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Opinión

Cataluña, el país de las mentiras

Vivir en la Cataluña de hoy es una prueba de la distancia entre el discurso y la realidad

Cataluña
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès. EFE / Quique García.

Los nuevos voceros de la realidad insisten en que España es una comunidad plural y diversa, y yo por más que miro y estoy atento a lo que sucede, no acabo de entender a qué se refieren; a mí me parece monótona y bloqueada. Quizá vivamos en países diferentes. Los discursos, por más distintos que aparenten, están ligados a lo mismo; opiniones de rebaño que se trasmiten entre convictos de la verdad, sin un resquicio para la duda. Cuando al viejo Bergamín le preguntaron cómo era que un castizo, que hasta usaba capa larga, acabara defendiendo a los abertzales vascos, respondió a la manera bergaminesca: “porque son los más españoles de todos”. Podía haber añadido que además eran tan católicos como él.

Vivir en la Cataluña de hoy es una prueba de la distancia entre el discurso y la realidad. El número de mentirosos no creo que destaque de los residentes en Madrid o en Asturias, pero el discurso, ay el discurso. La Cataluña oficial vive de la mentira como de un oficio que para ejercer no necesita aprendizaje, te lo dan hecho. El president Aragonès ha recibido al presidente Sánchez y han estado charlando durante dos horas, dos. Es imposible mantener durante tanto tiempo una conversación en base a la amnistía y el referéndum de autodeterminación; ni aunque quisieran marear la perdiz la tendrían durante tanto tiempo en vuelo sin agotarse. Lo bueno es el resumen: han decidido seguir hablando y tomarse tiempo para seguir hablando. Ninguno de los dos tiene interés en ir más lejos; uno porque se juega el mantenimiento de los apoyos parlamentarios, el otro porque debe soportar el aliento de sus hermanos, a los que detesta y que ponen todas las trabas para que no sigan sentándose.

Una verdad tan simple como esa, trasvasada al país de las mentiras, se convierte en algo singular. “Madrid impide que asistan a la conversación los reos indultados”. Luego viene el momento estelar de la masa encefálica para tomar el asunto desde perspectivas insólitas y convertirlo en papilla para alimento de conformistas airados. Este país lleva años sin moverse, pero haciendo ver que la culpa de la parálisis no es suya. Como el salario o la jubilación las tienen garantizadas es cuestión de enfadarse y pedir a sus hijos o nietos que quemen contenedores. ¿Hay algo más emocionante que ver arder las calles y que te lo sirvan en directo por tu televisión favorita? La vicerrectora de la Universidad Politécnica de Cataluña, Núria Pla, lo pidió anhelante en las redes; lo de menos es que tuviera que dimitir por la desmesura de destapar la mentira en público, lo de más es cómo demonios llegó al cargo y quienes la apoyaron.

Vivir en la Cataluña de hoy es una prueba de la distancia entre el discurso y la realidad. El número de mentirosos no creo que destaque de los residentes en Madrid o en Asturias, pero el discurso, ay el discurso

Relatar la cotidianeidad en una ciudad como Barcelona nos llevaría a la incorrección política de afirmar que el espíritu de Vox, ese invento letal de la izquierda funcionarial indignada, domina la ciudad. Pueden cortar una vía primordial de entrada a la ciudad porque les peta, pueden pasarse por el arco del triunfo las sentencias sobre el bilingüismo o cualquier otro asunto de los muchos que están sentenciados y sin cumplir, pero cuídese mucho de decirlo en público o boicotearlo, porque ese espíritu reaccionario y violento que está en Vox y que aún no se ha manifestado, pero que acabará haciéndolo, le obligará a meterse en su agujero. Las manadas de neofascistas son ubicuas en esta Cataluña de las mentiras; ahora juegan solos los independentistas del riñón cubierto, pero eso no durará siempre, o acaban con ellos cortándoles los medios y desenmascarándolos o pronto volverán las viejas banderas. La estupidez, cuando se hace violenta, acaba considerando traidores a todos, incluso a quienes les alimentan.

Había una expresión muy común durante los “años de plomo” en el País Vasco. “Si tu no te metes en nada, no te pasará nada”. Hacer política, opinar en los medios, es un factor de alto riesgo pero que en este caso no se paga con la vida sino con el silencio. Cuando me echaron de La Vanguardia en 2017, lo hicieron dos personajes ahora voceros de la contención y el pluralismo -llegan los fondos europeos, ¡a formar!-. Se llamaban y siguen llamándose Marius Carol, todólogo susceptible de cualquier colaboración siempre que haya fondos, y el Conde de Godó, el Fernando VII de los medios de comunicación. Nadie se lo ha reprochado nunca. Que tras el despido hubiera silencio es lo normal en la España que sufrimos, pero que se llegara a condicionar la nueva contratación en Barcelona a que no hubiera referencia alguna al suceso, eso ya forma parte del país de las mentiras. ¡Ya está Morán con su historia en La Vanguardia¡ La singularidad de nuestra situación es que además debes callar para hacerte perdonar el que te hayan censurado y despedido.

Hacer política, opinar en los medios, es un factor de alto riesgo pero que en este caso no se paga con la vida sino con el silencio

El mejor blindaje de la mentira es reducirte al silencio, por eso tienen especial valor los gestos temerarios de algunos periodistas que trabajan en estos hostiles territorios. Saben que están solos pero resisten. Si cualquier lector de fuera de Cataluña siguiera los vericuetos de la ampliación del aeropuerto de Prat se quedaría de un pasmo. Es un retrato al vitriolo del país de las mentiras. Nadie asume la responsabilidad del rechazo, pero tampoco defiende la ampliación. Para que las mentiras tengan el marchamo de lo oficial hay que servirlas a domicilio.

Nos olvidamos que los períodos que conducen a la decadencia son lentos, quizá no tanto ni tan emocionantes como el que hacía Gibbon de los Romanos, porque no vienen los bárbaros; son ellos los que gobiernan. Arrastran una miseria que lo empapa todo, desde la economía a la cultura, y sobre todo a las élites. Las élites de Cataluña, culturales y económicas, o han emigrado o se mantienen en el bucle de lo posible y llevadero, las mentiras institucionalizadas. No existe vida fuera de la subvención. Lo que queda al margen pertenece al difícil arte de la picaresca y el exilio interior.

Hicieron un referéndum ilegal donde participó la mitad de la población y se concedieron un 80% de partidarios. Y con esa mentira oficial siguen; ellos a lo de todos, los demás a lo que podemos. Fíjense si no es acertado llamar a Cataluña el país de las mentiras, que consideran filósofo a un tal Francesc Pujols, reaccionario, rentista e indolente, famoso por proclamar: “algún día los catalanes podrán ir por el mundo todo pagado”. Parece un chiste grosero, pero lo dejó escrito y le jalearon tras el hallazgo. Aquí Larra se hubiera suicidado unos años antes.

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