Opinión

España, ante la nueva guerra fría

La pieza principal que persigue la China comunista es la Unión Europea. Por eso harán todo lo necesario para no perder en Ucrania

Pedro Sánchez y Xi Jinping
Pedro Sánchez y Xi Jinping Óscar J. Barroso / AFP7.

No está el mundo para depender de un gobierno tan mediocre como el sanchista. Hace unos días, Iberdrola decidió vender algunos parques eléctricos en México después de padecer una inaceptable persecución del presidente López Obrador, un populista bolivariano que esta destrozando su país. En todos estos años de acoso a la eléctrica y a otras multinacionales por ser españolas, Pedro Sánchez no ha movido un dedo para defender un interés nacional tan evidente. Prefirió llamar codicioso al presidente de la compañía, Ignacio Galán.

El problema para España de esta actitud anti-empresas se agrava en un mundo en el que las dificultades para competir se multiplican. El Partido Comunista Chino (PCC), con el dictador Xi Jinping al frente, sigue una estrategia inalterable para convertir al enorme país asiático en la única potencia hegemónica mundial. Es una situación que se empieza a definir como una nueva guerra fría dominada por la China comunista, como la anterior por la Unión Soviética. Mala noticia para la internacionalización de nuestra economía.

Las empresas deben hacer frente a competidoras chinas protegidas por un capitalismo de Estado que soslaya las reglas de mercado. Lo que está modificando las condiciones de la economía global es que el PCC ha organizado de forma centralizada una economía con presencia en todo el mundo al servicio de su objetivo hegemónico e intenta “expulsar” por todos los medios la competencia occidental, de México o de cualquier otro lugar. Como explica Claudio F. González en El gran sueño de China, las compañías chinas “disfrutan de ventajas derivadas de condiciones asimétricas de mercado”.

No se trata de un competidor más, sino de una dictadura que ha tejido con paciencia una estrategia para imponerse como el hegemón mundial en solitario

Durante años, las democracias occidentales han sufrido un espejismo sobre las intenciones del gigante comunista. Se creyó ingenuamente que, con el crecimiento del PIB y de las clase medias, la democracia sería allí inevitable. Pero no se trata de un competidor más, sino de una dictadura que ha tejido con paciencia una estrategia para imponerse como el hegemón mundial en solitario. Todo, desde el crecimiento económico y tecnológico al fortalecimiento militar, se orienta a ese fin. En Ucrania, Vladimir Putin bombardea Kiev, pero al dictado de Xi Jinping, el director de orquesta.

Las democracias occidentales se han dormido en los laureles y han cebado a la bestia que quiere acabar con ellas. Al dictador chino le encanta exhibir su interpretación de la trampa de Tucídides, la teoría de Grahan Allison sobre el conflicto  repetido a lo largo de la historia entre dos potencias que se disputan la hegemonía. En esta ocasión, la competición entre China en ascenso y EEUU en declive, tranquiliza Xi, no terminará en guerra, como ocurrió con Atenas y Esparta. Miente; todos sus actos apuntan al conflicto bélico. Es obvio que está preparando a China para la guerra.

Ha ordenado al Ejército Popular que esté en condiciones de invadir Taiwán en 2027; tiene programado que el poder militar chino sea el más poderoso en 2050 -muchos expertos afirman que lo lograrán antes-; ha diseñado un plan de agresiones contra la soberanía de los países vecinos; apoya todos los conflictos bélicos que puedan debilitar a Occidente. Todo sirve al objetivo marcado, incluidas las perturbaciones provocadas en las cadenas de suministro y la distorsiones de los mercados. Imaginar un muy previsible bloqueo de Taiwán da idea de la envergadura de la amenaza.

El éxito del tirano sanguinario con modales exquisitos exige una disminución de los derechos humanos universales, de la libertad de pensamiento y de la capacidad de autogobierno de los países en todo el mundo

Y lo más decisivo: detrás de la estrategia china hay un modelo de sociedad que se quiere imponer en todo el mundo. El éxito del tirano sanguinario con modales exquisitos exige una disminución de los derechos humanos universales, de la libertad de pensamiento y de la capacidad de autogobierno de los países en todo el mundo. Este conflicto no va solo de PIB o de infraestructuras 5B e inteligencia artificial. El  orden internacional liberal es incompatible con el que pretende imponer el PCC. Los que están amenazados son nuestros sistemas de convivencia democrática.

En esa dirección, la pieza principal que persigue la China comunista es la Unión Europea. Por eso harán todo lo necesario para no perder en Ucrania. Pretenden dividir a los 27 y romper su alianza con EEUU. Xi Jinping quiere imponer una coexistencia apoyada en el poder económico chino. Frente a esa amenaza, Ucrania ha demostrado que las democracias liberales solo sobrevivirán si van juntas. Yerra Macron en sus declaraciones “gaullistas” antiestadounidenses, como sostiene Jesús Cacho en VP.

Urge advertir a las opiniones públicas sobre las trampas de Xi Jinping, similares a las del tirano de Siracusa hace 2.300 años para esconder sus cartas contra las “democracias” seguidoras del modelo ateniense, como relata magistralmente Massimo Manfredi en El Tirano. Afortunadamente, democracias como Suecia, Canadá, Australia, y muchas más, ha entendido el juego chino que nos sitúa en la Segunda Guerra Fría y, lejos de cualquier tentación de neutralidad cómplice, en defensa de sus modelos sociales, apoyan decididamente la alianza estrecha con EEUU. En cuanto al comercio con China, como aconseja Claudio González, conviene “mantener las conexiones, pero evitar las dependencias excesivas”.

Que España cuente, en situación tan crítica, con un gobierno en el que cada ministro tiene su propio criterio geopolítico, en muchos casos rabiosamente antioccidental, marca la urgente necesidad de cambiar de gobierno. El desarrollo y bienestar de los españoles está inevitablemente asociado a la capacidad para adaptase a la nueva guerra fría. Justo en la dirección contraria del discurso anticapitalista de los tiempos de maricastaña pronunciado por Yolanda Díaz en la ONU.

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