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Opinión

Con chanclas y a lo loco

Jennifer Lawrence en el Festival de Cannes Efe

Sentada en el interior de una carroza de cuento, similar a la que veíamos recientemente en la coronación de Carlos lll, relata la mismísima Reina Carlota lo complicado que resulta moverse cuando una lleva a cuestas una capa de encaje de doscientos años de antigüedad y un vestido elaborado sobre una estructura fabricada con huesos de ballena. “El problema de los huesos de ballena es que son muy delicados y muy afilados y, por supuesto, voy a la moda, así que el corsé es muy ajustado y por eso parezco una estatua, ridícula”. Con cierto enfado se lo recalca a su hermano, quien, sentado enfrente, le afea su quietud.

Así transcurren los primeros minutos de la serie a la que esta joven con carácter da nombre en Netflix y que se mantiene, desde hace semanas, en el podio de las más vistas de la plataforma. Está inspirada en la figura de la mujer de origen alemán que, tras contraer matrimonio con Jorge lll, reinó en Inglaterra entre 1761 y 1818. Podría parecernos una época demasiado lejana en el tiempo, sin embargo, qué cercanas y familiares nos resultan sus palabras. “Como tengo que exhibirme, debo ponerme un vestido ridículo, tan elegante que si me muevo demasiado la ropa interior podría llegar a acuchillarme. Oh, qué emocionante ser una gran dama”.

Un dresscode que sigue chocando en pleno siglo XXl y que no entra, claro, dentro de las estrictas normas de vestimenta que rigen este festival que -vaya sorpresa- es mucho más exigente con nosotras

Más de doscientos años después, las mujeres seguimos siendo víctimas de la tiranía de la moda, de esa ley no escrita que dice qué debemos llevar y qué no, en función de la ocasión. Lo pienso estos días al ver las fotografías de la alfombra roja de Cannes. Ese trozo interminable de tela aterciopelada y color fresa que ha vuelto a ser objetivo de mil y un flashes y de los titulares más afilados, hasta el punto de convertir en noticia y en imagen viral lo que, quizá, no debería ni serlo. Por ejemplo, que la actriz Jennifer Lawrence ocultara bajo su espectacular y pomposo vestido rojo de alta costura de Dior, unas chanclas negras de las que se utilizan para ir a la playa. Planas. Cómodas. De plástico, incluso me atrevería a aventurar. Un dresscode que sigue chocando en pleno siglo XXl y que no entra, claro, dentro de las estrictas normas de vestimenta que rigen este festival que -vaya sorpresa- es mucho más exigente con nosotras. Aun así, no es la primera vez que una artista se baja de los tacones o aparece directamente sin ellos en ese mismo lugar. Descalza desfiló en 2016 Julia Roberts en respuesta a que, un año antes, los responsables de seguridad habían prohibido el acceso a varias mujeres que llevaban zapato plano, algunas por problemas de movilidad.

Deberíamos ya, de una vez, dejar de alarmarnos por algo tan tonto y tan banal como es la ausencia de unos tacones en una alfombra de estas características o en cualquier evento suntuoso que se precie. Que su uso deje de ser una obligación para convertirse en una elección personal. Que no haya que llegar hasta el punto de padecer una enfermedad -como es el caso de Doña Letizia y su Neuroma de Morton que tantos titulares ha acaparado- para justificar la falta de unos elevadores en los pies.

Lo he vivido en alguna que otra entrevista en la que me he llegado a creer hasta modelo -a mis cuarenta-, más que periodista, que es lo que soy

El caso es que de tanto fijarnos en lo que no debemos, en lo que no es relevante, pasa desapercibido, al final, lo realmente importante. Y, un año más, no tengo ni la más remota idea de las películas que se han presentado en este flamante festival de la costa azul. Porque, aun haciendo el titánico ejercicio de buscar en internet algún que otro título que me pueda seducir en taquilla en el futuro, la mayor parte de las noticias que me saltan no tienen nada que ver con el cine. Todas llevan directamente la palabra “look” o “polémica” en negrita. Como si eso fuese lo único que interesa. Como si todo, al final, quedara reducido a la anécdota. “Es lo que vende”, dicen siempre los directivos de los medios de comunicación. Lo que da audiencia, en el caso de las televisiones. Lo he vivido en alguna que otra entrevista en la que me he llegado a creer hasta modelo -a mis cuarenta-, más que periodista, que es lo que soy. Por la importancia que le han dado a lo que llevo puesto, más que a lo que llevo vivido en el oficio.

Siento que muchas veces nos olvidamos los que estamos metidos en esta profesión, de que hay un público inteligente que demanda rigor, seriedad y saber qué es lo que se esconde más allá de la superficie; saber cómo está construida esa estructura a base de huesos de ballena que sostiene un envoltorio sólido y glamuroso para las miradas más frívolas… frágil y quebradizo para aquellas miradas que buscan cuerpo a través.

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  • V
    vallecas

    Ni una pizca de autocrítica, ni un átomo de verdad. Las mujeres que usted describe un LIBRES de hacer lo que quieran y por eso lo hacen. Mi admirada Irina no es una víctima, manda, controla el medio y es capaz de ganar millones de euros sin decir ni una "palabra". Es patético, semana tras semana. leer el mismo "tostón".