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Opinión

La lotería de Bruselas y su letra pequeña

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.

El gordo de la lotería del Euromillones cayó ayer, un caluroso 27 de mayo de 2020, en La Moncloa, residencia oficial del Gobierno de Pedro & Pablo, en forma de una lluvia de millones que, dentro de un programa de reconstrucción que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentó al Parlamento Europeo, corresponderán a España: nada menos que 77.000 millones en ayudas no reembolsables (a fondo perdido) y otros 63.000 en forma de créditos. En total, 140.000 millones del ala. El equivalente al 11,5% del PIB español en 2019. Casi nada. Una gran noticia para un Gobierno contra las cuerdas, victima casi diaria de una sucesión de escándalos que solo la protección que le brinda su poderosa armada mediática impide que esté ya contra la lona. Y una buena noticia, en realidad una excelente noticia para España, si un Gobierno en sus cabales al margen de adscripción ideológica concreta, representando los intereses de la mayoría, fuera capaz de aprovechar esta oportunidad para enderezar el rumbo de la economía y poner a España en la nómina de los países punteros de la Unión.

Seguro que Pedro & Pablo se frotaron ayer las manos dispuestos a celebrar una riada de millones caída del cielo con la que se pueden abordar innumerables proyectos beneficiosos para la mayoría pero también incontables tropelías en provecho de unos pocos. Resultaba ayer curioso ver cómo la crónica, excelente por lo demás, que Bernardo de Miguel y Lluís Pellicer firmaban desde Bruselas para El País no aludía en absoluto a la condicionalidad que va a pesar sobre el premio gordo que ayer le tocó a España. De aclararlo se encargaba Alejandra Olcese en 'Vozpópuli', recordando que “cada Gobierno tendrá que presentar un plan de reformas explicando puntualmente en qué gastará el dinero, en línea con las recomendaciones económicas que hará Bruselas y con las prioridades europeas, entre las que Von der Leyen ha resaltado la transición ecológica y digital, y el resto de países tendrá que dar el visto bueno a ese plan antes de que la Comisión libere el dinero”. La lotería de Bruselas y su letra pequeña. 

Una letra pequeña que va a ir endureciendo su perfil progresivamente en la medida en que los líderes políticos de los llamados “países frugales” -Holanda, Dinamarca, Austria y Suecia, por no hablar de la propia Alemania- tengan que convocar a sus electores en las próximas semanas o meses para convencerles de que es una buena idea acudir con su dinero al rescate de los alegres chicos del 'Club Med', con Italia y España a la cabeza, acostumbrados a vivir del crédito con una total falta de respeto a los ya viejos acuerdos de Maastricht sobre el control de déficit, deuda y demás. La prensa europea lleva semanas enfatizando la condicionalidad de las ayudas, los 750.000 millones ayer desvelados por la presidenta de la CE, concretada en dos grandes renglones: consolidación de las cuentas públicas y programa de reformas estructurales profundas. Justamente el 'homework' que España lleva sin hacer desde hace tiempo, y no digamos ya una Italia dejada de la mano de Dios, a la que le han correspondido nada menos que 172.000 millones en la lotería de ayer.

Se viene por tanto un ajuste inevitable, gradual en el tiempo si se quiere, pero que será la gran prueba a la que tendrá que enfrentarse el Gobierno menos indicado, tanto desde el punto de vista técnico como ideológico, para esa tarea de saneamiento y de reformas capaces de dotar a España de un proyecto de futuro que hoy no se vislumbra en modo alguno. En realidad, la condicionalidad comenzará a hacerse realidad en los duros trámites que el proyecto tendrá que superar antes de que un solo euro llegue a Madrid y a Roma. En primer lugar, porque los planes nacionales describiendo sus necesidades y las reformas planteadas deberán ser aprobados por la Comisión, que además gestionará el proyecto entero, y sobre todo tendrán que convencer a los demás países, superando el hueso de unos norteños dispuestos a ayudar solo mediante préstamos, nada de ayudas a fondo perdido. “Es difícil imaginar que esta propuesta sea el resultado final de las negociaciones”, advirtió ayer un diplomático holandés a la agencia AFP. “Las posiciones están muy separadas y es un asunto que se decide por unanimidad. Las negociaciones llevarán tiempo”.

Esto va para largo

El canciller austriaco, Sebastian Kurz, otro de los 'duros', dijo también ayer que la propuesta de la presidenta de la CE es solo “una base para las negociaciones”, negociaciones que Angela Merkel prevé “difíciles” y que en modo alguno concluirán en la próxima cumbre europea de junio. Para la canciller “el objetivo debería ser encontrar tiempo en otoño para que los parlamentos nacionales y el Europeo discutan el plan” de Von der Leyen, de modo que pudiera entrar en vigor el 1 de enero de 2021. Esto, pues, va para largo. En realidad todo el proyecto lleva el sello personal de Merkel, la líder que mejor ha gestionado la pandemia, cuya figura ha salido muy reforzada dentro y fuera de Alemania. En estos tiempos de ausencia de liderazgos, no resultaría exagerado afirmar que no solo el plan de reconstrucción depende de ella, sino también la suerte del euro y el propio futuro de la UE como mercado único. Todo sobre las espaldas de una mujer capaz de alumbrar el plan previo de 500.000 millones pactado con Francia, origen del presentado ayer ante el Parlamento Europeo, y que tuvo la humildad de echarse a un lado para permitir a un Macron muy debilitado por su mala gestión de la pandemia apuntarse el tanto.

Debido a la caída de Francia en los infiernos del 'Club Med', la soledad de Merkel al frente de la UE empieza a resultar atronadora. Pero su posición en Alemania no es en absoluto fácil, como ha venido a demostrar la sentencia del Tribunal Constitucional de Karlsruhe exigiendo un reequilibrio presupuestario de la política económica común. Un creciente número de alemanes tampoco quiere resolver con su dinero los problemas de países incapaces de disciplinarse. Por fortuna para los ribereños del Mediterráneo, la deriva de la globalización hacia los bloques regionales, la vuelta de China hacia su mercado interno y el giro proteccionista imprimido por Trump a los Estados Unidos, no dejan a Alemania, que correrá con la mayor parte de la financiación del plan de Von der Leyen, más opción que Europa, un mercado que absorbe el 60% de sus exportaciones y representa el 47% de su PIB. Angela ha decidido seguir apostando por una UE casi sin pulso, en la esperanza de que los europeos sigamos comprando sus Mercedes y sus BMW como hasta ahora.

Los alegres chicos de la banda que hoy ocupa La Moncloa seguirán, por su parte, gastando más y mejor, que es lo suyo, muy ocupados ahora en ese Ingreso Mínimo Vital que no tienen los alemanes y con el que esperan recuperar el resuello hundido en las profundidades de un descontrol gubernativo que resultaría cómico si no fuera dramático. Mientras las élites europeas tratan de aprovechar el drama del coronavirus para poner sus países al día recuperando el retraso acumulado en términos de inversión e innovación respecto a China y EEUU, particularmente en sectores como la transición digital, la energética, la medioambiental y otras, modernizando sus modelos económicos y educando a su capital humano, nuestro Gobierno se ocupa en arrastrar a las instituciones por el barro para hacer efectivo el entierro del régimen del 78, dispuestos a alumbrar esa sociedad subvencionada lista para votarles mansamente hasta el fin de los tiempos. Por fortuna seguimos teniendo a la UE, una UE muy malita, cierto, pero convertida en nuestro último baluarte.

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