Quantcast

Opinión

¿Por qué hay que seguir dando bola a un petimetre?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi durante la firma del 'Acuerdo por la reactivación económica y el empleo'.

Me dicen mis amigos periodistas en Europa que el Continente está realmente conmovido y expectante por la gira que va a hacer el irresponsable que nos gobierna a los principales países de la zona. Las cancillerías de Berlín, de la Haya, de Viena y de Estocolmo, entre otras de las capitales de los llamados estados frugales, están, desde el anuncio, en un sinvivir. No saben realmente cómo atender, para que se sienta debidamente cumplimentado, al nuevo faro de Occidente que, según dice la prensa progre doméstica, ha logrado un gran acuerdo en España entre los agentes sociales para ir todos de la mano a Bruselas a pedir la paga correspondiente.

Naturalmente, todo lo escrito hasta ahora es broma. Las cancillerías del Continente están muy al tanto de que el petimetre ha hecho una gestión desastrosa de la pandemia. De que, a causa de su ineptitud y de su negligencia, en España han muerto muchas más personas de las que desgraciadamente habría ocasionado el virus, de que el número de personal sanitario infectado ha sido el mayor del planeta, y de que, debido a la clausura económica más brutal del mundo decretada por el señor Sánchez vamos a padecer la mayor destrucción de tejido productivo y la mayor crisis de empleo en términos relativos.  El crédito en Europa de nuestro presidente del Gobierno, que dirige el equipo más izquierdista de la zona, equivale a cero.

Le dijeron que ni se le ocurriese subir los impuestos, y también le exigieron seguridad jurídica, menos burocracia y por supuesto más ayudas para solventar la crisis combinada de oferta y de demanda

Pero vayamos de petimetre a petimetre, y me refiero en este caso al presidente de la CEOE. El señor Garamendi, al que tanto he criticado en estas páginas, tuvo recientemente una iniciativa soberbia, impropia de su carácter pusilánime. Logró reunir a los empresarios españoles más notables en una conferencia que duró varios días y en la que todos mostraron sus exigencias inaplazables al Gobierno de la nación. Por resumir, le pidieron que no tocase la reforma laboral aprobada por el PP, que es la única vía de flexibilidad que permite vivir actualmente a las compañías con respiración asistida. Le dijeron que ni se le ocurriese subir los impuestos, y también le exigieron seguridad jurídica, menos burocracia y por supuesto más ayudas para solventar la crisis combinada de oferta y de demanda que jamás hemos afrontado con tanta intensidad.

Los desorientados analistas de izquierdas que pueblan la nación en todos los medios han interpretado equivocadamente que esto es el fin de capitalismo y que el keynesianismo vuelve de nuevo con fuerza a Dios gracias. Pero no es verdad. Si el dinero público es de todos, como en un día infausto dijo la entonces ministra de Cultura de Zapatero y ahora vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo, lo justo es que se utilice en pos del interés general y del bien común, que no es mantener a los parados y a los indigentes, sino ayudar a que sobrevivan las empresas, que son las únicas que pueden impedir que haya más parados y más indigentes.

El caso es que el señor Garamendi, después de aquella gran obra insólita, que fue la de reunir a todos los empresarios notorios a los que desprecia el Gobierno, para que le dijeran cara a cara lo que conviene a una nación a la deriva, el viernes pasado cometió el mismo error al que acostumbra, y aceptó ir a La Moncloa a hacerse la foto con el señor Sánchez a cuenta de un pacto económico que es realmente ridículo e inconsistente. Y lo peor de todo es que lo hizo después de que Sánchez anunciase, un día antes, que está muy determinado a subir los impuestos, una decisión equivocada que conducirá a la economía directamente al abismo.

Única salida a la crisis

Es verdad que Garamendi aprovechó el acto en los jardines de La Moncloa para mostrar su rechazo a tal pretensión, pero entonces ¿para qué vas?, ¿qué sentido tiene tu presencia allí? Ninguno. Fue porque es una persona acomodaticia, meliflua y absolutamente irrelevante, que carece de la fortaleza intelectual precisa para decir alto y claro que la única manera de que la economía española remonte y sortee la crisis es apostar por las empresas. Y que lo demás son tonterías cuando no una incursión expresa en la inmoralidad.

En las circunstancias cruciales por las que atraviesa la economía, que serán endiabladas a partir de otoño, el único sentido que tiene que el señor Garamendi ocupe su puesto es para exigir que se multipliquen los avales a las compañías, para que se extiendan los ERTE, para que se rebajen las cotizaciones sociales -que son un escándalo colosal en los momentos actuales- y para que se reduzca el salario mínimo, que sería el único camino para que mucha gente en situación comprometida pudiera encontrar aposento laboral. Desafortunadamente, el señor Garamendi fue a La Moncloa como el payaso que invitas a la fiesta de cumpleaños de tu hijo en estos tiempos modernos y absurdos. Y lo que es peor, fue sin cobrar.

No consiguió nada de lo que debía y a lo que estaba obligado, y así indirectamente, pero a sabiendas, prestó un servicio mediáticamente impagable a Sánchez, porque permitió que el presidente dijera que había llegado a un gran acuerdo social que es perfectamente gaseoso. Y también le permitió poner en una posición comprometida al Partido Popular, que rechaza con causa llegar a pactos de sustancia con este gobierno pérfido, que lo mismo engaña a Torra que a los de Bildu.

Garamendi facilitó que la colosal y probablemente invencible flota mediática que soporta a este Gobierno dijera que su actitud mesonera e indigna constituía un gran aval a España ante Bruselas

El señor Garamendi, con esa foto gratuita -un error que ha repetido demasiadas veces como para no sospechar que está poseído por su papel de vano forjador de consensos imposibles- facilitó que la colosal y probablemente invencible flota mediática que soporta a este Gobierno dijera que su actitud mesonera e indigna constituía un gran aval a España ante Bruselas. Esto naturalmente también es falso.

A Bruselas, a la UE, ni le importa ni le inquieta ni le atañe la pirotecnia montada por el ‘rasputín’ Iván Redondo. Pasa de nosotros como de comer mierda, que habría dicho mi mujer. En el juego de miles de millones que la Comisión va a proporcionar al Sur para financiar la crisis del coronavirus, a España sólo le toca perder. Serán menos de los que se han anunciado, y desde luego serán todos condicionados a sangre y fuego. Como debe ser.

Señor Garamendi, ¿por qué diablos vas a La Moncloa después de que te hayan anunciado una subida de impuestos que va a destrozar a las empresas a las que teóricamente debes defender? ¿Qué has conseguido con la foto? Nada. Nada a cambio de un esfuerzo tan titánico como ridículo es la definición perfecta de lo que no es un empresario. Un empresario es el que se lanza al riesgo y la aventura, siempre incierta, en la confianza de obtener, si el viento va de cola, un beneficio, pero que afronta el desafío igual de dispuesto a levantarse de la lona si todo se tuerce.

Conclusiones dramáticas

Hay una cierta explicación a todo este perfecto ejercicio de hipocresía, a este monumento al fraude. A esta pose. En el fondo, Garamendi es un mandado, con sus veleidades por las fotos y para que en Neguri le vean que pisa la Moncloa sin solución de continuidad. Como es un mandado, los que le gobiernan, los del Ibex 35, la plutocracia, que diría Iglesias o Echenique su sicario, han llegado a algunas conclusiones dramáticas. La primera es que el otoño va a ser terrorífico en términos de caída de la actividad y del empleo.

La segunda es que están todos absolutamente acojonados por el impacto terrible de esta situación en la cuenta de resultados de sus compañías. La tercera es que creen que no hay alternativa posible al infame Gobierno actual, seguramente con razón. La cuarta, y como consecuencia, es que no queda más remedio que tragar con Sánchez. Y la quinta, que el único alivio posible es generar una suerte de cordón sanitario a través de la eventual complicidad de Ciudadanos, que a esta fecha entra al capote sin hacer feo alguno, o de la entronización de Nadia Calviño en la presidencia del Eurogrupo, maniobras susceptibles de cortocircuitar al vicepresidente comunista Iglesias, ahora con turbios problemas judiciales.

Tras 90 días de encierro feroz, ahora pide a los ciudadanos que no se dejen atenazar por el miedo y que salgan a la calle porque hay que disfrutar de la nueva normalidad y que recuperar la economía

A simple vista, esto podría ser un escenario plausible. Mi opinión es que no tiene posibilidad alguna. Mi opinión es que es imposible llegar a algún acuerdo razonable con un psicópata como el que gobierna la nación. Con una persona que nos ha tenido encerrados durante noventa días con los peores resultados en términos de salud y de economía del mundo y que el pasado fin de semana, con motivo de los mítines de las elecciones gallegas, ahora pide a los ciudadanos que no se dejen atenazar por el miedo y que salgan a la calle porque hay que disfrutar de la nueva normalidad y que recuperar la economía.

Él, que ha instaurado el miedo como modo de comportamiento social y que ha estimulado la delación como costumbre. Un presidente que el día que los curas organizan un funeral por las víctimas del virus desaira una vez más a los Reyes, escupe a las familias sin consuelo, e improvisa una comida en Lisboa para que quede claro que es un anticlerical al que sólo le ha importado un muerto desde que está en el poder: Franco. ¿Por qué hay que seguir dando bola a un petimetre tan frívolo, irresponsable y peligroso como nuestro jefe de Gobierno?

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.