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Opinión

El Rey está vestido

La sensación es la misma que en octubre de 2017, cuando tuvo que salir Felipe VI a afirmar que esto es una democracia garantista

Felipe VI
Felipe VI durante el acto de entrega de los despachos a los 188 integrantes de la 70ª promoción de jueces EFE

El mismo día que el Rey entrega los despachos a los jueces en Barcelona, el diario oficial del sanchismo publica una entrevista con la ministra de Justicia. No es casualidad. De las respuestas de Pilar Llop se deducen dos cosas: el Rey está avisado de que cuando haya una mayoría suficiente se acabará su inviolabilidad, y que el CGPJ y el PP estropean la imagen democrática de España.

El Gobierno necesitaba hacer dos guiños a sus socios. Por un lado, amenazar la figura del Rey para contentar a los nacionalistas catalanes, y, por otro, llamar autoritarios al poder judicial y a la derecha, a gusto de Podemos. El fondo es que ambas instituciones -la monarquía y el poder judicial-, están en una situación de ilegitimidad democrática, y que el PP es cómplice.

Este año la Casa Real no ha recibido la llamada de Iván Redondo, ordenado por Sánchez, para transmitirle la conveniencia de que no se le viera en Barcelona. El Rey obedeció el año pasado, pero los jueces protestaron y el ministro, y con él todo el Gobierno, quedó en evidencia. Esta vez ha ido y ha dicho lo que se espera del Rey de una monarquía parlamentaria basada en la democracia liberal: el poder judicial debe ser independiente.

El PP no debe olvidar que por encima de la forma está el contenido; es decir, que no puede primar el consenso al sentido de la reforma

Una afirmación de este tipo, en una situación dominada por un Gobierno con alma totalitaria que sobrevive por el auxilio de los que quieren romper el orden constitucional, constituye un grito de libertad. Es un toque de atención a los grandes partidos, tanto al PSOE como al PP, de que no deben olvidar que una democracia se fundamenta en la existencia de contrapesos.

La pretensión de amoldar todas las instituciones y las leyes a una mayoría parlamentaria circunstancial suena muy autoritaria. Por eso la Unión Europea dio un pescozón democrático a Pedro Sánchez por su deseo de controlar el CGPJ. Pero el PP no debe olvidar que por encima de la forma está el contenido; es decir, que no puede primar el consenso al sentido de la reforma.

El autoritarismo no está solo en el alma de la derecha populista. También está en la izquierda. Polonia marchó hacia un régimen autoritario de la ley a la ley. Este mecanismo no es exclusivo del nacionalpopulismo. El peligro está en olvidar el riesgo que suponen para toda democracia aquellos que, en volandas de una pretendida “voluntad general”, pretenden diluir el control del Ejecutivo. Es justo ahí cuando la democracia pierde la esencia.

Tender una mano al PSOE para renovar el CGPJ, así, sin más, aunque sea con la promesa de una reforma del sistema de elección, será un error irreparable

La moderación no está solo en las maneras, en tender una mano al otro cuando el que está enfrente desprecia los mecanismos de la democracia. Es otra cosa. Ser moderado es defender la letra y el espíritu de un sistema democrático.

Nunca está de más el recordar que la democracia no consiste en seguir el dictado de la mayoría, sino en sostener la estructura institucional que garantiza los derechos individuales, gane quien gane unas elecciones. Tender una mano al PSOE para renovar el CGPJ, así, sin más, aunque sea con la promesa de una reforma del sistema de elección, será un error irreparable.

El fallo sería considerable no solo porque la palabra de Sánchez no sirve para nada, sino porque el PP se presentó a las elecciones de noviembre de 2019 prometiendo devolver la independencia al poder judicial. Y lo debe cumplir.

Es extraño que un Rey tenga que recordar en público el fundamento del sistema constitucional. Es tan raro que suena a llamamiento a la sensatez para unos dirigentes que juegan con los delicados mecanismos de la democracia, desde la separación de poderes hasta la soberanía nacional o la organización territorial. La sensación es la misma que en octubre de 2017, cuando tuvo que salir Felipe VI a afirmar que esto es una democracia garantista.

Mientras la incertidumbre se vuelve a colar entre los españoles, que temen un nuevo abandono o fracaso de su “clase política”, la confianza hacia el Rey se mantiene. No es un sentido monárquico absurdo. Es que alguien con autoridad tenía que llamar la atención alguna vez. Ha sido Felipe VI, demostrando una vez más que el Rey no está desnudo.

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