Opinión

El dardo de Arranz

¿Cuántos de los insultados por la izquierda se vengarán el 23-J?

Fue en marzo de 2022 cuando miles de empresarios y trabajadores del campo viajaron a Madrid para manifestarse. O, más bien, para reivindicar su forma de vida y exigir a los gobernantes que dejaran de torpedearla con normas contraproducentes. Por el Paseo de la Castellana desfilaron ese día tractores, ganado y cazadores a caballo. Uno de los periodistas más populares del país -antes groupie de Podemos, ahora de Sumar- reaccionó con el siguiente mensaje en sus redes sociales: “Hoy ha resucitado la España de Los Santos Inocentes”.

Este episodio demuestra que la prensa progresista suele recurrir a todo tipo de requiebros y trampantojos para tratar de camuflar sus errores más evidentes. En 2016, después de que Donald Trump ganara las elecciones de Estados Unidos, las principales cabeceras del país hicieron todo lo posible por exagerar el efecto que habían tenido las fake news para manipular a la opinión pública. ¿Cómo iban sino a votar los redneck, la población más pobre del país, a un populista millonario?

La realidad es que esos ciudadanos -al igual que los de clase media-baja del Reino Unido- se sentían abandonados por sus representantes políticos y caricaturizados -o ridiculizados- por esa izquierda caviar que trata de imponer cada vez con más fuerza su agenda social sin tener en cuenta los usos, las costumbres y la opinión de todos esos millones de ciudadanos que no hacen ruido... pero tienen derecho a voto.

Así que Trump fue hábil al dirigirse a “esa América” para transmitirles palabras de aliento. Algo similar ha hecho Vox en días pasados cuando alguno de sus representantes acudió a un acto de la Real Federación Española de Caza para rubricar su compromiso con su plan cinegético 2023-2027. Hay una izquierda -que no sólo es morada- que lleva cinco años en el Gobierno y que ha censurado la caza, la pesca, la ganadería contaminante, el diésel de los tractores y la tauromaquia. A la vez, ha realizado una defensa de la 'España vaciada' que a más de uno la resultará risible. ¿Cómo se puede afirmar que un partido está con el sector primario mientras se muestra en contra de la actividad de una gran parte de su población, a la que define como 'carcunda'?

Muchachos que votan a Vox

La izquierda que 'excomulga' a quien disiente de algún punto de su agenda no es capaz de entender el rechazo que genera su actitud integrista. El razonamiento es muy sencillo: todo aquel a quien desprecias no te va a votar. Tenderá a apoyar al contrario y, si se siente humillado, a la opción más radical posible. Se sorprendieron los magos de las tertulias hace unas semanas porque el barómetro del CIS de abril apuntaba a que una buena parte de los jóvenes de entre 18 y 24 años simpatizan con Vox. La mayoría de ellos osn hombres y con estudios universitarios. Es decir, no son palurdos.

La opinión de estos muchachos es absolutamente legítima y tiene todo el sentido después de varios años en los que el sonsonete de la Igualdad -que no 'igualdad', sin mayúscula- ha sido constante en todas las plataformas mediáticas existentes. Tanto en la prensa como en las redes sociales. No hay que ser un gran analista para poder deducir que el adolescente pacífico contemporáneo debe sentir una enorme distorsión cuando decenas de feministas radicalizadas le dicen cada día en TikTok que a las mujeres les matan por serlo y que todo hombre es un asesino o un violador en potencia.

Después de una década y media de crisis, propaganda identitaria, alertas planetarias y agitación, a lo mejor la racionalidad es la mejor herramienta para captar el voto de quienes han sido humillados

El problema no mejora cuando a quien disiente de ese discurso se le denomina 'ultraderechista' o desinformado. Porque no es ni una cosa ni la otra. Lo que se siente es humillado, al igual que cuando escucha todas esas opiniones -a izquierda y a derecha- que denominan a su generación como “la de cristal”, cuando ha sido educada en la absoluta mediocridad que se extendió en el país tras la 'gran recesión', ha estado permanentemente amenazada por la desesperanza y dispone de unos servicios públicos mucho peores que sus padres, por tanto, ve menos sentido al pago de impuestos.

A esos muchachos los llaman 'machistas', 'asesinos en potencia' y 'débiles'. Además, los juzgan por dureza si expresan su disconformidad con la constante exhibición de banderas de los lobbies de la Igualdad. ¿De veras alguien piensa que es anómalo que se refugien en otras banderas o se radicalicen? ¿De veras la izquierda quiere hacer tragar a la sociedad que el problema de estos chicos son las fake news?

La batalla cultural

Sobra decir que Vox falla cuando cae en la descalificación y lanza a sus hordas digitales al ataque del contrario -y a esos me refería en mi artículo de la semana, no a sus votantes, a los que respeto, como a los de todas las fuerzas constitucionales-. También cuando cuelga lonas en las que se censuran unos símbolos u otros. La batalla cultural -odiosa expresión- debería consistir en demostrar que el contrario se equivoca y en arrojar racionalidad sobre el debate; no en replicar los fallos de la izquierda censora y animista.

Después de una década y media de crisis, propaganda identitaria, alertas planetarias y agitación, a lo mejor la calma y el sentido común son las mejores herramientas para captar el voto de quienes han sido humillados. De aquellos que escucharon a Nadia Calviño -de la aristocracia del felipismo- decir eso de “yo voy al súper y los precios han bajado” mientras las pasaban canutas para asumir el incremento del precio de los alimentos. O de aquellos a los que llaman “nazis” por estar totalmente en contra de que unos desconocidos okupen su vivienda o la de otra persona. O de los que escucharon que los aerogeneradores y las placas solares llevarían la prosperidad a su pueblo, pero por allí hoy existe menos actividad que nunca. Quizás todos estos no tengan Twitter ni hagan ruido. Pero son una mayoría silenciosa muy relevante.

Hay quien ha callado, paciente, mientras Ángela Rodríguez 'Pam' le llamaba 'asesino en potencia'. O mientras un ministro de Sanidad ordenaba el cierre perimetral de Madrid para tratar de incrementar su número de votos en las posteriores elecciones catalanas. O mientras las formaciones políticas negaban sus problemas de cualquier índole por razones ideológicas. No es acertado atribuir ese cabreo a los bulos o al trumpismo mediático. El enfado de ese ciudadano medio es lícito o comprensible. Desconozco a quién votarán el 23-J, pero, desde luego, es bastante fácil deducir contra quién lo harán. Y tienen toda la razón.