Se acaba un año que, como vimos hace unos días, ha sido muy malo en los mercados financieros, bueno en cuanto a crecimiento y empleo, y duro para las economías familiares por el fuerte aumento de los precios. Estamos ante una situación poco habitual: tenemos la sensación de estar en crisis pero al no aumentar el paro, el consumo se mantiene a pesar del alza de la inflación, lo que nos ha llevado, en general, a esquivar la recesión en el mundo. En concreto para España, el buen año turístico y la continuación del efecto rebote tras el fuerte desplome del PIB de 2020, ha llevado a que, en términos de crecimiento, este sea un gran año, algo que ya estaba previsto.
Por desgracia, estamos en una guerra contrarreloj ya que hemos perdido tanto poder adquisitivo los dos últimos años (no solo por la inflación, también por la mayor carga fiscal) que, antes o después, reduciremos nuestro consumo y ello generará pérdida de empleo, empezando el círculo vicioso que ya hemos visto en otras crisis. El agravante es que, en situaciones similares se recurría al banco central para que bajara tipos o aumentara la liquidez para favorecer el endeudamiento y el crédito y así impulsar el consumo. Esta vez ocurre todo lo contrario: para intentar bajar la inflación, la política monetaria lleva meses (y aún durará un tiempo así) endureciéndose. Es decir, la peor consecuencia de 2022 es la negra sombra que se cierne sobre 2023, en el que se crecerá menos que en 2022 como en 2022 se creció menos que en 2021.
Siempre es difícil prever qué ocurrirá los próximos doce meses, pero si además estamos en las manos de Vladímir Putin, Joe Biden, Xi Jinping y la inoperancia europea en el tablero internacional, se complica todo aún más
Ya avisamos hace mucho que es muy difícil salir de una situación de estanflación (bajo crecimiento y alta inflación) en la que ha entrado el mundo en general, y España desde el tercer trimestre. Un crecimiento plano con un IPC que, incluso tras la moderación de las subidas vista desde los máximos de verano, sigue siendo lo bastante alto como para afectar a nuestras decisiones de gasto. Si se toman medidas para promover el crecimiento se supone que empeorará la inflación, y si se endurece la política monetaria para intentar bajar el IPC, y ya lo estamos viendo, el PIB se ve dañado. Además, está el factor geopolítico, que fue clave en 2022 por culpa de Rusia, y es casi seguro que en 2023 tendrá mucha importancia. Siempre es difícil prever qué ocurrirá los próximos doce meses, pero si además estamos en las manos de Vladímir Putin, Joe Biden, Xi Jinping y la inoperancia europea en el tablero internacional, se complica todo aún más.
La guerra de Ucrania, como pasó con la pandemia, ha dejado en evidencia la dependencia europea de muchos productos, especialmente en la energía. Años de malas políticas, de exageraciones eco-insostenibles y de ataques a la energía nuclear, llevaron a Alemania a necesitar el gas ruso, y aunque durante todos estos meses se han buscado alternativas (desde Estados Unidos a Qatar), que parecen haber salvado el invierno, lo cierto es que la UE en su conjunto podría haber encontrado sólo un parche. En 2023 no se van a poder llenar las reservas como sí se hizo en 2022, cuando se siguió comprando a Rusia a pesar de las sanciones, hasta que Putin decidió cerrar del todo el grifo.
Que el interanual del IPC baje de un mes a otro, lo único que indica es que el ritmo de subida es menor que el que había hace un año, pero el alza de precios sigue ahí
Por supuesto hay factores que invitan al optimismo. Desde un final de la guerra en Ucrania a datos que indican que las peores previsiones no se están cumpliendo, como que ha ocurrido con los tan anunciados cortes de energía en Europa a pesar de la llegada del frío, que no se han concretado. Lo mejor de lo ocurrido este año es la bajada de precio de la mayoría de las materias primas, en especial el petróleo. Si a eso sumamos el rebote del euro del último trimestre, es evidente que las tensiones inflacionistas se moderan en nuestra área económica. Pero no nos engañemos, que el interanual del IPC baje de un mes a otro, lo único que indica es que el ritmo de subida es menor que el que había hace un año, pero el alza de precios sigue ahí. Es decir, el mayor coste para todos nosotros va a seguir existiendo, y por supuesto es mejor que se suba un 7% que un 10% pero que nadie crea que los precios bajan, simplemente se elevan a menor ritmo.
Todo apunta a un mal primer trimestre y del resto es muy difícil decir mucho con tantas variables como hay, pero mi escenario es que varios países entrarán en recesión y España la esquivará por muy poco. Cada vez nos cuesta todo más y tenemos menos ahorros y nos cunden menos los sueldos. Tampoco será fácil que nos endeudemos (para comprar casas o coches, que son adquisiciones que “tiran” mucho del PIB), y sin crecimiento de la economía es muy complicado que no aumente el desempleo. Por el contrario, quizás el factor más positivo para el PIB español sea el enorme gasto público (aunque sea pan para hoy y hambre para mañana) propiciado por las convocatorias electorales, que pueden cambiar el signo del primer semestre si se concentraran todas las votaciones en mayo. Los fondos europeos y el turismo, que se supone por menor importancia de la pandemia podría ser mejor que en 2021, también pueden ser motivos para el optimismo.
Como posible “cisne negro”, me preocupa que nuestras cuentas estén tan mal, tras decisiones tan irresponsables como la de subir todas las pensiones un 8,5%, y que, tras el cambio de política monetaria de BCE, se dispare la prima de riesgo, situación que también podría verse implicada Italia, y se genere una crisis -que podría ser sistémica al afectar a la tercera y cuarta economía más grandes de la Eurozona- de deuda soberana en nuestra área económica. Por suerte, lo que suele pasar, para bien o para mal, es lo menos previsto. Esperemos que en 2023 nos toque lo mejor. Feliz año.