caer). Ya se sabe, si debes 3.000 euros tienes un problema, si debes 3.000 millones de euros el problema lo tiene el acreedor.

En China este problema viene agravado por la naturaleza del régimen político que impera en el país. Todo se hace en la oscuridad. No hay prensa libre, ni agencias reguladoras independientes, ni tribunales dignos de tal nombre, ni sociedad civil que exija transparencia. No sabemos, de hecho, si Evergrande ha cumplido los últimos vencimientos. Tampoco está claro si se está respetando la jerarquía de los acreedores o si todo viene dictado desde el Partido Comunista, que decide en última instancia quién cobrará y quién no. La sensación de moverse en las sombras y de que todo es una gran operación política es la norma. Vayamos, por ejemplo, al caso de Huarong, un gestor de activos de titularidad pública que ocultó unas pérdidas de 16.000 millones de dólares durante meses y al final fue rescatado en el mes de agosto por otras empresas públicas.  

Es urgente llevar a cabo una limpieza de las deudas incobrables, hay también que relajar los controles de los precios incluyendo, naturalmente, el tipo de cambio

Lo de Evergrande no ha hecho más que levantar el velo y que desde Occidente veamos al menos una parte de un gran problema que está pidiendo a gritos reformas en profundidad, no limitarse a rescatar in extremis a empresas quebradas como ha sucedido con Huarong y como probablemente esté sucediendo con Evergrande. En China es urgente llevar a cabo una limpieza de las deudas incobrables, hay también que relajar los controles de los precios incluyendo, naturalmente, el tipo de cambio, hace falta más transparencia y tribunales independientes que hagan cumplir los contratos y los derechos de propiedad. Un sistema así asignaría mejor el capital y aminoraría el riesgo moral.

Pero nada de eso está en la agenda de Xi Jinping. Todo lo contrario. Quiera tener un control más directo de la economía, algo similar a lo que hace con los reguladores, los medios de comunicación y los tribunales. Bien mirado, ¿para qué querría Xi Jinping una economía más abierta y transparente? Eso sólo le ocasionaría problemas a él y al partido. Erosionaría su poder, alejaría a los inversores y dejaría al Gobierno como simple observador, no como planificador. No es esa la intención del presidente. Tiene en la cabeza una China todopoderosa que se sitúe a la cabeza del mundo en los próximos años y para ello cree que es necesario tenerlo todo bajo control.

En China sobran viviendas

Que los precios de la vivienda bajen demasiado, por ejemplo, le molesta porque eso pone en riesgo todo el sistema financiero y además enfada a quienes ya han comprado una casa. Es lo lógico que bajen porque en China sobran viviendas. Los precios no son más que señales que ayudan a que oferta y demanda se acoplen, pero no los debe fijar el Gobierno en función de sus intereses, sino el mercado, es decir, la interacción de los vendedores y los compradores de un bien concreto. Las autoridades no quieren que se despeñen, pero lo están haciendo. Los promotores quieren aligerar su cartera de inmuebles para conseguir liquidez y devolver lo que deben. Algunos anuncian descuentos de hasta un 30% que disgustan al partido porque generan malestar entre la población que ha depositado sus ahorros en una vivienda. Para evitar esos descuentos los han prohibido en algunas ciudades. No quieren que suban demasiado para que más gente pueda comprar, pero le sienta muy mal que bajen. Están convencidos de que pueden modular a placer un mercado que se les ha ido completamente de las manos.

El hecho irrefutable es que los chinos quieren comprar casas. Unas veces para vivir en ellas, otras como simple inversión para que sus ahorros crezcan. Este fenómeno es especialmente acusado en las ciudades. La población urbana de China se ha disparado en los últimos 40 años. En 1980 sólo el 19% de los chinos vivían en ciudades, en 2020 eran ya el 61%. Esa urbanización acelerada ha ido de la mano con un incremento sostenido en los precios de la vivienda, que han crecido a un ritmo de más del 10% anual en las principales ciudades. Para acometer las obras de construcción de nuevas viviendas, a menudo en rascacielos residenciales de barrios nuevos, los promotores han pedido prestado mucho dinero. Como consecuencia, el sector está hoy fuertemente endeudado, debe aproximadamente 2,8 billones de dólares, o, lo que es lo mismo, el 20% del PIB. Para muchos chinos comprar una vivienda, algo que hace un par de décadas era relativamente asequible, es hoy una quimera. Las ciudades de China son realmente caras, incluso para los estándares occidentales.

Los nuevos desarrollos inmobiliarios trajeron también buenos tiempos a las finanzas públicas, especialmente a las municipales

Durante años, el Gobierno chino aplaudió el auge inmobiliario. Era uno de los símbolos externos de la nueva prosperidad. Los chinos podían comprar un automóvil, ir de vacaciones y adquirir una casa en propiedad. Aunque parezca chocante, el sueño comunista chino descansaba sobre la construcción de una sociedad de pequeños propietarios. Los nuevos desarrollos inmobiliarios trajeron también buenos tiempos a las finanzas públicas, especialmente a las municipales. La recalificación y compraventa de parcelas se convirtió en un gran negocio que, aparte de corrupción, permitió amasar grandes fortunas. Pero todos ganaban. La administración porque gravaba esas transacciones, los promotores porque se enriquecían y los chinos de a pie porque podían acceder por fin a una vivienda.

Entre 1999 y 2007, la cantidad de suelo rural transferido a uso urbano aumentó a una tasa media anual de casi un 23% y las ventas de suelo público se dispararon en un 31% anual de promedio. El mercado inmobiliario se convirtió en la palanca principal para controlar el crecimiento económico. Durante la crisis financiera de 2008, gran parte del paquete de estímulo de casi 600.000 millones de dólares aprobado por el Gobierno de Hu Jintao se fue al sector de la construcción. Era llamativo porque la crisis la había ocasionado una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos que se complicó con otras burbujas en Europa. Pero China no podía dejar de crecer por encima del 10%, era una cuestión política. Si el mundo se constipaba el crecimiento sería interno. 1.400 millones de personas dan para mucho, sobre todo cuando muchas de ellas anhelan comprar una casa por encima de cualquier otra cosa.

Xi Jinping quiere pinchar la burbuja de forma controlada y conseguir el célebre aterrizaje suave del que tanto se hablaba en España al final de la burbuja inmobiliari

Todo ha ido como la seda hasta que la montaña de deuda acumulada es ya tan alta que desde abajo no se ve la cima. El crédito fácil que mantenía a la construcción se está agotando. El acceso a los préstamos bancarios, así como la demanda de bonos en la propia China y en el extranjero, se ha debilitado. Se emiten muchos menos bonos o directamente ninguno para el exterior. Las ventas de parcelas para proyectos residenciales han disminuido, en buena parte por los límites de endeudamiento que ha fijado el Gobierno. Xi Jinping quiere pinchar la burbuja de forma controlada y conseguir el célebre aterrizaje suave del que tanto se hablaba en España al final de la burbuja inmobiliaria de hace quince años.

El Gobierno quiere que las empresas no se endeuden y, a un tiempo, que se siga construyendo vivienda nueva manteniendo los precios. Parece la cuadratura del círculo y probablemente lo sea. Hoy por hoy existen pocas opciones para desvincular el crecimiento económico del sector inmobiliario. Si este sector sufriese una corrección severa, todo, desde el Gobierno central a los Gobiernos locales, pasando por las economías familiares y el modelo de crecimiento del país, estaría en peligro. Tendrían que enfrentar una crisis económica, la primera en varias décadas, pero las crisis a veces son necesarias porque reasignan los factores, redirigen la inversión donde hace falta y purgan los excesos. Ni Xi Jinping ni nadie en el partido quiere siquiera planteárselo así que es probable que más pronto que tarde la realidad les termine pasando por encima.

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