Opinión

La convergencia del PP y Vox

El Partido Popular no consigue enlazar con la democracia sentimental, ni utiliza la sencillez, sino que remite a modos de otro tiempo, como son la razón y la gestión

El presidente de Vox, Santiago Abascal y el presidente del PP, Pablo Casado.
El presidente de Vox, Santiago Abascal y el presidente del PP, Pablo Casado.

El problema de la derecha hoy en España es que es reactiva, carece de iniciativa y se limita a estudiar cómo contestar o no molestar a la izquierda. En esa 'derecha' solo cuento con PP y Vox, porque Ciudadanos es un partido sin identidad y a la baja. Los populares acumulan esos dos defectos, mientras que los 'voxistas' se nutren del conflicto; es decir, cuanto más ruido arma la izquierda, más sordina quiere poner el PP y más disfruta Vox.

Hace tiempo que el modelo que tenía que haber seguido el Partido Popular era robar al de Abascal su forma de dirigirse a la gente y las demandas que convirtieron en bandera de su formación. No quisieron adoptar el estilo de los mensajes sencillos y directos, el desparpajo y el espíritu llano. Insistieron en el carácter del sentido de Estado del PP, confundiendo ese modelo con la cesión y el bajar la voz. Se puede tener como bandera la defensa del orden constitucional y, al tiempo, arremeter con dureza al PSOE y a los comunistas, y proponer con convicción una alternativa.

La teoría del poder

El centro no está en que la izquierda perdone la irreverencia de disentir, sino en considerar que la Constitución es el eje de la vida política en torno a la cual se desarrolla el proyecto común. El PP de Pablo Casado decidió hacer la interpretación liberal y conservadora de dicho texto, pero se quedó a medio camino. Mientras, al otro lado, el PSOE y Podemos desarrollaron con gran eficacia una teoría del poder, cuya puesta en práctica ha construido un bloque de poder para muchos años si no lo estropean.

Vox solo va a crecer, de momento, porque esa retirada del PP de la línea de batalla, sus dudas y contradicciones, ofrecen a ese partido un protagonismo que de otra manera no tendría. Es lógico pensar que se haga con el voto de la España silenciada, de esa que por encima de todas las cosas no soporta la negligencia ni la prepotencia de la izquierda. Para hacerse con ese votante no hay nada mejor que apelar a las emociones, tal y como hace la izquierda, con un estilo llano muy eficaz en estas circunstancias. El PP no tiene nada de eso: no consigue enlazar con la democracia sentimental, ni utiliza la sencillez, sino que remite a modos de otro tiempo, como son la razón y la gestión.

Eso está muy bien para los libros de estilo y las conferencias online entre compadres, pero no funciona en las urnas. Ese modo de hacer política no motiva a la gente en su vida cotidiana. Nadie deposita su confianza para luchar contra un adversario en aquel que ha bajado los brazos. Ni Gandhi siquiera optó por esa vía, porque su modelo de desobediencia civil era un plan bien orquestado, no una improvisación que se satisfacía con que el enemigo no le hiciera demasiado daño. Un ejemplo de todo es el proceso de negociación de los nombres del CGPJ después de haber presentado en octubre de 2020 una proposición para que fueran los jueces quienes elijan. Esto es incomprensible para un ciudadano al que se dice que con el gobierno socialcomunista vamos al gulag.

Por otro lado, Vox no es suficiente. Su crecimiento tiene un techo porque la protesta no es nada sin una alternativa completa y creíble, como se vio en la vacía intervención de Santiago Abascal en la moción de censura. Gobernar no es resistir por mucho que lo dijera Donoso Cortés. Ese espejismo ya apareció con Podemos, que llegó a tener 71 diputados en 2016 y quería superar al PSOE, y hoy aspira a tener 30 escaños. También con Ciudadanos, que se pasó los últimos años de Rivera insultando a diestro y siniestro, al PP y al Partido Socialista, para ser el nuevo centro-derecha, y fracasó.

Vox tiene un límite porque por sí mismo no puede duplicar el número de votos, que es lo necesario para ser la primera fuerza política. Para que esto fuera posible tendría que acercarse al elector del centro, más moderado, que en su día votó por el PP o Ciudadanos. La otra vía que está adoptando es un discurso obrerista para captar al electorado tradicional del PSOE. De ahí viene el “patriotismo social” que algunos dirigentes de Vox dicen sostener; esto es, defender la unidad de España y a los trabajadores nacionales. No obstante, ese trasvase de votos no sería suficiente como para tener una mayoría por sí mismo.

En esa circunstancia, los dos partidos de la derecha tienen la obligación de converger asumiendo cada uno su papel, diciendo con claridad que van a colaborar desde la responsabilidad y la cercanía para evitar que el adversario común campe a sus anchas. El resto, las mociones de censura para que el otro se retrate, o los insultos y descalificaciones absurdas, es incumplir el compromiso con la otra España, y dejar el porvenir del país al bloque de socialcomunistas y nacionalistas.

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