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Opinión

En favor de la desigualdad

Amancio Ortega

Mark Zuckerberg, el inventor de Facebook, tuvo una buena idea a los 25 años. ¿Pero esto justifica que a los 50 o a los 70 años continúe decidiéndolo todo sobre una red social mundial? Cualquier persona con sentido común, inmune al pensamiento políticamente correcto y vacunada contra la envidia, respondería que sí; que puesto que él tuvo la idea y la supo llevar a buen puerto hasta conseguir el hito de contribuir a la felicidad de millones de personas tiene plena legitimidad para seguir explotando el negocio hasta el final de sus días. Si así lo desea. Pero no todos opinan igual. Los aviesos intelectuales de izquierdas que devastan la mentalidad contemporánea creen que Zuckerberg debería retirarse a fin de evitar lo que ellos llaman “sedimentación”, la consolidación del éxito. Proponen básicamente que se retire para dar paso a los mediocres, a los ineptos e incluso que los sindicalistas se hagan con el control de unas compañías emblemáticas que sólo cabe que conduzcan a la quiebra.

Si usted lee los periódicos, ve las televisiones españolas o atiende con relativa frecuencia las redes sociales, todos ellos medios dominados por la dictadura de lo políticamente correcto, estará completamente persuadido de que el planeta está en una situación de emergencia. Las causas que nos abocan a un próximo apocalipsis son básicamente dos. La primera es el cambio climático, con motivo del cual se ha celebrado en Madrid una cumbre que ha durado quince días y que ha acabado como el rosario de la aurora, sin un comunicado final decente ni conclusiones dignas de mención por el simple motivo de que hay una enorme división de opiniones entre los países, no ya sobre la incidencia de la actividad humana en la evolución del clima, sino también posiciones encontradas sobre las soluciones planteadas por la intelectualidad progre, que condenarían a la postración a las naciones en vías de desarrollo justo en el momento en el que avanzan y están viendo la luz al final del túnel.

La segunda causa de la zozobra mundial, que en España va camino de convertirse en una causa de carácter maníaco, cercano a la psicopatía, es el crecimiento intolerable de la desigualdad. Esta, igual que la otra, es una causa que no está respaldada por argumento científico alguno, sino que viene siendo sostenida por la izquierda desde que, una vez defenestrado el gobierno de Zapatero, su sucesor Rajoy tuvo que poner en marcha ajustes modestos del presupuesto a fin de evitar la quiebra del Estado y su intervención por la UE.

El gasto social en proporción al PIB, en la época de Cristóbal Montoro como ministro de Hacienda, fue incluso superior al de las legislaturas de Rodríguez Zapatero

A juicio de la izquierda, que entonces perdió pero que domina con una eficacia envidiable las corrientes de opinión pública, aquellos modestos ajustes dieron lugar a recortes draconianos en la prestación de servicios públicos de primera necesidad: en la sanidad, en la educación, en la dependencia y más. Nada de esto es cierto, pues el gasto social en proporción al PIB, en la época de Cristóbal Montoro como ministro de Hacienda, fue incluso superior al de las legislaturas de Zapatero, pero todos sabemos, desde que el nazi Joseph Goebbels puso su maquinaria en marcha, que una mentira repetida muchas veces acaba convirtiéndose en una verdad manifiesta.

La desigualdad no es un problema en España. Los datos reflejan que creció ligeramente como consecuencia de la gran recesión iniciada en 2009, alentada por Zapatero, y que fue así por la enorme destrucción de tejido productivo y el reguero de desempleo que ocasionó. Los datos también demuestran que ha empezado a corregirse debido a la gran creación de puestos de trabajo que promovió la reforma laboral del señor Rajoy, de la que todavía vivimos. Pero los hechos se han convertido en algo irrelevante en este país. Lo esencial son las tesis, las opiniones sin fundamento y los paradigmas patrocinados por la izquierda. Y a esto quiero referirme para decir que, a mi juicio, la desigualdad es buena al mismo tiempo que el igualitarismo es nocivo.

Quitarle dinero a los ricos

La desigualdad es consustancial al género humano y hay que tener mucho cuidado en los instrumentos que se decida emplear para paliarla porque pueden provocar efectos contrarios, no deseados y adversos. Los socialistas de Sánchez, por ejemplo, y en esto piensan lo mismo que los de Podemos de Pablo Iglesias, están imbuidos del síndrome de Robin Hood. Según ellos, para combatir la desigualdad hay que quitar dinero a los ricos para proveer gratuitamente, sin esfuerzo ni merecimiento alguno, a los supuestos pobres.

No me parece una buena idea. Sánchez e Iglesias están atizando temeraria y deliberadamente los deseos más viscerales y primitivos que esconde la naturaleza humana. Están decididos a satisfacer el sentimiento que informa el igualitarismo desde la noche de los tiempos, que no es otro que la envidia. ¿Pero pueden los políticos construir algo razonable si principalmente están animados por el resentimiento? Los individuos son física, moral e intelectualmente desiguales desde su nacimiento. La naturaleza los engendra así. Y es la civilización, la sociedad, la que intenta homogeneizarlos y suavizar sus peculiaridades, a ser posible cautamente, sin cercenar la potencia de sus aptitudes ni malograr la virtud de sus comportamientos.

La asombrosa falta de liderazgo político en Europa y en el mundo, la falta de referentes que defiendan sin ambages un proyecto liberal en favor del mercado y del sistema capitalista está dando más alas que nunca a los apóstoles socialistas, a la izquierda caviar, a los intelectuales sectarios que, no nos engañemos, han dirigido el teatro siempre. En estos momentos, además del cambio climático, su causa predilecta es la desigualdad. Como soy un consumidor compulsivo de medios de comunicación, y me gusta sobre todo conocer a los enemigos, observo desde que me levanto hasta que me acuesto que la desigualdad es el hilo conductor que une a la intelectualidad progresista en su guerra permanente contra el liberalismo.

El último payaso venerado por todos es el economista francés Thomas Piketty, que lleva tiempo alimentando todos los movimientos subversivos del mundo, desde los demócratas de Estados Unidos hasta los revolucionarios de Chile, desde los descontentos de Colombia a los desalmados peronistas argentinos, y que es por supuesto el que oxigena a los chalecos amarillos nativos. ¿Pero qué es lo que nos propone este intelectual en el fondo déjá vu? Pues la confiscación de la riqueza y la devastación fiscal de la gente más valiosa de la sociedad, de aquellos que triunfan, que prosperan, que generan progreso y bienestar, que promueven empleo –los Zuckerberg, los Gates, los Amancio Ortega y más- para, a cambio, después de requisar el 90% de su fortuna, dar una paga extra de hasta 120.000 euros a todo aquel que cumpla 25 años.

Sánchez e Iglesias planean subir escandalosamente el salario mínimo, masacrar tributariamente a las clases medias y estatalizar la economía

“Propongo un impuesto que permita dar a todo el mundo 120.000 euros a los 25 años”. Esto es lo que postula el señor Piketty sin cargo de conciencia alguno, pasando por un gran intelectual, y así nutriendo a los sátrapas de aquí como Sánchez e Iglesias, que, de acuerdo con el personaje, planean subir escandalosamente el salario mínimo, masacrar tributariamente a las clases medias y estatalizar la economía. “Quitar un 90% a quien tenga mil millones significa que le quedarán 100 millones, y con esto todavía uno puede tener un cierto número de proyectos en la vida”, afirma Piketty.

"Socialismo participativo"

Seguro que muchos de mis compatriotas, animados por la envidia, por el resentimiento, por el rencor, hundidos por el fracaso y sobre todo faltos de aliento para levantarse de la lona estarán muy de acuerdo. Yo por el contrario no he leído jamás una aberración más totalitaria y opuesta al sentido común. Una demostración más clara de cómo un intelectual de izquierdas, en pos de lo que llama “socialismo participativo”, quiere usurpar el papel de Dios.

La desigualdad es natural, exactamente igual que la evolución del clima. La desigualdad es buena si es el producto y el resultado de las distintas capacidades y actitudes de las personas en busca de su proyecto vital. De su trabajo, de su empeño, de su sacrificio. La desigualdad puede ser paliada equilibrando las oportunidades de todos, pero no a costa de cerrar el paso a los mejores sino a través de reformas que flexibilicen el mercado laboral, mejoren el sistema educativo o propicien un sistema fiscal que favorezca el crecimiento económico. Hacer lo contrario, que es la aspiración de la intelectualidad progre de todos los tiempos, supondría destruir la cadena de incentivos que promueve el progreso, que es el motor del desarrollo y que es clave de bóveda que nos anima a levantarnos cada día de la cama: trabajar para ser mejores en la esperanza de encontrar la retribución correspondiente. Felices Pascuas a todos y todas.

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