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Opinión

12-J: ojo a la abstención

Los presidentes del País Vasco y Galicia, Íñigo Urkullu y Alberto Núñez-Feijóo.

La covid-19 también vota el próximo 12 de julio. Acudir al colegio electoral en Galicia y País Vasco se está convirtiendo en un ejercicio de riesgo con 51 rebrotes repartidos ya por toda España, y eso hace que formular un pronóstico de resultado sea ahora mismo una incógnita; por más que todos estemos dando por bueno que Alberto Núñez Feijóo revalidará su mayoría absoluta en la Xunta y que Íñigo Urkullu no tendrá problemas para seguir siendo lehendakari.

Son muchos los ciudadanos de ambas comunidades, no solo los más mayores, quienes, al margen de las filias y fobias que en tiempos de normalidad hace que nos acerquemos a ejercer un derecho básico en democracia, esta vez se lo van a pensar dos veces antes de ir a depositar físicamente su voto; sobre todo los poco tentados a votar ya desde antes del desastre, bien porque ven todo el pescao vendido -bien porque hace tiempo se desengancharon de la política-, y toda esa gente que huye de cualquier aglomeración por miedo y solo sale de casa para lo imprescindible.

Expertos en la materia como Narciso Michavila ya dan por bueno que la participación en Galicia baja del 63 al 60%. Y ustedes diran: ¿tan importantes son esos tres puntos? Mucho. Porque dependiendo de donde resten esas papeletas -a priori, lo lógico es que sean ciudades, por el miedo a las  aglomeraciones- la esperanza del candidato socialista a la Xunta, González Caballero, de desbancar al PP se desvanece... o no, que diría el gallego del chiste.

Para desalojar al PP, el socialista Gonzalo Caballero tiene que maximizar todo el voto 'anti Feijóo' y que parte del voto popular se quede en casa. En principio, no parece... pero el virus nos 'abstiene'

Desde los tiempos de Manuel Fraga los populares son fuertes, mucho en el campo y ciudades medianas mientras que en las capitales gallegas la bolsa de voto de izquierda y nacionalista equilibra la cosa. Así que, para ganarles, Gonzalo Caballero tendría que maximizar todo el voto anti Feijóo bajo las siglas PSdeG, BNG y Podemos, y que una parte de ese voto popular se quede en casa. En principio, no parece... pero el virus nos abstiene, recuerden.  

El presidente de la Xunta lo sabe, sabe que necesita movilizar ese voto y otro más transversal que lo mismo apoyó a Pedro Sánchez en las elecciones generales que a él en las autonómicas de 2016. Por eso huye del "discurso estridente" que atribuye a una parte de su partido en Madrid; dicho de otra manera: cuanta menos izquierda se acerque a las urnas el 12 de julio a votar contra Cayetana Álvarez de Toledo, mejor para Feijóo.

Urkullu lo tiene peor que él... pero solo en teoría. Porque en el sistema parlamentario vasco, si en dos meses no hay candidato por falta de acuerdo -y es poco probable un tripartito Bildu/PSE/Podemos, aunque amagos habrá- automáticamente es elegido el más votado. Y no duden que será Urkullu sí o sí.

El agotamiento del PNV

El problema del PNV es que empieza a dar señales de agotamiento después de cuarenta años ininterrumpidos en el poder, salvo la legislatura 2009-2012 en que PSE y PP se pusieron de acuerdo para aupar a la Lehendakaritza a Patxi López y acabar así con el soberanismo de la etapa Ibarretxe. El episodio del desprendimiento en el vertedero de Zaldibar, con dos trabajadores muertos sin desenterrar desde enero, le ha hecho más daño a Urkullu que quince años de oposición de Bildu, su principal rival en el mundo nacionalista.

Ese daño a la imagen de buen gestor que vende el nacionalismo moderado vasco también se mide el 12 de julio y el antiguo brazo político de ETA y Arnaldo Otegi se frotan las manos pensando que ellos, el PSE y Elkarrekin Podemos sumen los 38 escaños que dan la mayoría absoluta, siquiera para empezar a explorar ese, hoy por hoy, impensable tripartito. La candidata socialista Idoia Mendía y muchos en su partido no lo ven, pero otros no hacen ascos. Y Pablo Iglesias, el vicepresidente segundo del Ejecutivo, está por la labor.   

Él y Feijóo dependen de unas papeletas de más o de menos en las urnas, en definitiva, de la maldita abstención. Todo un problema para cualquier candidato, no digamos si eres quien aspira a reelección sobre la base de eso que se llama la mayoría silenciosa que, traducido al lenguaje común, suelen ser personas de mediana edad en adelante -los más temerosos del virus- y clases medias despolitizadas. En definitiva, votante únicamente movilizable si percibe continuidad o cambio... Veremos    

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