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Opinión

ADMINISTRAR EL POSTSANCHISMO (II)

Antagonismo entre España y el secesionismo

Soberanía fiscal para Cataluña: la pela es la pela
Pedro Sánchez (i) y Pere Aragonès (d) en el Palau de la Generalitat Europa Press

Los nacionalismos vasco y catalán no juegan limpio dentro del orden constitucional, basado en la lealtad institucional a la Nación española, patria común e indivisible de todos los ciudadanos. Así ha sido durante cuatro décadas. Utilizan el poder soberano de los españoles, a través de las competencias estatuarias cedidas -no les pertenecen- para construir sus “naciones” antiespañolas. Ambos nacionalismos son étnico-identitarios, esencialistas y excluyentes, cuya razón de ser es la secesión por lo que están en guerra para eliminar a España de sus “feudos” y afianzar su soberanía.

La construcción nacionalista emplea un relato con carga emocional, publicitado y omnipresente, pero desde el punto de vista objetivo todos los nacionalismos identitarios son construcciones sociales inventadas y violentas por intereses de élites.

La historiografía contemporánea sobre el nacionalismo responde a un paradigma dual, según dos concepciones de nación: la culturalista de tradición germánica, basada en rasgos tribales de raza, lengua, hechos diferenciales y tradiciones, y la política de tradición occidental, sustentada en el pacto constitucional, la libertad e igualdad y los derechos individuales. La diferencia es notable, la primera centrada en la etnicidad homogénea del colectivo, unido por nexos esenciales, instigados por fanáticos, llega a sacrificar la libertad y la prosperidad; la segunda, fundada en valores cívicos y libertades civiles, ausencia de coerción y pluralismo. Los nexos étnico-culturales separan a los individuos, mientras que el orden constitucional liberal une en lo común (pacto de unión y sujeción, principios, valores) y abre espacios de libertad responsable.

Para desgracia de los españoles, los nacionalismos vasco, catalán y gallego son del tipo étnico-identitario. Surgen a lo largo del siglo XIX de élites sectarias, con impacto social minoritario, se eclipsan durante buena parte del siglo XX, por las dictaduras de Primo de Rivera y Franco. La Transición democrática y la Constitución de 1978 les otorga legitimidad, utilizan de forma intransigente las instituciones democráticas de todos para ampliar la base social secesionista que amenaza a la Nación que les legitimó. Cuatro rasgos definen a estos nacionalismos, erigidos contra los españoles:

a) inventan un origen legendario, para legitimar su historia, rituales y símbolos como instrumentos de poder. E. Hobsbawm, en su obra The invention of Tradition (1983) atribuye al nacionalismo el “desarrollo de la idea de nación a partir de ritos y tradiciones que crean sensaciones de antigüedad legendaria”.

b) atribuyen un carácter esencial a simples usos y costumbres. B. Anderson, estudia los nacionalismos en Imagined Communities. Reflexions aboud the Origin and Spread of Nationalism (1983-2006). Constata que son “comunidades imaginarias” construidas “gracias a la industrialización (…) los cambios cognitivos asociados a la comunicación escrita (…) diarios, novelas, museos, mapas… y al desarrollo de las lenguas vernáculas. La fuerza de esta imaginación artificial crea una fraternidad capaz, durante los dos últimos siglos, de matar y morir voluntariamente por estos pensamientos imaginados tan limitados”.

c) construyen la identidad nacionalista expansiva por intereses de oligarquías. J. Breuilly, considera en su obra Nationalism and the State (1982), que “el nacionalismo es una forma política opuesta al estado moderno, promovida por intereses de élites, grupos sociales y otros gobiernos contra un estado moderno”, y que “el sentido de identidad nacionalista no emerge de un sentido cultural, sino que es el nacionalismo quien crea el sentido de identidad”. P.R. Brass, en Ethnicity and Nationalism (1991), enfatiza el “carácter político de las élites nacionalistas en su nacimiento y desarrollo para la dominación y la lucha (…) hacen uso de todos los recursos a su alcance para la construcción sociopolítica”.

d) destruyen la armonía social; son totalitarios, racistas y violentos: E. Kedourie, en Nationalism (1960), estudia los nacionalismos en Asia y África y los identifica por “su carácter anti-individualista, despótico, racista y violento hasta convertir en enemigos a personas que antes vivían en armonía”.

Así en el caso vasco, el terrorismo de ETA duró 60 años, ente 1958 y 2018, asesinó a más de 854 ciudadanos entre civiles, políticos, juristas, militares, policías, guardias civiles, académicos… y quedan 379 casos sin resolver (trabajo de la Comisión de Justicia, coordinado por la Fundación de Víctimas del Terrorismo). Y en el caso catalán, el terrorismo de Terra Lliure entre 1978 y 1991, en que se disolvió, con más de 200 atentados, secuestros y heridos, y en 2019, de las filas nacionalistas exaltadas surge el grupo terrorista Tsunami Democràtic, después del intento frustrado de insurrección de 2017 contra España y la Constitución. Mala conciencia deben tener sus líderes “visibles”, protagonistas de actos violentos, que han huido a Suiza para evitar la posible acción de la Justicia.

Quienes se oponen y defienden sus derechos sufren intimidación y formas de violencia desde la marginación, señalamiento, intimidación, exclusión, agresión…

Este tipo de nacionalismos integristas crean una división, sociopolítica y cultural, radical hasta la exclusión y el odio, entre “el nosotros nacionalista” y “los otros”. Cuando detentan poder político, como es nuestro caso, utilizan las instituciones de todos para su proyecto de secesión, quienes se oponen y defienden sus derechos sufren intimidación y formas de violencia desde la marginación, señalamiento, intimidación, exclusión, agresión… Después de años de dominación nacionalista, las sociedades vasca y catalana son sociedades realmente quebradas, donde el falaz relato nacionalista de la integración social resulta cínico, pues es la integración que impone el lobo dentro del gallinero. Rige más bien el sistema de cooptación nacionalista con prevalencia de linajes, redes de influencia, selección de personal con sesgos nacionalistas (requisitos de acceso con méritos nacionalistas y comisiones de designación con sesgo nacionalista).

Los nacionalismos vasco y catalán son estructuralmente totalitarios, pues en su naturaleza radica el apartheid sociocultural y político para condicionar la vida de los “otros”, a través del poder y todas las formas la violencia que vulneran libertades cívicas y derechos personales, con impacto negativo en el desarrollo socioeconómico. Ver Informes, de 2020 y 2021, del Observatorio cívico de la violencia política en Cataluña de Impuso Ciudadano, donde se acredita que alrededor del 90% de los actos de violencia política son hechos por secesionistas https://impulsociudadano.org/que-hacemos/#observatorio_civico, y el Informe sobre el terror de ETA para imponer el totalitarismo vasco, en El éxodo vasco como consecuencia de la persecución ideológica, de CEU-CEFAS, 2023 https://cefas.ceu.es/wp-content/uploads/Informe_02_CEU-Cefas.pdf.

El País Vasco y Cataluña, después de décadas de hegemonía política de partidos nacionalistas, actuando en contra de la Nación española, han cosechado el fruto de la división sociocultural y la “normalización” para muchos del dogmatismo identitario, incluyendo la violencia terrorista, con graves signos de degradación social y empobrecimiento: en Cataluña la insurrección secesionista de 2017 provocó la huida de más de 5.000 empresas, todavía hoy el saldo entre empresas que huyen y las que se crean es negativo. En el País Vasco, retrocede en crecimiento (deterioro industrial y demográfico, pero con renta alta, gracias, entre otras causas, al privilegio fiscal vasco). Sin violencia enquistada -ahora no mata, pero el condicionamiento mental es activo- tendría un 25% más de PIB, según la investigación del Myro, Colino y Pérez (2004).

Las recientes elecciones vascas expresan el avance del secesionismo con dos partidos, a derecha (PNV) e izquierda (EhBildu), que suman una mayoría holgada de 54 escaños del parlamento vasco. Todavía el PSOE-PSE puede jugar un papel que oscila entre la legitimación del integrismo vasco y la moderación, pero como el perdedor que se hace de rogar y siempre cede. Este nuevo escenario vasco es análogo al catalán con fuerzas secesionistas, a derecha (CIU-Junts) e izquierda (ERC), unidos en la insurrección contra España y la Constitución entre 2009 y 2017. Ahora velan armas para la siguiente insurrección después de Sánchez. En esta legislatura Sánchez depende de ellos, van de progresistas y esperan sacarle hasta lo imposible.

La ambición de Sánchez ha prevalecido sobre la racionalidad común de la gobernanza constitucional, equilibrada entre el Estado unitario y descentralizado en autonomías

Los secesionistas vascos y catalanes en unión estratégica durante las elecciones vascas: Aragonés en Bilbao con Otxandiano y Otegui, y Turull con Pradales. El delincuente y prófugo de la justicia Puigdemont, de campaña electoral en el Sur de Francia (para los secesionistas Catalunya Nord, por cierto, territorio perdido por España a favor de Francia por culpa de las élites desleales catalanas, -todavía no había llegado el nacionalismo- entregadas al rey Luís XIII de Francia contra el rey Felipe IV de España, durante la guerra dels Segadors (1640-1659), denominación romántica de Víctor Balaguer; el historiador J. Elliot la denomina Guerra de Separación).

En la entrega anterior, Administrar el postsanchismo: el problema de la secesión vimos la incapacidad del PSOE del Sánchez para liderar un proyecto nacional español en el marco de la democracia liberal normal, cuyos efectos de degradación socioeconómica y cultural son notables. La ambición de Sánchez ha prevalecido sobre la racionalidad común de la gobernanza constitucional, equilibrada entre el Estado unitario y descentralizado en autonomías. Equilibrio roto al unir su destino a los secesionistas catalanes y vascos, blanqueando la podredumbre política y moral de filo terroristas y delincuentes huidos de la justicia.

Los partidos separatistas vascos y catalanes, unidos para las elecciones europeas, ya sin caretas ni medias palabras ponen la proa a la soberanía robándosela a los españoles. Por eso, como afirmo en el título, el secesionismo, tanto el vasco como el catalán, es antagónico con España y su Constitución. No cabe mirar para otro lado. La guerra de los secesionistas contra España hay que enfrentarla con valor e inteligencia para vencer el mal del nacionalismo fraccionario que amenaza el futuro de unidad, libertad, igualdad y progreso. Reconducir la situación, si estamos a tiempo, exige a los poderes del Estado adoptar una estrategia proactiva, visto el fracaso de la reactiva, que conduzca necesariamente a los nacionalismos a la civilidad responsable.

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