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Opinión

La estrategia del desistimiento

Los independentistas en Cataluña no quieren la desestabilización, prefieren quedarse ahora en la "no estabilización", y solo admiten como potencialmente beneficioso el enfrentamiento con situaciones en parte excepcionales, pero políticamente controladas

Govern Aragonés
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. EFE

Pasado mañana viernes, día 17, en la sala Ernest Lluch del Congreso de los Diputados el profesor Adolf Tobeña presentará su libro Fragmented Catalonia, que es sin duda el análisis más lucido y esclarecedor nunca ofrecido de los efectos que sobre la población de Cataluña derivan del incesante secesionismo. Para ello Tobeña se basa exclusivamente en los datos demoscópicos del Centro de Estudios de Opinión (CEO) dependiente de la Generalitat, sin mezcla de CIS alguno. Se pronostica una sesión memorable porque permitirá conocer la otra realidad que subyace al hegemonismo empeñado en imponerse.  

Hemos de coincidir con los teóricos que han desarrollado las relaciones entre política y estrategia expuestas por Clausewitz en que los independentistas en Cataluña no quieren la desestabilización, prefieren quedarse ahora en la "no estabilización", y solo admiten como potencialmente beneficioso el enfrentamiento con situaciones en parte excepcionales, pero políticamente controladas. A esa conclusión les lleva la aplicación cuidadosa de lo que Aníbal Romero, en su libro Estrategia y política en la era nuclear denomina punto culminante de la victoria que, como principio estratégico, consiste en saber cuándo detenerse, en apreciar correctamente hasta dónde es posible llegar sin correr riesgos innecesarios que pongan en peligro los éxitos obtenidos. Este principio tiene relación con la idea clausewitziana de que una victoria puede ser mejor definida si es limitada.

La segunda relación fundamental entre política y estrategia se refiere a la determinación del centro de gravedad del adversario que, dada la esencia psicológica del independentismo, ha de tener en cuenta su naturaleza de batalla de voluntades. Por eso, debe dirigir sus golpes contra ese centro de gravedad, que reside, precisamente, en la voluntad nacional de mantener la unidad española. De ahí que lo fundamental sea que las crisis políticas internas se intensifiquen de tal forma que los costes de mantener esa voluntad política se hagan insoportables.

Algunos han denominado a la acción combinada de ambas relaciones, tal como la aplican los independentistas, estrategia del desistimiento. Y ahí es donde quieren conducir a la sociedad española y al Estado español respecto a Cataluña. En el campo psicológico, algunos efectos de la estrategia del desistimiento son ya perceptibles. De la misma manera que se pudo sostener con base demoscópica indiscutible a comienzos de los años ochenta que de hacerse un referéndum de autodeterminación el resultado sería contrario en Euskadi y favorable en el resto de España, ahora podríamos estar bordeando esa misma diferencia respecto a la secesión de Cataluña.

En Cataluña los que resisten sin dejarse arrastrar por el secesionismo ignoran cuál es su causa que autoridad alguna ampara, mientras que los independentistas aupados por el Govern saben siempre cómo ganar puntos que hacer valer en su momento. No es posible aducir cifras ni estadísticas, cuidadosamente ocultas, pero, si el Gobierno quisiera facilitarlas, su consulta sería demoledora: ¿cuántas plazas de funcionarios, de jueces, de fiscales, de maestros, de catedráticos, de aduaneros, de controladores aéreos, de ferroviarios, de policías nacionales, de guardias civiles, por citar solo algunos ejemplos, permanecen vacantes en el País Vasco y desde hace cuánto tiempo? Ese es uno de los índices más claros para medir hasta dónde la actividad independentista ha logrado imponer la estrategia del desistimiento en Cataluña. Mientras, sorprendentemente, desde el Estado faltan los elementos doctrinales y operativos que configuren una reacción proporcionada al independentismo, que es el mayor desafío a la democracia española.

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