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Opinión

Ni Aznar, ni Santamaría, ni Feijóo

Pablo Casado y José María Aznar.

Liberado del asfixiante dogal del pacto del Supremo, merced al indiscreto guasap de Cosidó, Pablo Casado respira tranquilo. Puede retomar, sin rubor, sus ataques a Sánchez, puede reclamar el cese de la ministra Delgado y hasta recuperar la mancillada bandera de la regeneración. En esta España sanchista todo fluye a velocidad de vértigo. Hasta las elecciones andaluzas han pasado a un segundo plano.  

Nacieron con vocación de primarias de las primarias. Es decir, de primarias de las autonómicas y municipales que, a su vez, serán las primarias de las generales. Las apuestas ahora giran en torno a si Sánchez convocará en marzo, en el ‘superdomingo’ de mayo o en otoño. He aquí el nuevo laberinto.

En cualquier caso, pase lo que pase, está claro que quien se juega buena parte de su porvenir en las andaluzas es Pablo Casado, que se ha volcado en esta contienda como si fuera el Eric Lidell de ‘Carros de fuego’. No todos en su partido entienden esa afanosa entrega, que reúne algunos ribetes suicidas. ¿Qué necesidad hay de pringarse tanto? Puede salir muy chamuscado en una competencia que se adivina perdida.

Por si tal hecho sucediera, ya hay en el PP quienes vuelven a su juego favorito. El de adivinar sucesores o recambios. Se trata de una de las tradiciones más arraigadas en la derecha española. Buscar un repuesto antes incluso de que el líder máximo haya ofrecido signo alguno de agotamiento. Casado acaba de aterrizar. Tiene, efectivamente, un gran reto en Andalucía que no conlleva, irremisiblemente, su camino hacia al catafalco político.

Se trata de una de las tradiciones más arraigadas en la derecha española: buscar un repuesto antes incluso de que el líder máximo haya ofrecido signo alguno de agotamiento

Así y todo, los traidorcillos de siempre ya aventan nombres y jalean herederos. “Feijóo se mueve”, se escucha desde el esquinazo gallego. Un clásico, ahora algo escacharrado. Núñez Feijóo, barón entre los barones, el eterno ‘delfín' de Rajoy, rompió todas sus naves cuando evitó dar el paso al frente en las internas del partido. “Mi compromiso es con Galicia, ya nos veremos en 2020”, vino a decir. Quedó entre los suyos como un timorato algo acollonado. Perdió gran parte de su crédito. Y, posiblemente, tiró por la borda su futuro.

Alguien habla incluso de Soraya Sáenz de Santamaría, la gran perdedora de las primarias, la favorita de Mariano, la antaño sumo sacerdote de Moncloa. Sus leales, que aún pululan por los despachos del partido, recuerdan que la vicetodo logró más votos de afiliados que Pablo Casado. “Yo soy la Soraya de España”. O sea, de la gente, del militante sin galones, la de la puta base.

Fue en la segunda vuelta, ideada por Fernando Maíllo, cuando mordió el polvo merced al voto de los compromisarios reclutados por Dolores Cospedal. Soraya escupió la mejor de sus sonrisas sobre la mano tendida del vencedor y envió la ‘integración’ a tomar vientos. Santamaría prefirió la oferta de Sánchez y se acomodó en un despachito en el Consejo de Estado. A verlas venir. Bien para saltar al Ibex dentro de un par de años o, quizás, para volver, una vez chamuscado el joven gladiador.

“Es la más inteligente, la que mejor conoce el Estado, la Administración y los recovecos del BOE”, se hartan de recitar sus corifeos. También apuntan a que es la única del viejo PP que salió inmaculada de la infecta marea de la corrupción, si es que Villarejo no tiene a bien demostrar lo contrario. Quizás ella nunca haya pensado en volver. Su retorno es misión imposible. Mientras los golpistas sigan controlando Cataluña, nadie olvidará su reprochable ‘Operación diálogo’. Un tizón demasiado negro en su hoja de servicios. Ni Feijóo, ni Soraya. Habría que trazar  otro acimut para localizar al futuro presidente del PP, si es que hay caso.

La gran incógnita del Sur

Los augures conceden la victoria y hasta el Gobierno a socialistas y podemitas, esto es, a un acuerdo de Susana Díaz y Teresa Rodríguez. “Está todo el pescado vendido”, sentencian tajantes. O no. Algunos escrutadores de los sondeos no cierran la puerta a la sorpresa y dejan un resquicio a la gran campanada que supondría una mínima ventaja del centro derecha, es decir, PP, Ciudadanos y Vox. Un escenario que, ahora mismo suena a fantasía Disney pero que no todos descartan. El gran vuelco, el fin del régimen, el cataclismo susanista sería una noticia que no haría estremecer al inquilino de la Moncloa, que apenas se ha dejado ver por las tierras del Sur en previsión de algún daño colateral.

Por lo que pueda pasar, Casado está tomando ya sus precauciones y hasta variando el rumbo de navegación. Tras su ruptura judicial con el PSOE, enfila ahora un comedido viraje al centro. Se acabó la 'derechización' del PP. José María Aznar, por ejemplo, no va a ser la estrella invitada en los mítines, en contra de lo que algunos habían aventurado. Ha hecho las paces con el ‘nuevo PP’ y ya está. Casado le escucha, va a la presentación de su libro y se deshace en elogios hacia su persona. Punto. Ha colocado a Suárez Illana al frente de su nueva Faes del PP y ya empieza a pasar página, en forma elegante hasta la exquisitez, con el pasado.

Será en las legislativas cuando Casado se mida, más que con el PSOE, consigo mismo. Quizás pierda, y quizás lo vuelva a intentar. Tiene una virtud admirable: el coraje

“La noticia de mi muerte es prematura”, podría afirmar el actual presidente del PP cuando escucha teorías diversas sobre lo que ocurrirá si sufre un batacazo en Sevilla. Será el candidato del PP en las generales, cualquiera que sea la fecha que Sánchez disponga. “Ábalos ha dicho que la capacidad de convocar elecciones corresponde al presidente del Gobierno y no puedo estar más de acuerdo”, bromeó Sánchez desde Rabat, con ese tono de humildad franciscana al que nos tiene acostumbrados. Al día siguiente, lanzó un misil a Podemos y separatistas: “Sin presupuestos se acorta mi legislatura”.

Será en las legislativas cuando Casado se mida, más que con el PSOE, consigo mismo. Quizás pierda, y quizás lo vuelva a intentar. Tiene una virtud admirable, que comparte con los dioses y los animales: el coraje. Ni Aznar, ni Feijóo ni, menos aún Soraya. Para entonces, sólo estará Casado frente a su propio destino.

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