Opinión

Ada Colau: odiar Barcelona

La alcaldesa y su grupo de nulidades han convertido Barcelona en una ciudad grande de provincias en la que casi siempre es domingo por la tarde

Colau se presentará a la Alcaldía de Barcelona para optar a su tercer y "último mandato"
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau Europa Press

Barcelona es como una mujer muy bella de huesos magníficos. Situada entre la montaña y el mar, tiene el tamaño justo para ser una gran ciudad sin dejar a la vez de ser vivible. Bendecida además con un clima inmejorable, no es de extrañar que haya sido durante décadas la meca del turismo y un lugar perfecto para vivir.

Pero hasta a las mujeres más guapas les llega un momento en el que ya no pueden seguir tirando de las rentas de sus antiguas glorias. El guardarropa envejece y se deshilacha,  las arrugas se profundizan y se hacen visibles y en el peor de los casos, si la dejadez es total, flojea la higiene y lo que era perfume se convierte en algo muy difícil de soportar.

Eso es lo que le ha pasado a Barcelona en estos últimos años bajo el mandato de la alcaldesa anti sistema Ada Colau. Una decadencia constante y sin final aparente, porque siempre se puede ir a peor, por falta de cuidado y de proyecto para el progreso de la ciudad. Y si especifico proyecto para el progreso es porque sí tienen un proyecto muy claro desde que llegaron al poder por una terrible carambola en el tapiz municipal de bolas indepes y constitucionalistas. Ese proyecto es, sencillamente, cargarse Barcelona y convertirla en una especie de campamento ilegal al que nadie quiera venir y en el que siendo todos más pobres, dependamos de la subvención y por tanto del poder que ellos ostentan.

Se acabó bajar al centro con un reloj bueno porque te lo roban, y los ladronzuelos callejeros campan a sus anchas sabiéndose prácticamente intocables

La ciudad está más sucia que nunca, las losetas de las aceras levantadas, las calzadas pintarrajeadas con rayas de todos los colores para reorganizar el tráfico por donde hasta ahora funcionaba razonablemente, y que con el  tiempo van perdiendo el color por falta de mantenimiento y contribuyen a la sensación de abandono y desidia generales. Se acabó bajar al centro con un reloj bueno porque te lo roban, y los ladronzuelos callejeros campan a sus anchas sabiéndose prácticamente intocables. Con una alcaldesa que fue okupa y que ha legislado en contra del sector de la construcción que ha huido en bloque hacia las poblaciones colindantes, no hay ni una sola grúa a la vista y los precios de la vivienda, tanto de venta como de alquiler, se han encarecido más allá de lo necesario por falta de oferta, consiguiendo el efecto contrario al que esta alcaldesa tan defensora del pueblo decía buscar.

Se estrangula el tráfico sin tener ultimada su sustitución por un buen transporte público, y como consecuencia de los embotellamientos y el mayor tiempo para hacer el mismo recorrido, la contaminación crece en lugar de disminuir.

No se cuida al turista pese a ser la primera industria de la ciudad, porque todos estos niñatos que ahora deciden no han tenido en su mayoría que trabajar ni un solo día de su vida antes de llegar al Ayuntamiento y lo que pueda pasarle al dueño del bar de la esquina les resulta tan ajeno como la vida en Marte. Mientras tanto, el sector privado trata de defenderse como puede de una administración que en vez de defenderles actúa siempre en su contra, y el agotamiento y el desánimo se perciben en cada esquina de la ciudad.

La Barcelona de los okupas, la Barcelona de las algaradas y hasta de un muerto tras el botellón de la fiesta de la Mercè no es la Barcelona que muchos recordamos, la que miraba hacia delante y tenía un plan para convertirse en la ciudad magnífica que llegó a ser y que podía compararse, sin soberbia pero con legítimo orgullo, con las mejores ciudades del mundo.

Decisiones incompetentes

Hoy las cosas relevantes ya no pasan aquí, sino en otros sitios, y la sensación vibrante que se tiene al poner un pie en Madrid dejó hace tiempo de sentirse en Barcelona, convertida por Ada Colau y su grupo de nulidades en una ciudad grande de provincias en la que casi siempre es domingo por la tarde. Estremece pensar en el poder que puede llegar a tener una sola persona, en cómo con sus decisiones frívolas, incompetentes y finalmente desastrosas puede arrasar con un trabajo de décadas y destrozar una ciudad. Ada Colau, la okupa pija que se vestía de abeja Maya, la que llora en cuanto se le lleva la contraria, la que odia Barcelona, lo ha conseguido. Y esa suciedad, inseguridad y abandono que sufre nuestra maravillosa Barcelona llevan su nombre. Que no se nos olvide nunca.