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Opinión

Solidaridad sí, pero a cambio de eficiencia y rigor

España necesitará financiación adicional del orden de 200.000 millones de euros para sortear esta tragedia sin que se produzca un colapso fatal

Banderas de la Unión Europea.

Con motivo de la previsible crisis económica y social que seguirá a la pandemia de coronavirus y que afectará profundamente a varios Estados Miembros de la Unión Europea, España entre ellos, ha surgido la polémica sobre el nivel de solidaridad que debe existir entre los socios de la UE en estas dramáticas circunstancias. No estamos hablando de un problema baladí si se tiene en cuenta que el PIB español puede caer entre 2 y 5 puntos, según sea la severidad de la recesión que se nos viene encima, y requerir varios años antes de volver a la normalidad. En números redondos, nuestro país necesitará financiación adicional del orden de 200.000 millones de euros para sortear esta tragedia sin que se produzca un colapso fatal. En análoga situación se verán Italia y Francia, por citar otras dos grandes economías de la zona euro.

El Consejo Europeo lleva semanas discutiendo la fórmula concreta a utilizar para apoyar a aquellos de sus integrantes que soliciten ayuda. Lógicamente, y tal como sucedió también con motivo del crash de 2008, los Estados del Norte, ricos, austeros, productivos, competitivos y libres de corrupción, se están resistiendo a aflojar los cordones de la bolsa para socorrer a los del Sur, a los que perciben como pródigos, fiscalmente indisciplinados y con excesiva tendencia a la venalidad.

Una vez más, la incoherencia de tener una política monetaria común y un insuficiente grado de coordinación de las políticas económicas nacionales dificulta la toma de decisiones trascendentales en momentos críticos. Los jefes de Gobierno meridionales, especialmente Italia y España, proponen una emisión de eurobonos mutualizados que les permitan endeudarse con el respaldo de toda la zona euro, mientras que los septentrionales, notablemente Alemania y Holanda, se niegan en redondo y ofrecen en cambio una acción enérgica a cargo del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). La diferencia entre ambos procedimientos no es pequeña.

En el caso de los “coronabonos”, los EEMM del Sur podrían endeudarse a bajo coste y plazos generosos gracias a la solidez del Eurogrupo en su conjunto sin mayores restricciones, mientras que si acceden a dinero del MEDE, deben suscribir un Memorando de Entendimiento y someterse a una serie de condiciones estrictas en su planificación y ejecución presupuestaria, además de aceptar el control de sus colegas tanto durante el período de duración del préstamo como con posterioridad a su vigencia. El Consejo de Gobierno del MEDE está presidido por el presidente del Eurogrupo y ejerce sus funciones mediante un Gerente y un Consejo de Administración que admiten pocas bromas.

Hay que ponerse en el lugar de Ángela Merkel o de Mark Rutte, sentados a la mesa del Consejo Europeo y escuchando cómo les exige solidaridad un tipo cuya tesis es un fraude, que ha autorizado actos multitudinarios cuando la pandemia ya galopaba, que les ha presentado un proyecto de cuentas públicas semejantes a las del Gran Capitán, que compra tests de coronavirus a empresas chinas no homologadas que le timan y que alberga a comunistas en su Gobierno. Pues eso, una perfecta garantía de seriedad y de cumplimiento de los compromisos. No hay que olvidar que en el marco del MEDE la encargada de vigilar a los Estados acreedores es la Comisión Europea y que su Vicepresidente responsable precisamente de la estabilidad financiera, el ex-primer ministro de Letonia Valdis Dombrovskis, es físico, matemático y economista.

Estos papagayos políticamente correctos han de tener presente que la UE es una unión de Estados y de ciudadanos y que las soberanías de sus miembros no se ceden ni merman

Para completar la descripción del personaje, yo, que le conocí cuando era eurodiputado, no le vi sonreír nunca y dimitió como primer ministro de su país porque se hundió un supermercado. Hay que imaginarse a la locuaz María Jesús Montero, con los ERES andaluces a cuestas, discutiendo con el amigo Dombrovskis sobre el cumplimiento por parte de España de las cláusulas de un eventual crédito del MEDE y sobre la viabilidad económica del Estado de las Autonomías. Y en la línea de mi admirado Santiago González, no digo más.

Muchos europeístas de pacotilla cacarean estos días alertando del peligro de un auge del euroescepticismo en los EEMM mediterráneos si sus ciudadanos perciben como insuficiente la solidaridad de la UE. Estos papagayos políticamente correctos han de tener presente que la UE es una unión de Estados y de ciudadanos y que las soberanías de sus miembros no se ceden ni merman, sino que son puestas en común para establecer un marco jurídico supranacional voluntariamente aceptado y para realizar políticas que dan mejores resultados si se acometen juntos que separados.

Por tanto, solidaridad, sí, pero a cambio de eficiencia y rigor porque Dios y los Tratados dicen claramente que una cosa es ser hermanos y otra muy distinta, primos.

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