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Opinión

El deshonor y la guerra

Desde la caída de Kabul, el mundo es un lugar mucho más complicado. Ha pasado sólo una semana y los resultados ya son muy negativos

Personal de la Brigada Logística en Afganistán.

El último soldado estadounidense abandonó Kabul este lunes, un día antes de la fecha límite del 31 de agosto autoimpuesta por Joe Biden. La fotografía, tomada con una cámara de visión nocturna, del general Donahue en uniforme de campaña subiendo por la rampa de un C-17, pone fin a una intervención que ha durado veinte años y que sólo a EEUU le ha costado 2.500 vidas y más de cuatro billones de dólares. Cierto es que los vuelos de evacuación, que operaron forma frenética a lo largo de las dos últimas semanas, consiguieron sacar de allí a muchos, tantos como 150.000 en la mayor evacuación aérea de civiles de la historia, pero el 30 de agosto de 2021 pasará a los anales como un día vergonzoso en la historia de Estados Unidos por más que quieran ahora muchos convertir la evacuación en un éxito.

El 31 de agosto fue la fecha límite -un tanto arbitraria, por cierto-, que fijó Joe Biden hace dos meses con la idea de celebrar el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre jactándose en público de que había acabado con interminable la guerra de Afganistán. Se negó en redondo a prorrogar el plazo a pesar de las súplicas de los aliados de la OTAN y sabiendo que no habría tiempo material para evacuar a todo el que tenía que ser evacuado de aquel infierno. Pero en la Casa Blanca seguían a lo suyo insistiendo en que en bastaba para poder sacar del país a todo el que quisiera irse. Las multitudes agolpadas en la verja del aeropuerto de Kabul contaban otra historia bien distinta, pero el gabinete Biden se cerró en banda y decidió durante dos semanas vivir en una realidad paralela que poco o nada tenía que ver con la nuestra.

Un plazo tan ajustado significaba que la evacuación iba a fracasar sí o sí porque dejaría a muchos atrás. Fue todo precipitado y a la carrera, algo impropio de la primera potencia mundial. Las tropas estadounidenses sólo controlaban realmente el aeropuerto, tal y como pudo comprobarse el jueves 26 cuando un suicida hizo estallar una bomba muy potente en uno de los accesos matando a 183 personas, entre los que se encontraban trece militares estadounidenses (12 infantes de marina y un médico de la Armada) y dos ciudadanos británicos. Estados Unidos no tenía que lamentar una sola baja en Afganistán desde hace año y medio. El atentado del aeropuerto en plena evacuación fue, de hecho, la mayor pérdida de personal militar estadounidense en el país desde el derribo de un helicóptero Chinook hace diez años durante la ofensiva antitalibán de 2011.

La amenaza de tomar medidas inmediatas podría llegar a funcionar contra el Gobierno talibán, pero no disuadirá al Estado Islámico, cuya ideología central es matar y morir

La masacre del aeropuerto de Kabul agrava la humillación de la fallida retirada afgana y envalentona aún más a los yihadistas. Entretanto, Biden saca pecho y pide tranquilidad a los estadounidenses al tiempo les promete que Afganistán no volverá a convertirse en un santuario para terroristas islámicos, pero la realidad es que ya lo es. Los centenares de yihadistas liberados de las cárceles tras la victoria de los talibanes han vuelto a hacer lo único que sabían hacer. La amenaza de tomar medidas inmediatas podría llegar a funcionar contra el Gobierno talibán, pero no disuadirá al Estado Islámico, cuya ideología central es matar y morir por el islam o, al menos, por la extraviada interpretación del islam que tienen sus integrantes. A partir de ahora, Biden puede amenazar con represalias, pero no será tan fácil desde las bases de Qatar y con China extendiendo su manto protector sobre el nuevo régimen.

Pero, dejando las víctimas mortales a un lado, el resultado fue que se quedaron en tierra decenas de miles de afganos e incluso algunos occidentales que no llegaron a tiempo a la evacuación. Ahora tratan de buscar la vía de escape a través de los pasos fronterizos terrestres porque los milicianos talibanes recorren las ciudades con listas en la mano buscando a quienes colaboraron de una u otra manera con los occidentales. Muchos serán torturados y asesinados, sus familias probablemente compartan la misma suerte.

La colaboración de los talibanes

Pero en Washington nada de esto les afecta. Biden confía en la misericordia de los talibanes para sacar a los que queden en vuelos comerciales desde un aeropuerto que esta semana quedó formalmente cerrado y sin control de tráfico aéreo. El secretario de Estado, Antony Blinken, cree que los talibanes tienen motivos para cooperar y así ganarse la simpatía internacional y el acceso a la ayuda exterior. De haberla, su cooperación será previo pago. Convertirán a muchos de los rehenes en una mercancía por la que EEUU pagará gustoso como si se tratase de ganado.

La lista de errores estratégicos y militares que llevaron a este desastre son muchos, y provienen de todas las administraciones de los últimos veinte años, pero el ignominioso desenlace se debe en exclusiva al actual presidente. Insistió en una salida rápida y completa, a pesar de que la mayor parte de sus asesores le aconsejaban mantener una pequeña fuerza sobre el terreno. No cejó hasta abandonar la base aérea de Bagram y sacar a los contratistas privados, que eran imprescindibles para mantener en vuelo a la fuerza aérea afgana. Tras la inesperada toma del Gobierno por parte de los talibanes el 11 de agosto, se negó a modificar el plan y crear espacios seguros más allá del aeropuerto de Kabul con idea de facilitar y hacer más fluida la evacuación. Eso habría requerido más efectivos, algo a lo que no estaba dispuesto el presidente. Quería evitar bajas y ha tenido que repatriar trece cadáveres. Aquello de Churchill del deshonor y la guerra parece dirigido a Joe Biden y no a Neville Chamberlain.

Contemplando los restos del naufragio, en la Casa Blanca resoplan pidiendo paciencia y tiempo para evaluar la operación y depurar responsabilidades por todo lo que salió mal

Lo más chocante de todo es que, según informaba el Washington Post hace unos días, en medio del colapso del Gobierno afgano, los talibanes ofrecieron a Estados Unidos que mantuviese el control del centro de Kabul hasta que concluyese la evacuación, pero eso no convenció a Biden. Les respondió que todo lo que necesitaba era el aeropuerto, cuyo perímetro exterior estaría custodiado por milicianos talibanes. El resultado es bien conocido por todos. Ahora, contemplando los restos del naufragio, en la Casa Blanca resoplan pidiendo paciencia y tiempo para evaluar la operación y depurar responsabilidades por todo lo que salió mal. Esa evaluación debería comenzar de inmediato. Una desgracia de esta magnitud exige rendir cuentas cuanto antes y esa rendición debería empezar desde arriba.

Hay muchas cuestiones por despejar. Biden no se planteó en momento alguno qué necesitaba el Gobierno afgano para mantenerse. Se les armó y entrenó, pero a la vista está que con eso no era suficiente. Podríamos pensar que el presidente hizo lo que le indicaron los servicios de inteligencia y sus asesores. ¿Qué le dijeron?, ¿cómo se planificó todo el repliegue?, ¿se tuvo en cuenta el rápido avance de los talibanes y las continuas defecciones del ejército afgano?, ¿había una vía de salida clara en el caso de que las cosas se torciesen como terminaron haciéndolo? Por resumirlo mucho, ¿alguien en Washington previó una situación tan apurada como la de los últimos quince días o les pilló de sorpresa y empezaron a improvisar sobre la marcha? De ser así hay una pregunta más, ¿les prestó atención Joe Biden?

Una gestión ruinosa

Por último, no debemos dejar aparte a la vicepresidenta Kamala Harris y a todo el gabinete, especialmente al secretario de Estado, Antony Blinken, y al secretario de Defensa, el general Lloyd Austin, que sirvió en Afganistán poco después de la invasión, que se reunió con Ashraf Ghani a finales de junio en el Pentágono y que conoce perfectamente el país. Ninguno de los tres persuadió al presidente de retrasar la retirada para poder hacerla de un modo más metódico. No sabemos lo que han hablado entre ellos, pero todo indica que nadie le ha dado malas noticias, no le han hecho preguntas difíciles ni se han mostrado demasiado habilidosos en la ejecución de la parte que les tocaba. Diplomáticamente la gestión ha sido ruinosa, desde el punto de vista militar desordenada y hasta cierto punto caótica.

China buscará incrementar su ya considerable influencia en Pakistán. Rusia hará lo propio en las exrepúblicas soviéticas

La retirada de Estados Unidos tiene, además, implicaciones estratégicas del máximo nivel. La salida constituye un realineamiento importante por parte de Estados Unidos. China y Rusia mantienen el ojo puesto en Afganistán, pero no sólo en Afganistán. Ellos y muchos otros valoran la estampida afgana no solo por sus consecuencias directas para la amenaza terrorista, sino también por lo que dice sobre los objetivos, la capacidad y la determinación de Estados Unidos en todo el mundo. En el corto plazo, respondiendo a las oportunidades que ofrece esa región, China buscará incrementar su ya considerable influencia en Pakistán. Rusia hará lo propio en las exrepúblicas soviéticas de Asia Central. Y ambos ampliarán sus horizontes en Oriente Medio, seguramente junto con Irán. Hay poca evidencia de que la Casa Blanca esté lista para responder a cualquiera de estas amenazas.

Por desgracia, para quienes creen que la retirada de Afganistán fue una decisión única y aislada con consecuencias muy limitadas, el mundo es un lugar mucho más complicado. Ha pasado sólo una semana y los resultados ya son muy negativos. De ahora en adelante podrían empeorar.

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