Opinión

El país etarra

El terror etarra y su ascenso al poder sólo se explica por la complicidad de los vascos.

'Txapote' y 'Amaia' durante un juicio en 2009. EFE

Han puesto en libertad a los últimos cinco etarras que permanecían en cárceles alejadas del País Etarra, perdón, País Vasco. Digo en libertad, anticipándome un poco, pero es evidente que ese traslado es la suntuosa antesala de la liberación.  Las cárceles vascas, ahora en manos del Gobierno vasco, no son cárceles son hoteles de paso para los etarras, que las regentan y controlan, al menos parcialmente. Han instalado en ellas a los cinco patriotas vascos, con el fin de que salgan a las calles de España lo antes posible y, quién sabe, ocupen en el futuro posiciones de poder político en el llamado País Etarra, perdón, País Vasco. Y todo por matar españoles en nombre del País Etarra, perdón, País Vasco.  En la España socialista y bipartidista, para un etarra, todo es posible.  

Entre los liberados, digo, trasladados, están los asesinos de Miguel Ángel Blanco, Irantzu Gallastegi y Francisco JavierGarcía Gaztelu (Txapote). Esperarán la libertad follando y procreando (ya tienen dos hijos concebidos en prisión), tramitando un diploma-regalo de alguna universidad etarra, digo vasca, disfrutando de vida familiar, haciendo deporte y cuidándose, que la genética vasca (de la que dice, amoroso, Feijóo, que su hijo tiene un 25%) tiende a ser longeva. Hay que cuidarse, para la carrera política que, tal vez, espere. Y si no, para la vida de héroes, de ciudadanos ilustres, que les deparará el noble pueblo etarra, digo, vasco.

Una justicia que condena a cientos, a miles de años de cárcel a un asesino sabiendo que sólo puede cumplir treinta, que nunca cumple. Sucia pantomima, puro teatro

Y ahora, después de leer esto, y perdonen mi crudeza, acompáñenme en el siguiente ejercicio: imaginen la tumba de Miguel Ángel Blanco, imaginen la cabeza destrozada de Miguel Ángel Blanco, imaginen los momentos a la espera de los balazos, de rodillas y atado, de Miguel Ángel Blanco. Imaginen todo ese horror conmigo, si no es mucho pedir. Y lleguen a la evidente conclusión, como yo, de que todo ese horror desemboca en los asesinos del joven Blanco follando como conejos en una cárcel hotel vasca, en régimen de respeto y privilegios, mientras esperan la libertad. Y esto gracias a la vileza de los políticos españoles, y gracias a una justicia española mierdera, mentirosa y politiquera. Una justicia que condena a cientos, a miles de años de cárcel a un asesino sabiendo que sólo puede cumplir treinta, que nunca cumple. Sucia pantomima, puro teatro, de cientos y miles de años para que la piedad, siempre a costa del dolor de otros, caliente sus miserables corazoncitos. ¡Somos buenos! ¡Somos buenos! Para saber lo que es la justicia española basta el futuro que espera a los asesinos de Miguel Ángel Blanco.

Del llamado “pueblo” español, completamente aramburizado, nada ha de esperarse. Ya sólo aguarda la cartica del asesino de un padre o un hijo, una madre o un hermano, para poder morir en paz. Perdonado al fin el “pueblo español”, por los asesinos. ¡Aleluya! Toda infamia, por más obscena y repugnante que sea, tiene su escritor, su músico o su poeta, que ofrece una coartada a esa infamia. Los músicos y los poetas suelen ser los más abyectos, véase Cuba, pero también los novelistas ponen su granito de arena (lugar común). Una coartada, siempre llorica, literaria, sentimental e hipócrita, es muy importante: hace la infamia menos infamia. Y el crimen, menos crimen. Coartada siempre en nombre de la Paz y el Perdón, y de, muy importante, la Reconciliación. ¡Abracémonos todos en la infamia final! Como si el asesinado pudiera reconciliarse con su asesino. No puede. Porque el asesino al matarlo lo privó de esa y de toda posibilidad. Tampoco puede reconciliarse con el asesino la familia del muerto, por cierto. Cuando la familia de un asesinado se reconcilia con el asesino lo único que hace es usurpar el espacio moral del muerto, suplantar de la manera más impúdica al muerto. La familia del muerto no tiene derecho a perdonar en nombre del muerto. Perdonar en nombre del muerto es una indecencia.   

Mataba ETA y la marca blanca de ETA, dígase el PNV, abonaba con la sangre vertida el árbol nacional-racista vasco. Y a la sombra de ese árbol de sangre prosperó y prospera el País Vasco, perdón, el País Etarra.

Así como Cuba es el País Castrista y España fue el País Franquista, el llamado País Vasco es el País Etarra. Ningún conglomerado de seres humanos (no hay “pueblo”, sólo existen los individuos) que encuentre la forma de convivir a largo plazo con el terror político, del signo que sea, es inocente. Sesenta y tres años de castrismo sólo se explican por la complicidad de los cubanos con los asesinos. Por la medida en que los cubanos son el castrismo. La permanencia de Franco en el poder sólo se explica por la complicidad de los españoles. Por la medida en que los españoles fueron el franquismo. El terror etarra y su ascenso al poder sólo se explica por la complicidad de los vascos. Por la medida en que los vascos son ETA.