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Opinión

De perdidos, al río

En el fondo del corazoncito del votante posmoderno está la fe inquebrantable en que la izquierda representa el lado bueno de las cosas

De perdidos, al río
Votantes esperan una larga cola a las puertas para votar el 4-M en Madrid. Europa Press

¿Conocen el what the hell effect? Espero que, como personas de bien, no. Porque para el mismo concepto el castellano ya tiene una expresión que, además, no obliga a caer en ordinarieces: “De perdidos al río”.

Así estamos los ciudadanos ante el aluvión de leyes que nos ha ido colando el Gobierno con los mecanismos que permitía el estado de alarma, o de tapadillo, incluyéndolas en propuestas que nada tenían que ver con el tema en cuestión. El aturdimiento, preocupación y cansancio mental que ha generado el contexto covid no ha ayudado tampoco, por supuesto. Teniendo en cuenta todo esto, ¿a alguien le sorprende el cambio de ley que suspende a los varones el régimen de visitas a sus hijos simplemente porque la madre interponga una denuncia?

Ésta es una tropelía más, y ni siquiera de las más graves, lo cual ya es mucho decir, del panorama político actual. La lista de desafueros es interminable. Parece que nuestras tragaderas son mucho más grandes de lo que sospechábamos. Hemos aceptado que España se haya consagrado como uno de los peores países en gestionar la pandemia; se inventaron un comité de expertos; ridiculizaron a quienes empezaron a usar mascarilla simplemente porque no estaban en condiciones de ofrecerlas; su confianza en la mansedumbre de los ciudadanos les permitió decir abiertamente que habían mentido en diferentes circunstancias, sin que esto les hiciera sonrojarse lo más mínimo.

Ausencia de reacciones

Ante esta lista de abusos y desmanes, nuestra respuesta fue la ingenuidad de pensar que no podrían ir más allá, especialmente teniendo en cuenta la gravedad de las circunstancias. Pero no. La creatividad y atrevimiento de la clase dirigente es un pozo sin fondo. Por eso también podemos decir del Gobierno –y no sólo de la ciudadanía- que se rige según la actitud de “de perdidos, al río”. Es natural que así sea. El sentido de estado ni lo tienen, ni lo conocen y, ante la ausencia de reacciones ciudadanas relevantes, acaban siendo como James Bond: con licencia para matar (nunca mejor dicho en el caso de la ley de la eutanasia).

Ayuda, por supuesto, que sus creyentes fervorosos apliquen aquello de San Pablo a los Corintios: disculpan sin límites, creen sin límites, esperan sin límites, aguantan sin límites. Alguno matizaría diciéndome que los motivos de fondo del votante de izquierdas es pensar que aguantar al actual gobierno es menos malo que su alternativa: la llegada de los fachas al poder. Sin embargo, creo que algo subyace más allá de la firme convicción de que “el fascismo” es el nuevo hombre del saco.

Esto les incapacita para percatarse de que quien nos gobierna ahora es como el sumo Bien platónico: algo completamente vacío de contenido

En el fondo del corazoncito del votante posmoderno está la fe inquebrantable en que la izquierda representa el lado bueno de las cosas y, por tanto, es imposible que haga algo sin buenos y honrados motivos. Esto les incapacita para percatarse de que quien nos gobierna ahora es como el sumo Bien platónico: algo completamente vacío de contenido. Al menos eso es lo que opinaba Aristóteles de la propuesta de su maestro, Platón. Esta crítica durísima, sobre todo teniendo en cuenta que es su discípulo, se atreve a hacerla el filósofo bajo la siguiente premisa: Platón es nuestro amigo, pero más amigos somos de la verdad.

Ahora bien, ¿cómo percatarse de la verdad que muestran todas las tropelías del PSOE –además de su falta de contenido programático- si no hacen más que bombardearnos con una detrás de otra? Hoy es el intento cutre de meter de tapadillo la ley que se salta el in dubio pro reo (una más, por cierto, de todas las que ha sacado el ministerio de Igualdad). Pero nos las han colado mucho más gordas (y seguirán haciéndolo): eliminar la obligatoriedad del español como lengua vehicular en todo el territorio nacional; la intención de gravar buena parte de la red de carreteras; la subida de la luz, de las cuotas de autónomos y del IRPF; ofrecer indultos a quien no los quiere e insiste públicamente en que “lo volverá a hacer”; colar a Pablo Iglesias en el CNI, con la consecuente desaparición durante meses del 'Pollo' Carvajal, por no hablar del rescate de Plus Ultra, la aerolínea venezolana que se dedica única y exclusivamente a hacer un viaje semanal Caracas-Madrid; y siguiendo con aeropuertos y Venezuela, el archivo del caso Delcy, que ha sido posible porque este Gobierno ha acabado, de facto, con la separación de poderes, etc.

La clase trabajadora empieza a estar harta

No queda espacio aquí para el quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? porque son tantas, tan enormes y tan desmedidas las tropelías que resulta imposible plasmarlas en tan breve espacio. Además, estamos ya anestesiados. Lo único que sabemos es que, mientras la izquierda sigue enarbolando el “no pasarán” (curioso, por cierto, que este sea su eslogan dado que, efectivamente, pasaron), nosotros hemos asumido un “no pararán” y nos dedicamos a aguantar como podemos hasta que se concrete un futurible cambio de Gobierno. Lo que sí sabemos con seguridad es aquello que decía el maestro Mingote en una de sus viñetas: “La clase trabajadora empieza a estar harta. Y en cuanto haya un gobierno de derechas nos van a oír”.

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