Quantcast

Opinión

Albert Rivera, el hombre que fue naranjito y acabó en calabaza

Albert Rivera.

Casi tan sombrío como aquel capitán mutilado de Moby Dick, a Albert Rivera no le importa convertir a Ciudadanos en un Pequod. Si Ahab condujo a la tripulación de su barco ballenero a la muerte segura en aquella caza encarnizada, infatigable y obsesiva de la ballena que le arrancó la pierna, Albert Rivera hará lo mismo hasta despeñarse en la tormenta de su ego ciclópeo. Cantan las encuestas convertidas ahora en sirenas... de ambulancia, porque su partido desaparece. De la mengua electoral a la extinción. 

Al líder de Ciudadanos siempre está a punto de estallarle la ropa, no porque use una talla más pequeña, sino porque la soberbia se le desborda hasta hacerle estallar los botones de la americana. Se le ven los michelines del amor propio a Rivera. Y no es de extrañar. Lo acunaron y consintieron desde premios Nobel hasta las cabeceras de los medios. Le inflaron los mofletes a punta de encuestas con las que ya él se veía en Moncloa. Lo cebaron. Rivera se apoltronó, seguro de su victoria, hasta que Sánchez le quitó su silla con la moción de censura. Fue ahí cuando comenzó la pataleta.

A Rivera siempre está a punto de estallarle la ropa, porque la soberbia se le desborda. Se le ven los michelines del amor propio

No se da cuenta Rivera de que, de tan ocupado que anda mirando su reflejo en los cristales de las vitrinas, pierde el paso o se lo pillan cambiado. Indeciso y colérico como un adolescente o un tirano, hace una cosa y su contraria. Cuando cae en cuenta de sus errores, el berrinche se amplifica. Tarde y mal se puso conciliador Albert Rivera con Pedro Sánchez, cuando ya no servía de nada para el país, pero podía serle útil a él. Pero no hay nada qué hacer, su popularidad luce caída como una tripa.

De aquel doncel con aspecto de niño de San Ildefonso acabó Rivera en infante tirano, alguien incapaz de soportar las críticas y mucho menos de someterse, él mismo, a tal ejercicio. Por eso se fue quedando solo, apenas acompañado por las muchas versiones de sí mismo que guarda en el armario, y con los pocos que le aguantan las rabietas, incluyendo a Inés Arrimadas, que renunció a una carrera política propia en Cataluña para ser la portavoz parlamentaria de un partido en el que siempre habla Rivera.

"La soberbia, su autosuficiencia antipática y su resentimiento de segundón han convertido al líder de Ciudadanos en un Pierre Nodoyuna"

La soberbia natural de Rivera, su autosuficiencia antipática y su resentimiento de segundón han convertido al líder de Ciudadanos en un Pierre Nodoyuna, porque él, como el villano de Hanna Barbera, no acierta ni en uno solo de sus intentos por adelantar a sus adversarios en la carrera hacia Moncloa. Va tan lento y casi detrás la ambulancia, que Rivera por poco no entra en el foto-finish de la semana. De no ser porque se ha puesto a dar entrevistas como un enajenado, habría quedado sepultado e invisibilizado por sus errores.

¿Qué pudo ocurrir para que el partido que parecía llamado a merendarse al PP se convirtiera en esta versión ajada, deformada y colérica? ¿Fue por los ataques de cónsul romano que experimentó su líder? ¿O acaso por la flacidez de un partido sin músculo que acabó exhausto del hiperliderazgo de un frívolo? ¿Qué pasó? Desde que Ciudadanos mudó su sede apenas unos pasos de Las Ventas, Rivera se puso torero, pero como los malos diestros, al catalán la espada le hace guardia en cada estoque. Ya ni el traje de luces le queda bien a Rivera, el hombre que fue naranjito y acabó en calabaza: inmenso y abollado. Tendrá que ponerse a dieta de sí mismo, a ver si pierde algo del sobrepeso que le ha ocasionado su propio ego.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.