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Opinión

El castro-chavismo conquista Perú

Lo que impacta es ver cómo en España el sanchismo mediático, mayoritario, simpatiza con este proceso, lo comprende y lo justifica

El castro-chavismo conquista Perú
El nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo. EUROPA PRESS

Si se intenta interpretar el seguimiento que ha hecho el diario El País de las elecciones presidenciales del Perú, su apoyo explícito al candidato de Perú Libre -un partido que se define sin complejos marxista-leninista y evidencia conexiones con los herederos del terrorismo de Sendero Luminoso-, compruebas cómo se banaliza en la España del sanchismo todo el tinglado castro-chavista que se reactiva hoy en América Latina. Y cómo ha cambiado el grupo Prisa, desde el comprometido antichavismo con Caracol Radio al frente al liderazgo en este coqueteo con el castrismo.

De las muchas formas de aproximación al movimiento tóxico que ha envenenado a estos países, la que me parece más comprensiva es la que se le puede oír a la neurocientifica cubana Hilda Molina. Sus testimonios sobre el castrismo, especialmente de Fidel Castro, gracias a horas y horas de conversaciones con él, son imprescindibles. Tras 35 años de cooperación con el régimen, fue perseguida dentro de la isla como disidente durante otros 15.

La torturaron hasta el punto de romperle las muñecas para que no pudiera desarrollar su trabajo de neurocirujana. Si el cantautor cubano Silvio Rodríguez no estuviera tan comprometido con la dictadura habría sabido fabricar un gran tema musical con esta historia criminal del castrismo. Pero, como sus camaradas artistas en España, sigue la estela histórica de otros grandes de las miserias del compromiso comunista.

Ya no confunden con su trampa de “luchamos contra Franco”, si recuerdas que, a la vez eran amigos de Ceaucescu, o contra Pinochet, pero admiradores del tirano Fidel

Como el Bertold Brecht que, ante los crímenes masivos de Stalin, buscó justificación en un verso miserable: "No pudimos ser amables". No, no pudieron, ni quisieron, entonces y ahora. Y ya no confunden con su trampa de "luchamos contra Franco", si recuerdas que, a la vez eran amigos de Ceaucescu, o contra Pinochet, pero admiradores del tirano Fidel al mismo tiempo.

A esta tradición está atando Pedro Sánchez al PSOE. Si Fernando de los Ríos detectó sin reservas una dictadura en la Rusia de Lenin -"libertad, ¿para qué?"-, hoy el sanchismo no ve dictadura en Cuba y aplaude el marxismo-leninismo confeso del movimiento Perú Libre que se prepara para aplicar en el país andino la fórmula diseñada en La Habana, la "casa matriz" según definición del periodista chileno Tomás Mosciatti. Para justificarse, los apoyos mediáticos sanchistas responden con un "y Arabia Saudí, ¿qué?". ¿Te imaginas que en los 70, cuando Olof Palme aterrizó en Madrid para denunciar la dictadura de Franco, se le hubiera contestado que se ocupara de otras dictaduras?

El antifascismo fascista

En cuanto a los lúcidos análisis de Hilda Molina, y sus advertencias, sobre "socialismo del siglo XXI", "foro de Sao Paulo" o "castro-chavismo", se pueden encontrar en internet. Con distintos nombres, responden a lo mismo: estrategias políticas diseñadas por Fidel en la factoría creada en La Habana, la "guerrilla ideológica" que sustituyó a la guerrilla armada fracasada. Con precisión de cirujana, desgrana el modelo que se está imponiendo -hasta en Chile, ¡santo cielo!-: cambiar las constituciones para perpetuarse en el poder, terminar con la división de poderes y con la pluralidad informativa, construir un enemigo poderoso -"sembrar el odio para dividir a la gente"-. Como en los tiempos de Gramsci, cuando el que no era comunista era declarado fascista. El antifascismo fascista, que tan bien tiene analizado el historiador italiano Emilio Gentile.

La doctora Molina fue testigo de cómo todo lo tenía escrito el dictador como un gran plan geopolítico para extender la revolución. Utilizar "los mecanismos de la tonta democracia", era la clave de bóveda de la estrategia que le confesó. Ese modelo es el que ahora aterriza en Perú, saludado por los medios sanchistas como la izquierda que llega al poder, los pobres que derrotan a la oligarquía. Se repite el proceso ya anticipado por todo el subcontinente.

Lo que impacta es ver cómo en España el sanchismo mediático, mayoritario, simpatiza con este proceso, lo comprende y lo justifica. En el seguimiento electoral de las presidenciales peruanas les ha preocupado, más que el derechismo de Keiko Fujimori que denuncian, ocultar la condición castro-chavista de Pedro Castillo, seleccionado por Vladimir Cerrón – el verdadero líder, educado en la fábrica ideológica cubana y condenado por corrupción-Presentan al nuevo presidente como un humilde maestro del país marginado y falsifican o ignoran las evidencias que él mismo proclama, también en su discurso de toma de posesión, sobre sus intenciones de convocar una inconstitucional "Asamblea Plurinacional Constituyente".

Sigue la senda de México, donde su presidente castrista insulta a las clases medias, a las que llama "aspiracionistas", o de Venezuela

Castrismo en estado puro, y apelación directa al pueblo en el mismo sentido que Chavez -"Yo ya no soy yo, soy un pueblo"-. ¡Pobre Perú! Siguen la senda de México, donde su presidente castrista insulta a las clases medias, a las que llama "aspiracionistas", o de Venezuela, donde sus líderes dicen que cuando la gente se manifiesta en Colombia es “el pueblo”, pero los que lo hacen en Venezuela son "la burguesía". En ese aeropuerto ha aterrizado Perú. Es fácil anticipar el consabido "pobrismo estatista" que tantos fracasos exhibe donde ya se ha practicado el modelo, no importa lo que el precio del litio o del petróleo suban.

La izquierda caviar y la Pontificia

¿Qué se puede esperar de esta nueva etapa de un país dividido en dos mitades? Tantos antecedentes dejan poco espacio a la esperanza de que esta vez sea diferente. El camuflaje que se intenta con el presidente Castillo, como si no fuera obvio que es un simple títere de la organización castrista peruana, le sirve de poco a una sociedad tan castigada por la pandemia y necesitada de continuar con el crecimiento económico robusto de las últimas décadas, ahora detenido y en riesgo cierto. Los esfuerzos de los izquierdistas "caviar" de la Universidad Pontificia Católica para forjar una imagen internacional edulcorada sobre los planes de Perú Libre son inmorales por interesados, y servirán de poco.

Que el conglomerado que hoy domina la vida política y mediática en España se muestre comprensivo, cuando no entusiasta, con estas aventuras castro-chavistas, no debería sorprender. La dilatación retórica aprendida en Gramsci o Lacleau, poco importan los matices, orientan al Gobierno y al PSOE. Lean los descreidos el manifiesto de Bogotá redactado por Iglesias y firmado por Zapatero, acompañados por toda la internacional castrista, en la toma de posesión de hace unos meses del nuevo presidente boliviano. Que Sánchez se niegue a llamar dictadura al régimen criminal cubano puede impactar, pero no sorprender. Como el entusiasmo con el que la coalición de gobierno recibe al presidente peruano marxista-leninista seleccionado por Cerrón.

Cuando los socialdemócratas prescinden de la alianza con comunistas, logran los buenos resultados del Estado de bienestar con crecimiento, pero, cuando se alían con ellos, los desastres están garantizados

Y además, inútiles. Los resultados, allí y aquí, dejan lugar a pocas dudas. Si eso es la izquierda, habrá que ir pensando en evitar la palabra. O la socialdemocracia nórdica o el castro-chavismo; juntos no pueden ir, por incompatibles. El experto en historia del desarrollo Daron Acemoglu lo explica con precisión. Demuestra con el ejemplo histórico sueco cómo, cuando los socialdemócratas prescinden de la alianza con comunistas, logran los buenos resultados del Estado de bienestar con crecimiento, pero, cuando se alían con ellos, los desastres están garantizados.

El PSOE sanchista -y no hay otro-, entre Dinamarca y la Argentina peronista, eligió la segunda opción. Sánchez convertido en nuestro "rinoceronte gris" -una amenaza perfectamente identificable, previsible, aunque se prefiera no ver por pura conveniencia-, con sus fatídicos aliados, ha colocado al país en la senda del castro-chavismo, y así nos va.

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