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Opinión

Europa, esa comunidad de vecinos

Angela Merkel, Theresa May y Emmanuel Macron

Hagamos una pausa en nuestra cotidianeidad política. Dejemos sin una línea el espejo cóncavo del inicio de la Legislatura número 13, buen número. Pasemos por alto las genialidades de campaña, que las hay de todos los colores predominando el esperpento que cabría imaginarlo en negro. Habrá tiempo sobrado para saciarnos de tantas mentiras que se nos agotará la paciencia, ya muy trabajada últimamente. Ya están todos colocados, todos, y toca defender sus pesebres con tono sentencioso y aguantar, que al fin son cuatro años si la suerte los acompaña. Pero por favor, se lo ruego, que no me digan que los eligió el pueblo porque es un argumento que se agotó hace muchos años, no solo en Sicilia y en Valencia y en Andalucía. También en Cataluña y en Asturias que por razones diferentes son ejemplos que bordean el infarto. Entretanto, miremos hacia fuera.

Lo más parecido a la Comunidad Europea, en términos coloquiales, es una comunidad de vecinos. Están los del Principal, siempre dominantes, y luego los de pisos más altos y con menos recursos. También los incrustados, los de viviendas a medio construir después de haber pasado por diversos avatares domésticos. Unos pagan de buen grado los servicios comunitarios porque es más lo que obtienen y mucho lo que se juegan en su bienestar doméstico. Otros, como siempre ocurre en las casas de vecindad, protestan mientras se afanan por quedarse con todo lo que está a su alcance, aunque se quejen de la escalera. Ahí están, por ejemplo, Polonia o Hungría, que reciben las ayudas con gesto de desdén, como tronados caballeros sin fortuna, pero que se cuidan muy mucho de no romper las reglas del juego comunitarias.

Vivimos tan encerrados en nuestras miserias que apenas atisbamos las del vecino, como las de Macron reuniendo a la inteligencia caviar europea en el Elíseo

Conviene no olvidar que la hoy tan ideologizada Unión Europea nació como una empresa comercial. Como suele ocurrir, el aditamento ideológico, las grandes palabras, vinieron luego de los grandes negocios. La Comunidad de Vecinos Empresarios dio el salto lógico a un decálogo de principios sobre la libertad y la democracia.

Como todo círculo de empresarios empezó en club privado, y la fuerza de las cosas, y de los mercados, los hizo avanzar hacia la comunidad de vecinos que ahora existe. Ya nadie se acuerda de la bola negra que introducía De Gaulle al ingreso de Gran Bretaña en la sociedad. No le hizo falta que apareciera Margaret Thatcher exigiendo que se le devolvieran las cuotas para saber que se trataba de un vecino poco habituado a la vecindad comunitaria: una isla donde las clases asentadas vivían en casas unifamiliares con jardín.

España entró en 1985 con el doble compromiso de la revalidación de la OTAN, tras un referéndum traumático para la izquierda, la misma que había llevado a Felipe González a la victoria absoluta en octubre de 1982, y con una política económica tan dura como errática en la que se pagaron viejas cuentas y se concedieron nuevos privilegios. Pero el balance fue positivo hasta que llegó la crisis del nuevo siglo y saltaron las costuras prendidas con alfileres. Aunque la cuenta de resultados no salió airosa, nadie puede negar -basta referirse al derroche de los fondos FEDER de la Unión Europea- que los beneficiados no osaron quejarse. Una investigación sobre las inversiones de los FEDER derrumbaría nuestra convivencia vecinal. ¡Cuánto trilero, cuánta estafa, cuánta jeta autonómica!

Adiós a las minas y al acero, la base sobre las que se creó la Comunidad Europea. Adiós también a lo que fue el modelo de la clase obrera occidental

Hoy, la Comunidad de Vecinos Europea pasa por la amenaza del colapso, y no es fundamentalmente por los negocios, sino por una forma de economía sumergida que dice asentarse sobre ideas y tradiciones sacadas del baúl de los disfraces. Vuelve la Iglesia preconciliar para resucitar a Pío Nono -en España no se le llamaba Pío IX, sino como el pastel borracho, por buen nombre “un pionono”-. Salvini en Italia, que pasó del mítico PCI de Berlinguer a la extrema derecha, se exhibe en sus mítines con un misal y un rosario. Su ministro de la Familia, Lorenzo Fontana, se proclama heredero de la victoria de Lepanto -felizmente Vox no lee prensa foránea-. Un gobierno que se sostiene bajo el manto de los modernos del Movimiento 5 Estrellas nacido del gracioso jubilado Beppe Grillo.

Vivimos tan encerrados en nuestras miserias que apenas atisbamos las del vecino. Macron reunió a la inteligencia caviar de Europa en el Elíseo. Los invitados al desayuno presidencial, doce apóstoles, ¡doce!, donde no podía faltar el tan ubicuo como desvergonzado Bernard-Henri Levy, al que de seguro nadie preguntará por su papel de inductor a la invasión de Libia, ni tampoco si es que va por allá para asumir la catástrofe. Nunca idiota tan bien plantado ha sido capaz de engañar a tanto provinciano con pretensiones. Entre los doce, nuestro Fernando Savater. Desconozco si había té o si el zumo iba acompañado de delicatessen para cuchillo y tenedor, pero sí que el tema era la idea de Europa y los populismos. Tengo malsana curiosidad por saber si el encuentro matutino se desarrolló como aquellas sesiones de Felipe González con intelectuales en la “bodeguilla” de la Moncloa; ellos escuchaban al presidente y luego reían sus agudezas o se pasmaban en el papel de marmolillos. La inteligencia posmoderna de palmeros alto standing.

El lugar común de que la Alemania del Este, la que se libró de la tiranía, sea la más pobre del país ya no es cierto. Estudios recientes han venido a ratificar que la región más deteriorada de Alemania, la que tiene mayor paro y más abandono, es el Ruhr, el viejo Ruhr, la cantera histórica de la socialdemocracia alemana. Ahora votan a la extrema derecha y amenazan con ganar este domingo en el feudo de la izquierda institucional, Bremen, socialdemócrata desde 1945. Adiós a las minas y al acero, la base sobre las que se creó la Comunidad Europea. Adiós también a lo que fue el modelo de la clase obrera occidental.

Cabría analizar este nuevo signo de la época, pero no hay lugar para la nostalgia. Se acabó y punto. Habrá que seguir desde otras bases. Por pequeño que sea siempre queda un hilo de esperanza. Los diarios franceses de provincias, una cincuentena de diez grupos de prensa diferentes, aceptaron una rueda de prensa con el presidente Macron en esta semana de campaña. Pero hubo dos que se negaron, La Voix du Nord y Le Telegram. Les pareció que por ética profesional no podían aceptar la concesión desproporcionada al presidente en vísperas electorales, y menos aún que debieran pasar la información por el cedazo del Elíseo.

Aunque sea un magro ejemplo, estamos tan faltos de ellos que eso anima.

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