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Opinión

¿Dónde estás, Marta, dónde?

Cuántas veces sus familiares habrán lanzado esa pregunta al aire. Cuántas. Hasta agotar la saliva. Hasta la extenuación.

Marta del

Hace apenas un mes, vía Twitter, un conocido periodista de sucesos felicitaba por su boda a una de las hermanas de Marta del Castillo, a Lorena. Junto al mensaje, una fotografía de la joven, con vestido blanco como el arroz, del brazo de su padre. Recuerdo que observé la instantánea, detenidamente, durante varios segundos o minutos, no lo sé. Recuerdo que, con el garfio que forman mis dedos índice y pulgar, la amplié al máximo para ver si encontraba algo, algún resquicio evidente de la ausencia en los rostros de esa familia. Y lo que vi fueron los ojos de un hombre, hinchados de tantas lágrimas retenidas. De tanto dolor acumulado.

Pero, la vida sigue -pensé- pese a todo, aún con todo. Hay que continuar caminando, aunque lleves en los pies, como unas cadenas de hierro, el peso de un crimen todavía sin resolver casi 14 años después. Porque es cierto que hay un asesino, que está en prisión, Miguel Carcaño, el único condenado por la muerte de Marta. Sin embargo, falta lo más importante: su cuerpo.

Sólo un padre desesperado es capaz de algo así: de acudir a la cárcel, sentarse frente al joven que acabó con la vida de su hija, estrecharle la mano, mirarle de frente y rogarle

¿Dónde estás, Marta? ¿Dónde? Cuántas veces sus familiares habrán lanzado esa pregunta al aire. Cuántas. Hasta agotar la saliva. Hasta la extenuación. No puedo ni siquiera imaginarlo. Incluso al propio Carcaño se la llegó a hacer Antonio del Castillo. Sólo un padre desesperado es capaz de algo así: de acudir a la cárcel, sentarse frente al joven que acabó con la vida de su hija, estrecharle la mano, mirarle de frente y rogarle, suplicarle, sin éxito, una pista, una señal para localizar los restos de su niña.

En tantos sitios la han buscado que no queda rincón por rastrear. Peinaron los buzos de la Guardia Civil el Guadalquivir, pero sus aguas nunca devolvieron a Marta a la orilla. Removieron un vertedero, una escombrera, toda la Finca Majaloba. Y allí, entre los expertos, siempre presente, un abuelo materno, José Antonio, a quien le hemos visto envejecer un poco más en cada una de esas exploraciones infructuosas. Perseverante. Insistente. Mientras había búsqueda, había esperanza por encontrar a su nieta.

Ahora ya no queda ni eso porque, esta misma semana, la justicia ha vuelto a sacudir a esta familia archivando, de forma provisional, la causa para localizar los restos de la joven. Permanecía abierta porque, en abril de 2021, un perito forense se comprometió a rastrear los móviles de Marta y de Carcaño y a elaborar un informe que pudiera arrojar, por fin, algo de luz sobre el paradero de la chica. Pero, el juez no ha recibido respuesta alguna hasta el día de hoy y, por eso, ante la ausencia de novedades, ha decidido dar carpetazo al caso. El plazo ha caducado sin prórrogas.

Y pese a este nuevo zarpazo judicial para una piel demasiado rasgada ya, los Castillo Casanueva van a agotar todas las vías legales posibles para llegar hasta el final. Porque sólo puede haber, para unos padres, una cosa peor que sobrevivirle a una hija: que la hayan asesinado vilmente y que jamás lleguen a dar con sus huesos.

Han pasado ya unos 5.000 días, con sus noches, desde aquel 24 de enero del 2009. Era un sábado, como podría ser hoy. Aquella madrugada, ante la falta de señales de su hija, Antonio anduvo perdido por Sevilla, buscándola. Preguntando aquí y allá, después de que la policía le dijera que tuviera paciencia, que quizá se le había complicado la noche de fiesta. Pero, desde entonces, este padre no ha dejado de tratar de dar con ella. Y no lo hará. Eva, su mujer, tiene escrito todo lo que pasó en aquellas horas, para no olvidar una historia que sólo tendrá un final cuando esta familia vea, con sus propios ojos, los restos de una chica cuyo nombre conocemos, desgraciadamente, por ser la víctima de un crimen que no debiera haber ocurrido nunca. Igual que tantos otros.

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  • V
    vallecas

    Hay miles de familias destrozadas porque sus hijos adolescente han desaparecido. No saben si están vivos o muertos. Pasan los años y no reciben noticias mientras su vida se consume. El 96% de estos adolescentes son varones.