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Opinión

¿Vuelve a haber europeos?

Pleno del Parlamento Europeo.

Durante mis quince años en la Eurocámara fui testigo y miembro activo del debate sobre las causas de la participación decreciente de los ciudadanos en las elecciones europeas. El Parlamento y la Comisión organizaron un Grupo de Trabajo de Comunicación para tratar este tema a cuyas sesiones contribuí con entusiasmo como Vicepresidente encargado de esta área. El fenómeno era preocupante por lo sostenido y aparentemente imparable. Convocatoria tras convocatoria, el número de personas que en los Estados-Miembros acudían a las urnas disminuía sin excepción. Desde un satisfactorio 63% en los primeros comicios por sufragio directo en 1979 hasta el 43% en 2014, este desinterés progresivo no dejaba de mortificar a los responsables de las instituciones porque ahondaba en el llamado déficit democrático y restaba legitimidad a la Unión. En veinte de los veintiocho países comunitarios, la participación fue inferior al 50% en dicho año y en algunos de ellos cayó hasta niveles casi ofensivos como el 24% de Polonia, el 18% de Chequia o el 13% de Eslovaquia.

Europa remonta tras el nefasto 2014, cuando la participación cayó en algunos países a niveles casi ofensivos: 24% en Polonia, 18% en Chequia o 13% en Eslovaquia

Esta tendencia decepcionante se ha interrumpido en las últimas elecciones de Mayo de 2019 con un incremento de ocho puntos, hasta situar de nuevo la participación por encima del 50%, cuota que se había perdido en 1999. Esta recuperación de la atención que los europeos prestan a la composición de su Parlamento común ha sido el rasgo sin duda más relevante del resultado global, más significativo que la pérdida de la mayoría absoluta por la suma de los dos grandes Grupos, popular y socialista, que el notable avance de liberales y verdes o que la mayor presencia de fuerzas euroescépticas y populistas.

Aunque algunos agoreros vaticinaban una catástrofe para el proyecto de integración por la llegada de un número considerable de diputados hostiles al mismo, al final la sangre no llegará al río. Obviamente, el núcleo “europeísta” se ampliará para incluir a los liberales y ocasionalmente a los verdes, pero las bancadas “nacionalistas”, pese a estar más nutridas, no conseguirán el tercio de bloqueo y la “unión cada vez más estrecha” seguirá adelante, si bien con la prudencia adaptativa que exigen estos tiempos turbulentos.

Ha habido claramente un cambio de clima de opinión respecto a Europa cuyas motivaciones habrá que aclarar, pero de momento es posible adivinar que los ciudadanos han percibido que hay problemas nuevos que deben ser afrontados de forma conjunta por parte de los Estados-Miembros, la crisis medioambiental, la inmigración ilegal, el terrorismo islamista, la digitalización de la economía o la supervivencia de la Unión como actor relevante en un mundo dominado otra vez por la lucha implacable de potencias con voluntad hegemónica y en el que el multilateralismo cede terreno ante el choque de poderes.

La configuración del Parlamento Europeo probablemente exigirá una Comisión más ‘política’, que directamente atienda las inquietudes de los votantes

La presente configuración del Parlamento Europeo, acompañada de la revitalización del demos continental reflejada en el aumento de participación en las elecciones, probablemente exigirá una Comisión más “política” que recoja las inquietudes de los votantes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en la Unión no existen un Gobierno como tal y una oposición que marquen la dinámica clásica de la confrontación entre Ejecutivo y Legislativo. La estructura institucional europea es más compleja porque el Consejo y el Parlamento colegislan, la Comisión tiene en exclusiva la iniciativa legislativa y la democracia es básicamente consensual. Además, se supone que la Comisión es políticamente neutra y que su tarea es fundamentalmente de gestión y ejecución. Una Comisión dotada de agenda propia que enlazase directamente con el pueblo europeo entraría en conflicto con los Estados-Miembros con el consiguiente peligro de conflicto institucional. Todo ello dibuja un cuadro inédito y sumamente interesante que obligará a las Instituciones a enfocar sus relaciones de forma renovada e imaginativa. Es de esperar que los mecanismos comunitarios de toma de decisiones y de fijación de líneas estratégicas serán, como han sido siempre, lo suficientemente flexibles y sus responsables lo bastante inteligentes como para salir airosos de los enormes desafíos que Europa debe afrontar si desea salvarse de la irrelevancia.

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