Quantcast

Opinión

Abucheos a la democracia

Cuando lo que se exige coincide con los deseos del opinador político, entonces la voz del pueblo es la expresión de un descontento

Desfile militar del 12 de Octubre por el Paseo de la Castellana de Madrid.
Desfile militar del 12 de Octubre por el Paseo de la Castellana de Madrid. EFE

La semana pasada descubrimos -es un decir- que abuchear al presidente del Gobierno es abuchear a la democracia. Durante los actos del Día de la Hispanidad hubo gente anónima que silbó y pidió la dimisión de Sánchez, y hubo periodistas que se lanzaron a la hipérbole norcoreana. Lo que no se entiende es que, una vez lanzados a la sinécdoque y teniendo en cuenta el contexto, se quedaran en la democracia; ¡qué oportunidad perdida para decir que silbar a Sánchez es silbar a la nación española!

Sabemos perfectamente que las opiniones sobre el pueblo y sus expresiones son algo cambiante, que dependen de la temporada, como las fichas de verduras del ministerio de Consumo. Cuando lo que se exige coincide con los deseos del opinador político, entonces la voz del pueblo es la expresión de un descontento al que hay que dar respuesta, una desafección que hay que manejar con mimo y esmero. Es una especie de vox Dei ex machina, un armatoste argumentativo que se conduce hasta el escenario para justificar el giro de guión que toque en cada momento: referéndum, reforma, indultos. Otras veces el pueblo ya no es pueblo sino turba, y sus demandas no sólo pueden ignorarse, sino que son amenazas a la democracia. El pueblo, en esos casos, no es voz de Dios sino heraldo del infierno (fascista, claro).

Cuando estamos en temporada de siembra aparecen frases como ésta: "En democracia los ciudadanos pueden manifestar su malestar de la manera que considere más oportuna, siempre pacíficamente y sin violencia". Es lo que se dice cuando el pueblo -en este caso el vasco y el catalán, aunque especificarlo es casi pleonasmo- pita, abuchea e insulta al rey Felipe VI y al himno de España, con las organizaciones independentistas dirigiendo los coros. El pueblo, en aquella ocasión -la final de Copa de 2015-, estaba literalmente pitando y abucheando a España. A la idea de España y a sus símbolos. Se trataba de eso, y lo han explicado no pocas veces. Hicieron lo mismo en la final de 2012, en la de 2009 y lo hacen siempre que intentan expulsar a los ciudadanos no nacionalistas de Vic, de Alsasua o de Rentería al grito de "hijos de puta". Pero en esas ocasiones lo importante es centrarse en que son manifestaciones pacíficas, aunque de vez en cuando caiga alguna pedrada, algún botellazo o algún golpe de Estado, porque España y los españoles vienen a España a provocar.

Hay al menos dos tipos de ciudadanos: aquellos que pueden manifestar su malestar de la manera que consideren más oportuna, y aquellos que no expresan malestar sino amenazas a la democracia

Nada que ver con lo de este último 12 de octubre. Ahí sí, estamos en temporada de cosecha. Ahí nos vamos a la sinécdoque y un poco a Corea del Norte, que pilla de paso, y se lanzan frases como ésta: "Los abucheos y los insultos no son al presidente del Gobierno; son a la democracia". Y lo curioso es que las dos frases son obra de una misma persona, Àngels Barceló, para quien al parecer hay al menos dos tipos de ciudadanos: aquellos que pueden manifestar su malestar de la manera que consideren más oportuna, y aquellos que no expresan malestar sino amenazas a la democracia.

Barceló, en su firma de Hoy Por Hoy, desarrolló aún más esta exitosa teoría sobre el poder y los límites de la libertad de expresión. Los abucheos a Sánchez no sólo son abucheos a la democracia, sino que además son consecuencia de la crispación que "la derecha y la ultraderecha" llevan al Congreso en la sesión de control al Gobierno. Es decir, el ejercicio de la oposición vendría a ser el insulto primigenio a la democracia, algo inaceptable por el bien de la misma.

La imputación de Tezanos

Esta idea no es nueva, no se aplica sólo al presidente del Gobierno y tampoco se aplica sólo desde los altavoces mediáticos. Pocos días antes del Día de la Hispanidad supimos que el Juzgado de Instrucción Número 29 de Madrid citó a declarar en calidad de imputado a José Félix Tezanos, presidente del CIS, por una querella sobre supuesta malversación de caudales públicos para beneficiar al PSOE en sus encuestas. En eldiario.es se apresuraron a decir que la Fiscalía había pedido el archivo de la querella y que la titular del juzgado "ocupó distintos cargos en gobiernos del PP" (seis de los ocho párrafos que componían la noticia se los dedicaban a ella); omitieron, como no podía ser de otra manera, los distintos cargos que el imputado y la fiscal general del Estado han ocupado en y con el PSOE. Pero todo este ecosistema opinativo y esta teoría sobre la democracia y los controles, decíamos, no proceden sólo de la prensa: un profesor de Ciencia Política y editor de Agenda Pública -¡es Ciencia y además es Pública!- calificó lo de Tezanos como "una barbaridad", como algo "inquietante"; obviamente, no se refería a su labor claramente partidista en el CIS, sino a la imputación.

Al día siguiente leíamos una noticia sobre Sebastian Kurz, breve canciller de Austria: había dimitido entre acusaciones de corrupción y tras perder el apoyo de sus socios de Gobierno. En concreto, se le acusaba de haber desviado fondos públicos para pagar campañas favorables y encuestas amañadas. Y claro, uno piensa en lo de aquí y se pone inevitablemente melancólico.

Es una barbaridad, ciertamente. Es inquietante que nuestro particular ecosistema de periodistas, analistas, investigadores sociales y expertos en el arte de gobernar hayan entendido tan bien cómo funcionan las cosas. 

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.