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Opinión

La encrucijada de Pablo Casado

Pablo Casado

Pablo Casado lo fió todo a que el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no duraría más allá de 2021 tras su cuestionada gestión de la pandemia, pero hete aquí que la coalición aguanta -dónde va a estar mejor ese Podemos en caída libre- y el destino, caprichoso por definición, y hasta la Unión Europea ha acabado por confiarle la tarea de sacarnos del desastre social que se avecina; así que, de momento, pinta a que la legislatura llegará más allá del año próximo.  

Ahora el líder del PP tiene dos opciones: desgastarse lejos del poder en una oposición igual de dura que la de estos meses -más es difícil- para mantener a raya a Vox y el voto popular más cafetero, o subirse al carro de la reconstrucción poniendo su granito de arena apoyando por activa (sí) o pasiva (abstención) los Presupuestos. Ganaría así imagen de hombre de Estado que, vaya usted a saber qué significa, pero vende mucho; más de lo que ningún líder de la oposición está dispuesto a reconocer por miedo a que le tachen de blando.

En un país taurino como el nuestro, donde el valor es casi una religión, quienes acabaron de inquilinos de La Moncloa se la jugaron en la oposición de una forma u otra. Felipe González dimitió en 1979 como secretario general del PSOE para forzar al partido a abandonar el marxismo, volvió y presentó una moción de censura (1980) contra Adolfo Suárez. La perdió en el Congreso, sí, pero la ganó la calle y un año y un golpe de Estado después, el histórico líder socialista logró aquel 28 de octubre de 1982 la mayoría absoluta más rotunda en democracia: 202 diputados.

A ese Aznar que ahora adoctrina desde FAES no se le cayeron los anillos por pactar con un Gobierno de Felipe González que tenía al gobernador del Banco de España y al director general de la Guardia Civil en la cárcel

Una década después, en 1993, José María Aznar al frente del refundado PP firmó -bueno, él no, Mariano Rajoy y el ya desaparecido José María Benegas- las transferencias pendientes de las comunidades del régimen común, dando oxígeno a un Gobierno que empezaba a boquear por la corrupción: un gobernador del Banco de España, Mariano Rubio en la cárcel, y un director de la Guardia Civil, Luis Roldán, en busca y captura; nada menos.

Llegó 1996, y ganó Aznar al todopoderoso Glez. Por los pelos, pero ganó; y cuatro años más tarde, en su segunda legislatura, obtuvo otra mayoría absoluta para la historia: 183 diputados. Y cuatro meses más tarde se aupó a la Secretaría general del PSOE un desconocido José Luis Rodríguez Zapatero quien, cual maletilla en la plaza de toros de La Maestranza se tiró al ruedo proponiendo que un Pacto contra el Terrorismo al PP, el partido que más rendimiento podía sacar a la mano dura contra ETA.   

Ni que decir tiene que, a corto plazo, el entonces conocido como ZP no ganó nada... pero se hizo un nombre en el imaginario colectivo de esa mayoría silenciosa que no opina ni vocifera pero también vota. ¿Y Rajoy? Pues el antecesor de Pedro Sánchez echó su cuarto a espadas en 2011, a cuatro meses de un arrollador triunfo electoral, pactando con un moribundo Zapatero la reforma del artículo 135 de la Constitución para garantizar el pago de la deuda por parte de una España que en aquel momento estaba asolada por la crisis inmobiliaria. 

Cierto que el Pedro Sánchez del no es no supone una rara avis en los ejemplos que he puesto, pero no lo es menos que en la última etapa de Mariano Rajoy no le quedó más remedio que apoyar al Ejecitivo del PP en el desafío catalán, un asunto, el de la bandera, que por definición siempre va a ser exitoso para la derecha.

Demostrar valor

Así pues, ¿cuál es el común denominador de los antecesores de Pablo Casado? Que en algún momento demostraron valor, arriesgaron sin saber exactamente cómo se lo tomaría su electorado... ¿Significa eso que tiene que apoyar, si o sí, el presupuesto 2021? No. Significa que tiene que hacernos saber a todos que está dispuesto en serio, no con la boca pequeña, a cambio de condiciones estrictas; significa que tendrá que convertirse, sin miedo, en el Rutte hispano que defienda cierta racionalidad en las cuentas públicas para frenar cuanto antes mejor un déficit y una deuda necesarios hoy pero desbocados mañana.

En ese momento, el problema lo tendría Sánchez: explicar, sobre todo a la Comisión Europea, a Ángela Merkel y al primer ministro holandés, Mark Rutte, por qué seguir por la senda del gasto público sin control tras anunciar la UE la friolera de 72.700 millones de inversión a fondo perdido para cambiar todo nuestro sistema productivo... en Mus se llama saber jugar la mano. Y eso significa algo más que denunciar lo que va mal:

 

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