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Opinión

La base deslizante

La mejor campaña electoral consiste en compartir con la ciudadanía un diagnóstico sincero y riguroso de la situación de la Nación

En la reciente Convención del Partido Popular celebrada en forma de road show por toda la geografía nacional con abundancia de estrellas extranjeras invitadas -alguna inoportunamente condenada en su país por financiación ilegal- y una voluntad manifiesta de recuperar a veteranos de guerra y de acoger a figuras destacadas de partidos limítrofes, un mensaje repetido en todos los discursos de los principales dirigentes ha sido el de "ensanchar la base" y alejarse de su rival por la derecha. Cuando periodistas avispados han preguntado por el significado de este ensanchamiento, la respuesta ha sido que el PP debe situarse en el centro del espectro electoral creciendo por ambos lados, recuperando a los fugados por estribor hacia planteamientos más afilados y captando a babor a los socialdemócratas sensatos que rechazan las fechorías de Pedro Sánchez. La idea es excelente, si se amplía el volumen de apoyos por ambos costados, la condición de fuerza más votada queda asegurada. A partir de aquí, el vecino incordio que se empeña en ver el mundo como un combate entre el Bien y el Mal sin los matices ni la ductilidad que determinados barones territoriales consideran indispensables para el ejercicio de la política moderada y flexible apta para el ensanchamiento de la base, quedará obligado a votar favorablemente la investidura de Pablo Casado porque la opción de posibilitar una reedición del actual desbarajuste le queda vedada.

Este es, pues, el enfoque y la Convención ha sido su traducción en espectáculo de luz y sonido. Sobre el papel, el diseño parece inteligente, pero ya se sabe que Dios se parte de risa cuando le contamos nuestros planes. Así, esta estrategia tiene un problema serio: la base no es ampliable simultáneamente por los dos costados, cuando se desplaza en un sentido se encoge por el otro. Si, por ejemplo, el Partido Popular transige con la interpretación maniquea y ahistórica de la Guerra Civil, la Segunda República y la Dictadura y sus aberrantes leyes de memoria hemipléjica, su orilla derecha se cubrirá de las aguas invasoras de su rival conservador y la base no se ensanchará, se mantendrá igual. Si se compromete a poner orden en el desboque de la deuda y del déficit, suprimiendo organismos públicos inútiles, subvenciones absurdas y cargos superfluos, la dichosa base se contraerá no sólo por la izquierda, sino también por el centro, repleto de beneficiarios de la fiesta autonómica, con lo que ni siquiera se mantendrá, sino que adelgazará. Si propone una fiscalidad razonable, que no ahogue la actividad económica y facilite el crecimiento y la creación de empleo, suscitará rechazo en los posibles votantes socialdemócratas tibios y la base tampoco aumentará. Si postula una regulación del mercado laboral generadora de empleo sin dogmatismos ni rigideces, sufrirá el mismo castigo. La decepcionante conclusión es que el éxito en las urnas se logra sin decir nada sustantivo y emitiendo eslóganes vagos y biensonantes que adormezcan a la sociedad en un plácido nirvana mientras las contradicciones se agudizan y las amenazas se redoblan.

Montajes como "colocarse en el centro" o "ampliar la base" y otras zarandajas producen la sensación de que lo que se busca es el poder sin que importen los métodos para conseguirlo

A partir de lo anteriormente expuesto, el astuto propósito de ensanchar la base contentando a diestra y a siniestra está condenado al fracaso, como todas las concepciones estrictamente topológicas del comportamiento de los votantes. Además, una de las cosas que no hay que hacer nunca en política es explicar lo que uno va a hacer, sino hacerlo y basta. Montajes como "colocarse en el centro" o "ampliar la base" y otras zarandajas producen la sensación de que lo que se busca es el poder sin que importen los métodos para conseguirlo. El ciudadano que recibe estos mensajes piensa inmediatamente que los aspirantes a gobernar no ponen su atención y su esfuerzo en los problemas que le agobian con el fin de resolverlos o aliviarlos, sino en sus objetivos personales de vestirse con la púrpura.

La mejor campaña electoral consiste en compartir con la ciudadanía un diagnóstico sincero y riguroso de la situación de la Nación, sin falsos optimismos ni catastrofismos deprimentes, analizar cada una de las deficiencias de nuestra arquitectura institucional, de nuestro sistema productivo y de nuestros servicios públicos y ofrecer a continuación las reformas y medidas necesarias para mejorar el presente declive, con España amenazada de fragmentación, las cuentas públicas en el camino del colapso y las libertades cuestionadas. Esta exposición de las dificultades que nos abruman y de sus remedios se ha de hacer llegar a sus destinatarios con convicción, argumentos sólidos y tratando al ciudadano con el respeto que merece, como un individuo dotado de criterio que siente, pero también razona. Por supuesto, hay que demostrar firmeza, seriedad y coraje, que son los componentes del liderazgo y alejarse de tácticas, fingimientos y trucos, que para eso ya tenemos la asfaltada faz del actual inquilino de La Moncloa. Dicho concisamente, el método Ayuso.

En cuanto a lo de "alejarse de los populismos" es muy loable, pero cuidado con distanciarse demasiado de según quién porque hay millones de españoles que no comparten que esta etiqueta descalificadora le pueda ser aplicada y si tan ostensible es la frialdad la dichosa base que se persigue dilatar se estrechará reforzando molestamente la dependencia del futuro e inevitable socio. Obviamente, queda el recurso de la gran coalición a la alemana, pero si el PP da ese paso inédito en España corre el riesgo de que el deslizamiento de su base sea tal que le condene a medio plazo a convertirse en el mero fulcro de una palanca de la que el PSOE y Vox sean los brazos.

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