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Opinión

Garzón hace aullar a Casado

El mundo, el demonio y Garzón, los tres enemigos del alma socialista. El ministro de Consumo le regala la campaña a Mañueco y hace aullar de alegría al dubitativo Casado

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, en la sala de prensa de Moncloa, en una imagen de archivo.
El ministro de Consumo, Alberto Garzón, en la sala de prensa de Moncloa, en una imagen de archivo. EUROPA PRESS

Hay dos debates estruendosos que acaparan el estrambote navideño a escala global. Los furibundos ataques de Joe Biden contra Donald Trump y los farragosos problemas de Djokovic con las autoridades sanitarias australianas. Ambas polémicas son tan ruidosas como estériles, tan desmesuradas como disparatadas. En nuestro patio nacional ha emergido con furia cazallera una insólita discusión sobre la calidad de nuestra carne, impulsada en forma arbitraria e irresponsable por un miembro del Gobierno a quien sus compañeros de Gabinete parecen detestar. Unos le llaman el 'petit Garçon', dada la altura intelectual de su neurona, que rebota con estruendo contra las paredes de un cerebelo más vacío que el armario de una pensión. Y otros 'Garzón el bobo', para diferenciarlo del homónimo juez prevaricador que pasa por ser más listo.

Cuatro ministerios llenos de nada

El avispero, por tanto, se ha agitado en plenas Navidades y ha convulsionado de forma tan intensa un tablero político convertido ya en elemento fundamental en la primera cita del calentadario electoral. Poca broma, el resultado de lo que decreten las urnas en Castilla y León puede señalar el camino de lo que vaya sucediendo en el largo rosario de comicios en el que nos adentramos. Y ya es sabido que quien gana municipales y autonómicas transita con más facilidad el camino a la Moncloa. De ahí lo inoportuno de las intempestivas declaraciones de Garzón, titular de una cartera desgajada de un Ministerio, el de Sanidad, que, en forma artificiosa, se troceó en cuatro porciones para así cumplir el compromiso con los socios morados de Sánchez. Cuatro ministerios llenos de nada, salvo de algún imbécil al frente de determinadas departamentos. "¿Cuáles fueron los méritos, cuáles los planes, cuáles los argumentos, las palancas, los conocimientos, las herramientas para ponerlos al frente de una responsabilidad tan grande?"·se preguntaría Epicuro. Sánchez aún nos debe esa respuesta.

En su primera arremetida alocada y frontal contra el mundo de la carne, ya hace unos meses, Garzón recibió, a modo de suave reprimenda, el comentario tontorrón del presidente, cuando confesó en entrevista televisiva aquello de que "a mí donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible" y cerró el lío. No contaba con que el protagonista del disparate, que nada tiene que hacer, reincidiera en su apoteósica estulticia y volviera sobre la carga contra el sector agropecuario. Esta vez, para más inri y escarnio, lo ha hecho en una publicación británica, nación con la que competimos en la exportación de productos vacunos. No hay imbécil que desprecie la oportunidad de hacer daño. Especialmente a los suyos.

No hay periodista, ni británico ni de Fuentesaúco, que se decida a hacerle una entrevista a este señorín, salvo por la circunstancia sobrevenida y casi surreal, de que es miembro del Gobierno

En el seno del Gobierno ha habido división de opiniones. Los ministros socialistas se han acordado de su familia, en privado, y le han disculpado en público con la bobada de que eran declaraciones 'a título personal'. Sentada la base, algo arriesgada, de considerar que Garzón es persona, lo que no puede admitirse es que efectúe sus declaraciones a título 'personal'. No hay periodista, ni británico ni de Fuentesaúco, que se decida a hacerle una entrevista a este señorín, salvo por la circunstancia sobrevenida y casi surreal, de que es miembro del Gobierno. La dirigencia podémica ha optado por el silencio y mirar hacia otro lado. "Cosas de este estúpido", ha dicho en una reunión familiar una destacada ministra. "Garzón es de los que se preguntan qué estaba haciendo con la vaca el hombre que descubrió el ordeño", añadían en jocoso tuit.

El ministro de lío, entusiasta ferviente de todos los regímenes sanguinarios y totalitarios del planeta, se ha convertido en el gran argumento electoral del Partido Popular para la cita del próximo 13 de febrero. Alfonso Fernández Mañueco cabalga en las encuestas que manejan en su partido desde que estalló la guerra de la carne. No solo es la región con mayor producción de vacuno de España sino que encarna la idea del mundo rural y abandonado por los pijoprogres de ciudad, esa izquierda exquisita y caviar, que jamás ha tenido que romperse el espinazo en el campo o en los pastos, en la cosecha o con el ganado. Garzón le ha dado el más esplendoroso guion al PP. Pablo Casado, desde su confinamiento pandémico, lanza aullidos de felicidad ante este escenario con el que no contaba.

"Si es ministro de Consumo y no le agradan esas granjas extensivas, lo tiene muy fácil. Que se siente con su homólogo de Agricultura y que se pongan a trabajar para solucionarlo", comenta un alto dirigente del mundo rural

Todos los ayuntamientos, diputaciones y demás instituciones controladas por los populares van a lanzar iniciativas de moción de censura contra el cuestionado ministro que no ha sido capaz de percibir el estropicio que, con razón o sin ella, iban a tener sus palabras. "Si es ministro de Consumo y no le agradan esas macrogranjas, lo tiene muy fácil. Que se siente con su homólogo de Agricultura y que se pongan a trabajar para solucionarlo", comenta un alto dirigente del mundo rural. Trabajar. He ahí la palabra maldita, prácticamente desconocida por el protagonista de este embolado.

Garzón, como en su día Pablo Iglesias, o el legendario Manuel Castells, o en la actualidad Irene Montero, pasa por ser uno de los miembros del Gabinete más perezoso y que menos aporta en las sesiones del Consejo de Ministros. Llega, apenas abre la boca, no se ha leído un dossier, nada plantea y se marcha tan contento, resume un veterano de Moncloa. Lo que sí ha conseguido es destrozarle la campaña al candidato socialista, Luis Tudanca, por lo demás, un político grisón y sin demasiado arrastre, y servírsela en bandeja al tampoco hiperbrillante Mañueco, que arriesgó al disolver y convocar urnas anticipadas y, a lo que se está viendo, parece que la apuesta le puede salir redonda.

La carne es, junto al mundo y al demonio, uno de los enemigos del alma. Ahora la tríada ha mutado. Ahora son el mundo, el demonio y Garzón. Al menos, desde el punto de vista del socialismo demudado. Y Casado reza para que no lo cesen, ni dimita, que no lo hará, hasta las generales. Petit Garzón es garantía de voto abrumador, cabreado y movilizado en favor de los populares. Y Sánchez, maniatado por el podemismo cerril y reaccionario, una polvorienta antigualla que alguien dejó olvidada en el Rastro, no puede hacer nada. Más moviliza el voto de un talibán seudoecolo marxista-veganista que el vetusto espantajo de la ultraderecha, ya tan manoseado que mueve a la risa. ¿Quién se acuerda de la foto de Colón, salvo Adriana que ya no es nadie? Loor y gloria al ministro Garzón, impertinente e intempestivo, que le va a permitir a Casado apuntarse la primera victoria en su acelerado deambular por la autopista hacia el cielo.

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