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Opinión

El mentirosito

Las agresiones homófobas en España son una realidad constante. Y van a peor

Una placa de la calle de Manuela Malasaña en el barrio de Malasaña (Madrid). EFE

Se lo inventó, así de claro. El muy golfo. Ni agresión en grupo, ni ocho encapuchados disfrazados de Ku Klux Klan, ni martirio en un portal, ni insultos, ni vejaciones, ni banda latina ni leches. Era todo mentira. El mierdín este le estaba poniendo los cuernos a su novio con otro tipo. Es el argumento de comedia más viejo del mundo. Un calentón, vamos. Un calentón que se les fue de las manos, porque al mierdín acabaron grabándole la palabra maricón en el culillo: es para preguntarse qué se habrían tomado, de qué irían puestos, porque ninguna persona en su sano juicio hace tal cosa. Eso dando por supuesto que a los veinte años, y con todas las hormonas en posición de presenten armas, alguien tenga sano juicio. Admitamos que se han dado casos.

Pero el crío –porque es un crío–, cuando se le fueron pasando los furores, se dio cuenta de que no quería perder a su novio por un polvete que cabría calificar de demasiado imaginativo. ¿Y qué hizo? Pues está claro: mentir. Se inventó una historia truculenta de agresiones en un portal, de encapuchados y de insultos y de navajas; una historia construida con trozos de agresiones auténticas que todos conocemos y que él habrá visto en la tele o en internet. El problema es que la historia le salió demasiado truculenta. Este “pequeño Nicolás” del ligoteo, como lo llama con amarga ironía mi amigo Kiko, se montó una peli que ni las de Tarantino. Y encima se equivocó de hora: esas tremebundias se cometen por la noche, chiquitín, no a plena luz del día y en mitad del barrio de Malasaña, que no es precisamente el desierto de Taklamakán. Pasa gente, hay muchos vecinos, hay cámaras de seguridad.

El novio oficial, aterrado, dijo que aquella barbaridad había que denunciarla. Lógico. Pero el mentirosito no quería (cómo iba a querer) y llevó varias horas arrastrarle. Ahí fue cuando debió de empezar a sudar frío y a darse cuenta de que mentir es un arte mucho más sutil y complicado de lo que él se imaginaba, y está claro que imaginación no le falta al chaval. Cuando estuvo ante la Policía, contó, punto por punto, la misma patraña. Debió de hacerlo con una verosimilitud y una cara de San Luis Gonzaga admirables, porque la Policía, al principio al menos, le creyó. Y ahí fue cuando estalló todo.

Picó el presidente del Gobierno, quien primero expresó su “cariño” hacia el pendoncillo y luego convocó una cumbre contra la homofobia

La mentira era tan espeluznante, tan barroca, tan detallada, que puso los pelos de punta a medio país. Lo creímos. Picamos todos. Picaron los colectivos gais, que pusieron el grito en el cielo y empezaron a convocar manifestaciones. Picó el alcalde de Madrid, quien, imaginando (no sin motivo ni precedentes) de dónde podrían venir los supuestos agresores, trató de desviar el tiro y habló de una “campaña de la izquierda” para ensuciar la imagen de Madrid, algo que se parece muchísimo a lo que invariablemente hacen los indepes catalanes cada vez que alguien denuncia sus sabandijadas dinerarias. Picó el ministro del Interior, que movilizó a todo el que pudo para aclarar el asunto. Picó la ministra portavoz. Picó el presidente del Gobierno, quien primero expresó su “cariño” hacia el pendoncillo y luego convocó una cumbre contra la homofobia. Picó hasta la ultraderecha: a Ortega Smith le faltó tiempo para vincular estas agresiones (que condena, ah, sí) con la inmigración ilegal, según su costumbre. Picamos todos.

Todos menos la Policía. Nadie había visto nada, nadie oyó nada, las cámaras de seguridad de la zona solo registraron paseantes. Bastó una segunda conversación con el mentirosito para que este se viniese abajo y contase –hay que imaginar que jipiando– la verdad. Se lo había inventado todo. Todo menos su frescura y su desvergüenza. Como el tipo aquel que quemó la casa –dice mi amigo Óscar­– para que su novia no se enterase de que había pasado la noche con otra. En fin, una de Miguel Mihura aunque con menos talento.

Pero algo útil sí ha conseguido el mentirosito: nos ha puesto a todos en nuestro sitio. El descubrimiento de la patraña, además de sacar unos cuantos colores a la cara de mucha gente, ha dejado claro dónde está cada cual y para qué. Los escribidores de la extrema derecha ya han concluido que, como el cretino este mintió y el gobierno se lo creyó, pues el gobierno es culpable. La lógica del argumento es bastante difícil de encontrar, pero eso da lo mismo; al gobierno hay que sacudirle sin contemplaciones porque tiene la culpa de todo, desde el precio de la luz hasta la inmigración, Afganistán, el aeropuerto de Barcelona, el terremoto de México y el cambio climático.

Delitos de odio

La mentira de este arrapiezo ha devuelto a la superficie cifras medio sumergidas: las agresiones homófobas en España han aumentado un 23% en los últimos cinco años. No son casos aislados. La brutalidad es cada vez mayor. En nuestro país hubo, en 2019, 283 delitos de odio relacionados con la orientación sexual de las víctimas; solo uno menos en 2020, cuando estábamos todos confinados, y en lo que llevamos de 2021 han aumentado en un 43%. En las últimas semanas ha habido agresiones de este tipo en Valencia, Melilla, Jaén, Barcelona, Vitoria y Toledo. Agresiones auténticas, no mentiras de un gilipollas. Y eso que, según datos oficiales, solo se denuncia una agresión de cada diez. Eso se llama miedo.

¿Miedo a qué? Pues miren ustedes a su alrededor y distingan –ahora es mucho más fácil– quién no puede disimular su alborozo ni su satisfacción ante el hecho de que el crimen de Malasaña fuese inventado. Quiénes no se cansan de repetir que, como esta denuncia era falsa, seguramente lo serán casi todas, porque todo obedece a un contubernio de la “ideología de género” y del “lobby gay” que, “si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”, recuerden quién dijo eso. Quiénes, qué partido se negó a condenar las agresiones a homosexuales en Amorebieta, por ejemplo, en julio pasado. Quiénes no se cansan de repetir que no son homófobos pero alientan ese odio (ese y otros más) día sí y día también, de pensamiento, palabra, obra y omisión.

La mentira del mentirosito es una excepción. Las agresiones homófobas en España son una realidad constante. Y van a peor. Eso sí, el mentirosito ha hecho un daño terrible a los gais, porque ha atizado, ha envalentonado a quienes los desprecian, los odian o niegan perversamente la realidad de las agresiones.

Espero que, al menos, su novio le haya mandado a la mierda. Se merece mucho más. Pero eso es lo menos que se merece, caramba.

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