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Opinión

La descarbonización y el trilema energético

Central térmica de ciclo combinado en Sant Adrià de Besòs (Barcelona). EP

La geopolítica vuelve a poner la energía en la picota. El conflicto en Oriente Medio ha despertado los temores a una nueva escalada de precios energéticos y a posibles problemas de abastecimiento. Por ahora, la situación está controlada o, al menos, los actuales precios energéticos no son imputables a esta guerra en ciernes. No obstante, la incorporación de otros países al escenario bélico no está descartada y, en consecuencia, la posibilidad de fuertes tensiones en los mercados logísticos y de la energía, tampoco.

Aunque en pocas semanas veremos como se culpa de todos nuestros males al enfrentamiento entre Israel y Hamás, lo cierto es que venimos soportando tensiones en el sector desde los confinamientos de la pandemia. Tensiones a las que, por otra parte, no estábamos muy acostumbrados, pues desde el año 2008 la cosa estaba razonablemente calmada. Y de eso hace ya mucho tiempo.

En este escenario, el mix de generación eléctrico que tenemos en España tiene grandes fortalezas que, bien gestionadas -insisto: bien gestionadas-, favorecen un tránsito pacífico y tranquilo a una economía lo más descarbonizada y electrificada (lo primero es función de lo segundo) posible. Veamos.

Los cuatro principales combustibles/tecnologías de generación que conforman nuestro mix eléctrico son la energía eólica (22%), la nuclear (21%), el gas natural (25%, incluyendo ciclo combinado -18%- y cogeneración -7%-) y la solar fotovoltaica (15%). Si a esto le añadimos la hidráulica, cubrimos más del 90% del total. Estos pesos corresponden al año 2023, aunque si echamos un vistazo al 2022 (último año completo), las tecnologías son las mismas, pero con el gas natural a la cabeza, con un 31% de la producción eléctrica total.

¿Qué objetivos debe cumplir nuestra estructura de generación?

Sin que el orden signifique preferencia, debemos de ser capaces de proveernos de energía eléctrica barata, que no lastre la competitividad de nuestro tejido productivo; en segundo lugar, seguridad de suministro; y, finalmente, descarbonización.

Centrándonos en el último objetivo, revisando su evolución desde el año 2007, hemos disminuido las emisiones en un 60%, pasando de los 111 millones de toneladas equivalentes en 2007 a 44 millones de 2022. Y, ojo, que en 2020 y 2021, con muy buena producción renovable, todavía fueron más bajas. A la luz de estas cifras, ¿puede alguien dudar de nuestro compromiso con la descarbonización?

¿Cómo hemos conseguido andar este trecho?

Tenemos que remontarnos finales del siglo pasado para encontrar las primeras decisiones que iniciaron este camino. Fue el gobierno del Partido Popular el que en 1997 incorporó las fuentes de producción renovable a la regulación del sistema eléctrico; y, posteriormente, en 1998, el que promulgó el primer reglamento que permitía su desarrollo a gran escala. Antes de eso solo hubo pequeñas instalaciones, experimentales o destinadas a consumos aislados. Evidentemente, con permiso de las centrales hidráulicas, que podemos considerar las primeras renovables.

Pero no fue la única decisión estratégica que ha marcado el camino andado. A finales del siglo pasado, en el que la producción eléctrica era principalmente con carbón y nuclear, con algo de hidráulica, inició el proceso de transición para poner fin al carbón. En el año 2002 se pone en servicio, en San Roque, Cádiz, la primera central de gas de ciclo combinado, de altísima eficiencia. Aquel año finalizaría con un total de seis centrales de este tipo, distribuidas por toda España.

Tengamos claro que la energía se rige por las leyes de las ciencias naturales y no por las que publica el BOE

El impulso que esto supuso para la descarbonización era y es indudable. La tecnología aportaba un nivel de seguridad de suministro igual o mayor que el carbón. Además, España ya contaba con una sólida red de infraestructuras de recepción y regasificación de gas natural licuado, que venía por barco, y de gas natural gaseoso, que venía por tubo desde Argelia; así como de almacenamiento. Pero lo mejor era que este nuevo sistema emitía solo un tercio del CO2 de una central de carbón convencional.

Permítanme un apunte, la verde Alemania, con su energiewende y medio billón de euros después, produce el 25% de su electricidad quemando sucio carbón.

¿Y por qué no se terminó con el carbón en ese momento?

Comenzamos el siglo con la incorporación de las energías renovables al sistema eléctrico y con una nueva tecnología de bajas emisiones y alta eficiencia que, junto con la energía nuclear que no emite CO2, nos dibujaba el mix perfecto para cumplir los objetivos que hemos planteado antes.

Sin embargo, el gobierno de entonces, por cuestiones ideológicas, decidió mantener el carbón como fuente principal de producción eléctrica, teniendo que subvencionar con primas millonarias a las renovables y con pagos por capacidad, también millonarios, a los ciclos combinados. Por supuesto, el nada rentable carbón también se subvencionó millonariamente.

No repudiemos las tecnologías que nos aportan seguridad de suministro hasta que las alternativas estén técnicamente maduras y comercialmente desarrolladas

La conclusión fue un retraso de una década en el proceso de descarbonización de la producción eléctrica y un déficit de tarifa acumulado que superó los 30.000 millones de euros. Déficit de tarifa que pagamos en nuestro recibo de la luz, a razón de cómodas cuotas de 2.000 millones de euros al año.

En resumen, aprovechemos las fortalezas de nuestro mix, que es de los mejor diseñados de toda la UE. Tomemos las decisiones adecuadas y razonables respecto de la nuclear y el gas. No repudiemos las tecnologías que nos aportan seguridad de suministro hasta que las alternativas estén técnicamente maduras y comercialmente desarrolladas. Y, sobre todo, tengamos claro que la energía se rige por las leyes de las ciencias naturales y no por las que publica el BOE.

Francisco Ruiz Jiménez ha sido consejero y miembro del comité de dirección del grupo REDEIA.

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