Opinión

Dejemos de creer que somos ricos

Quien trate de convencerles de que el aumento de la inflación es culpa del gobierno, y solo del gobierno, les está mintiendo

Feijóo y Ayuso protagonizarán un gran acto en Madrid contra la reforma de la sedición
Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo. Europa Press

Ya no somos ricos. Más vale que nos vayamos haciendo a la idea. Me refiero, naturalmente, a la nación, a España, al conjunto de la ciudadanía, no a los presidentes de las compañías energéticas ni a las presidentas de los grandes bancos; a esos les está yendo como Dios, pero son muy pocos. Nosotros, la inmensa mayoría, hemos dejado de ser ricos. Lo que pasa es que no lo sabemos. O no lo creemos. O no lo queremos creer. Y seguimos actuando como siempre, como si fuésemos ricos.

Por primera vez en la vida de todos nosotros, la generación que ahora tiene alrededor de veinte años vivirá claramente peor que la de sus padres. Seguramente vivirán más tiempo, pero las pasarán canutas. Ya a la generación anterior –la que hoy está entre los 30 y los 40 años– costó trabajo sacarlos del nido familiar y aún más trabajo conseguir que tuviesen niños, por la sencilla razón de que no era nada fácil hacer planes para el futuro ni saber de qué ibas a vivir. En 2008 nacieron en España casi 520.000 críos. El año pasado, apenas pasaron de 336.000. La tasa de natalidad, que ya era baja, ha caído del 11,28 por mil hasta el 7,10. El número de niños por unidad familiar ha pasado de casi tres que había cuando yo nací, a 1,48 hace catorce años y a 1,19 el año pasado. Eso es, en términos demográficos, algo bastante parecido a la bomba de Hiroshima. Somos un país de viejos en el cual millones de personas dependen, para sobrevivir, de los ingresos de esos viejos, que son sus padres o sus abuelos.

Ahora tenemos una guerra. Algún botarate dirá: no, eso es cosa de los ucranianos, que algo habrán hecho, o de los rusos; a nosotros no nos incumbe. Pues no es así. En un mundo extremadamente globalizado, como este en que vivimos, todo lo que pasa en cualquier sitio afecta directamente a todo lo que pasa en cualquier otro. Es el célebre “efecto mariposa”, de Leonard Smith y Edward Lorenz, que tanto juego ha dado en la literatura (Bradbury) o en el cine (Eric Bress). El pérfido Putin pretende tres cosas: ganar su guerra, aunque sea a los puntos; permanecer en el poder como sea, y subyugar a la economía europea, es decir a Europa. Para eso usa sus mejores armas, que no son los tanques ni los aviones, sino el gas, el petróleo y las estrategias (o trampas) económicas. Le ayudan los turcos, los iraníes, los húngaros y puede que pronto le ayude también Italia, si es que allí llega al poder la peligrosísima descerebrada de Giorgia Meloni, una chillona neofascista que aquí asustó incluso a los de Vox.

La inflación, que se come nuestros ahorros y nos empobrece a todos porque nuestro dinero vale mucho menos, es un mal general que afecta a todos los países

Puede que gane o puede que no, pero de lo que hay ninguna duda es de quién saldrá perdiendo: nosotros. Los europeos. Los españoles. Los demás, casi todos los demás.

El más que posible cierre del grifo del gas por Putin está provocando ya algunas consecuencias. La peor es la inflación, efecto del súbito y severo encarecimiento de la energía. La inflación, que se come nuestros ahorros y nos empobrece a todos porque nuestro dinero vale mucho menos, es un mal general que afecta a todos los países y a todos los ciudadanos. Nosotros tenemos ahora mismo un 10,8% de inflación, algo que no se veía desde hace décadas, pero es un drama no demasiado distinto del que viven los británicos (9,4%), los belgas (9,6%), los holandeses (10,3%) o los portugueses (9,1%). Nos va algo peor, tampoco tanto, que a los alemanes (7,5%), los estadounidenses (8,5%) o los italianos (7,9%), pero de momento tenemos más suerte o más cintura que los checos (17,5%), los griegos (11,6%) o los rumanos (15%). Y desde luego podemos felicitarnos si nos comparamos con otro país que, como nosotros, siempre se ha creído mucho más rico de lo que en realidad es: Argentina, que padece ahora mismo un 66% de inflación. O Turquía, que está en el 70%. Por no hablar de la Venezuela de Maduro, que ha llegado al 167%, lo cual significa que su economía es pura ficción.

Quiere decir esto una cosa bien sencilla de entender: la inflación está atacando al mundo entero simultáneamente. Que la tasa de inflación sea mayor o menor depende de muchas cosas. Y una de ellas, solo una de ellas, son las medidas que toma cada gobierno para combatirla; medidas que a veces son acertadas, a veces no tanto y en otras ocasiones son simplemente irrelevantes, porque los factores que provocan la inflación (lo que solemos llamar realidad) son tan poderosos que anulan cualquier esfuerzo. Conclusión: quien trate de convencerles de que el aumento de la inflación es culpa del gobierno, y solo del gobierno, les está mintiendo. Por más que se lo repitan. Y hay que admitir que en España eso se repite muchísimo. Pero no es verdad. Lo que sí es verdad es que hemos dejado de ser ricos.

Se nos viene encima un otoño muy negro y un invierno en el que, como no hagamos algo ahora, las vamos a pasar más p…as que en vendimias

En España, en lo que va de verano, ha ardido una inmensa cantidad de bosques. Eso es cierto. Lo mismo que en Francia, en Eslovenia, en Portugal, en Italia o en los países del Este europeo. No somos una excepción. El cambio climático, que algunos cretinos mononeuronales se siguen empeñando en negar, va mucho más rápido de lo vaticinado y está provocando temperaturas terribles en nuestro país. Lo mismo que en el Reino Unido (allí jamás habían pasado por algo así), en Francia, en Alemania, en Italia y en muchos lugares más. No depende de los gobiernos. De ninguno.

Es necesario ahorrar energía y llenar los depósitos de gas porque, gracias al grifo del señor Putin, se nos viene encima un otoño muy negro y un invierno en el que, como no hagamos algo ahora, las vamos a pasar más p…as que en vendimias, que se dice en mi tierra. O hacemos algo hoy, ahora, ya, o los españoles acabaremos recordando a “Filomena” como un balneario tropical. Y la que se avecina en Europa central es de película de terror.

Aquí sí es importante lo que hacen los gobiernos. El nuestro, el de Sánchez, ha reaccionado de un modo muy parecido a como lo hizo en los primeros embates de la pandemia: ha ordenado medidas muy contundentes. Entonces nos encerramos todos en casa y llevábamos mascarilla hasta cuando íbamos al retrete. Ahora se nos manda apagar los escaparates a cierta hora y no poner el aire acondicionado por debajo de los 27 grados. Que, por cierto, ya quisiéramos mi ventilador y yo 27 grados ahora mismo en casa. Naturalmente, hay numerosas excepciones, lo mismo que pasó durante la tremenda primavera de 2020, con el virus por ahí devastando gente.

Los gobiernos de Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y demás, aconsejan, ruegan, animan a sus ciudadanos a que apaguen las luces y no pongan muy frío el aire acondicionado. No lo ordenan. Todavía

¿Qué han hecho en otros países? Pues algo parecido. Como entonces, no tan terminante ni tan severo, pero algo parecido. Los gobiernos de Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y demás, aconsejan, ruegan, animan a sus ciudadanos a que apaguen las luces y no pongan muy frío el aire acondicionado. No lo ordenan. Todavía. Como pasó con la pandemia, lo harán cuando el desastre sea inminente. Que nadie lo dude. Y resucitan viejos métodos para obtener energía, como el carbón o las nucleares.

¿Cómo han reaccionado los ciudadanos españoles ante las medidas impuestas por el gobierno, que se supone que para eso está? Pues de un modo muy semejante al de hace dos años con la covid: con resignación y el gesto algo torcido, porque lo que se manda hacer es incómodo y algo molesto, pero con la conciencia de que es necesario. La gente cumple con lo que se le dice que haga, primero porque es la ley y segundo porque somos un país más que demostradamente solidario. Mucha gente ya se da cuenta de que no somos ricos y de que hay que acostumbrarse a dejar de vivir como hemos vivido hasta ahora. Mucha gente sabe que si ahorramos energía lo haremos para todos, no solo para nosotros, y también que eso será bueno para todos, no solo para nosotros.

Ah, pero hay excepciones. También las hubo durante lo peor de la pandemia. Las mismas y peligrosas excepciones. El diario conservador británico The Daily Telegraph ha calificado de “incendiaria” y “agitadora” a la presidenta de la Comunidad de Madrid, señora Rodríguez Ayuso (ya, ya sé que se apellida Díaz, pero miren ustedes quién la maneja y entenderán este cambio de apellido). Esta indescriptible mujer, clon de la “Tía Antonia” de La verbena de La Paloma pero con unos pocos años menos, ha decidido que Madrid no obedecerá. Que a ella no la manda nadie, ni Dios. Que eso de ahorrar energía es una maniobra del 'sanchismo' y de la izquierda comunista radical y bolivariana. Con dos nísperos.

Está azuzando algo que los madrileños no han tenido jamás: la insolidaridad, el “lo mío primero y el que venga detrás, que arree”, el desprecio y el ninguneo a los demás

Ha establecido que ahorrar energía de la única manera que se puede (como el resto de los países europeos) es de izquierdas, y que no ahorrarla es de derechas; una gilipollez (ustedes perdonen la expresión) del tamaño de la catedral de La Almudena… o de la ambición política de esta fiera, que ya acabó con Pablo Casado, ya se va cansando de Feijóo y no tardará mucho en lanzar toda su demagogia y su verdulerismo contra él: lo que quiere es su silla y luego la de la Moncloa. Está azuzando algo que los madrileños no han tenido jamás: la insolidaridad, el “lo mío primero y el que venga detrás, que arree”, el desprecio y el ninguneo a los demás. A los demás españoles y a los demás europeos. Queipo de Llano era un aprendiz al lado de esta tarasca.

Y mientras la agitadora Rodríguez Ayuso se empeña en convencernos de que lo mejor que podemos hacer es seguir viviendo como si fuésemos ricos, en el otro lado del tablero no andan mucho mejor. Lo único que parece preocupar a la dirección de Podemos es si el Rey se levantó o se quedó sentado cuando pasaba la espada de Bolívar, y si luego se levantó por respeto o por obligación o por estirar las piernas, y si eso lo sabía el Ministerio de Exteriores o solo el subsecretario. ¿Y esta gente está en el gobierno de España? ¿En serio? ¿Para qué?

Propaganda ideológica

En fin. Estas son las cosas que suceden cuando llegan a puestos de responsabilidad gentes que entienden la política como un medio para conseguir poder; poder y nada más, poder que es un fin en sí mismo, y que no tiene por qué servir para mejorar la vida de los ciudadanos, que les importan un rábano. La política usada como propaganda ideológica (de algún modo hay que llamarlo), cuanto más ruidosa mejor, y no como un servicio público. Gentes que tratan de hacernos creer que seguimos siendo ricos y que hemos de preocuparnos de cosas ridículas, absurdas o sencillamente envenenadas, como hacíamos antes, cuando éramos ricos.

En cualquier caso, algo va bien: los escaparates se apagan a las diez, diga lo que diga esa desquiciada, y la espada de Bolívar no ha emitido la menor queja; parece que, al menos de momento, no habrá guerra entre España y Colombia.

Pues menos mal, hombre. Pues menos mal.