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Opinión

Escrivá contra Escrivá

José Luis Escrivá, ministro de Seguridad Social

Seguro que es muy difícil. Una trayectoria larga y exitosa. Un prestigio profesional ganado a pulso que tiene, como última muesca, una propuesta argumentada al detalle para poner en marcha, despacio y con cuidado, un suelo de renta mínima para aquellas personas que malviven extramuros del sistema. Y después una llamada. Escuchar algo así como: "Ese proyecto tuyo suena bien. Si de verdad crees en él, vente y lo pones tú en marcha". ¿Cómo decir que no?

Luego empieza lo realmente difícil. Ese "lo pones tú en marcha" era una forma de hablar. En realidad, significaba "te pones de acuerdo" con un populista que se sueña Lenin redivivo: un pequeño Rasputín de vocación chequista y hueca petulancia perfectamente retratada en sus insuperables ejecuciones en el inglés de los galápagos... La vida es más sencilla en el mundo de papel.

Pero las dificultades no habían hecho nada más que empezar. El proyecto tenía su sentido en una economía en crecimiento, con cierta capacidad para reducir sus desequilibrios, y la pobreza extrema es un desequilibrio lacerante. Pero llegó la pandemia, sus decenas de miles de muertos mal contados, la Gran Reclusión como método medieval de poner freno al virus, y un enorme empobrecimiento -aún por determinar- resultado de haber parado en seco la economía.

Las urgencias del populismo empujaron en dirección contraria: "Nada de repensar, lo nuestro es impulsar sin pensar’"

En medio del hundimiento económico, con todos los desequilibrios desatados, y con un incalculado número de personas empujadas a nuevas formas de pobreza y exclusión, el proyecto pensado con el mimo del análisis teórico debía, como mínimo, repensarse. Las urgencias del populismo empujaron en dirección contraria: "Nada de repensar, lo nuestro es impulsar sin pensar’" Las dificultades seguían creciendo.

Y el funcionario de pro, con prestigio de solvencia y seriedad ganado a pulso durante muchos años, aceptó que su proyecto se presentara sin Memoria Económica (¡sin Memoria Económica!), y sin informes ni del Consejo de Estado ni del Consejo Económico y Social. Dio por bueno que, para eludir todos los necesarios controles, se disfrazara de decreto de urgencia por la covid lo que era un proyecto de ley pre-covid: un proyecto pensado cuando la pandemia era solo imaginable en las calenturientas mentes de guionistas de películas de terror. Y ahora queda justificar la urgencia dando un apoyo, no previsto en el Real decreto Ley, a las víctimas económicas de la covid.

Chequista-tuitero

El economista aceptó lo más difícil, quizá confiado en que ese tortuoso camino sea el que exigen los vericuetos de la política: asumió aplazar elementos nucleares de su proyecto con la esperanza de poder reactivarlos cuando la vigilancia del chequista-tuitero que le ha tocado como contraparte esté entretenida con asuntos de más urgencia mediática. Consintió, por ejemplo, en dejar para más adelante los incentivos al empleo que pueden evitar que su proyecto de ingreso mínimo vital acabe convirtiéndose en un incentivo a sumergir, en todo o en parte, las actividades económicas de menor remuneración. O, también por ejemplo, admitió posponer las vías para evitar la duplicidad de prestaciones con quienes tienen la competencia constitucional en servicios sociales: Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. O, como más que un ejemplo, esquinó encuadrar la puesta en marcha de su medida en un plan presupuestario a medio plazo que permita compensar el incremento estructural de gasto, déficit y deuda.

No son tres asuntos menores. Más bien lo contrario si se miran desde la óptica del prestigio de un economista cabal: más déficit, más duplicidades y más economía sumergida son una pésima carta de presentación casi para cualquiera. Y hay más asuntos, de carácter más político: destacan la invasión de competencias y la discriminación a favor del País Vasco. Estos dos asuntos pueden solventarse con una razonable negociación con Comunidades Autónomas y Ayuntamientos que, de momento, está únicamente anunciada.

Solo tiene que elegir si quiere pactar con quienes defendemos una sociedad solidaria de ciudadanos libres, o si prefiere seguir el dictado de los que pretenden una sociedad dependiente de vasallos sometidos

La negociación razonable es clave no solo para reparar aquel prestigio profesional y académico ahora en almoneda, sino para demostrar la capacidad de la mejor política para un gobernante: dejar un país mejor del que encontraste. Es decir, exactamente lo contrario de lo que pretende el admirador de Lenin aposentado como vicepresidente en el Consejo de Ministros.

El señor Escrivá tiene muchos motivos para estar decepcionado con el ministro Escrivá. Y tiene también una oportunidad para sumar a aquel prestigio de economista otro, más contingente, de buen gestor político. Él sabe que la negociación razonable con el Partido Popular es el camino. Los dos Escrivá saben que es la mejor forma de recuperar la esencia de su proyecto y, a la vez, atender a las nuevas víctimas económicas de la covid.

El marco es muy sencillo. Solo tiene que elegir si quiere pactar con quienes defendemos una sociedad solidaria de ciudadanos libres, o si prefiere seguir el dictado de los que pretenden una sociedad dependiente de vasallos sometidos. Escrivá contra Escrivá.

En tiempos de trilemas, es solo un dilema.

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