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Opinión

El Ibex, rendido a los pies de Sánchez

Pedro Sánchez.

Una de las cosas que más llama la atención en el actual panorama político-económico español es la ausencia de voces críticas procedentes de la sociedad civil organizada con los planes del Gobierno que preside Pedro Sánchez. La pretensión, largamente anunciada desde que aterrizó en Moncloa, de tirar del gasto público y subir impuestos como zanahoria con la que procurarse una clientela proclive al voto PSOE en las generales, no ha merecido la reacción en contra que cabría esperar por parte del empresariado, en teoría el sector que más directamente preocupado debería mostrarse con una política económica que cabría calificar de suicida en un momento como el actual, con la desaceleración llamando a la puerta. Ni una sola crítica. Con alguna escasísima excepción, el gran empresariado patrio prefiere guardar un escrupuloso silencio, como si la cosa no fuera con él. Ver, oír, callar y exhibirse sumiso a los pies del nuevo presidente, como si ellos, y el resto de los españoles con ellos, estuviéramos en el mejor de los mundos. ¿Hay alguien ahí?  

La pretensión de tirar del gasto público y subir impuestos como zanahoria no ha merecido la reacción en contra que cabría esperar por parte del empresariado

     

En estado de hibernación aquella CEOE de los tiempos de José María Cuevas que, con el respaldo activo de los empresarios y banqueros más importantes de la época, jugó el papel de verdadera oposición a los excesos del felipismo, y desaparecido también el fallido Consejo Empresarial de la Competitividad que el empeño de César Alierta y Emilio Botín mantenía en pie, una espesa cortina de silencio parece envolver los intereses de un empresariado que en apariencia prefiere pasar de puntillas sobre la política, como si caminara descalzo sobre las ascuas de una responsabilidad que a toda costa rechaza asumir. Nadie protesta ante los planes de un Gobierno empeñado en repetir los errores cometidos por Rodríguez Zapatero con el gasto que agudizaron la crisis e hicieron más larga y dolorosa la recuperación. No hay sociedad civil organizada y, si la hay, calla cual muerto. Calla, cuando no se exhibe con cierta impudicia en aquelarres como el que anteayer organizó Sánchez para su personal autobombo.

En Casa de América, y en primerísima fila, para que el personal pudiera observar con delectación la importancia del “trofeo”, el presidente de Telefónica, Álvarez Pallete; el de Iberdrola, Sánchez Galán y el de ACS, Florentino Pérez, como punta de lanza, más Borja Prado, José Manuel Entrecanales, Luis Gallego y unos cuantos más. Como representación de la sociedad civil, el ex juez Baltasar Garzón, el padre Ángel y unos llamados “Javis”. Imposible mejorar el elenco. El fatuo campanudo se había propuesto realizar una exhibición de poder mostrando al Ibex 35 a sus pies como si de un trofeo de guerra se tratara. “El miércoles pasado nos llevamos una sorpresa cuando llegó la invitación a nuestra sede, una convocatoria rara, sin motivo aparente. Hemos ido por pura cortesía y porque estábamos en España. El acto en sí ha sido pobre y sin demasiado sentido”. Obedientes acuden y sin levantar la voz se despiden, cuando deberían mantener todas las distancias críticas con un presidente que amenaza con volver a poner patas arriba, norma de la casa PSOE, la economía española.

Difícil explicar que ninguno de los asistentes a un acto concebido para operar como cortina de humo con la que distraer la atención de la famosa tesis aprovechara la ocasión, antes, durante o después, para llamar públicamente la atención al personaje sobre una serie de cosas que en política económica no se pueden hacer sin poner en grave riesgo las cuentas públicas, sin agravar una estructura de gasto insostenible, difícil de financiar incluso con crecimientos del PIB superiores al 3%, sin aumentar la mastodóntica deuda pública, sin atentar contra la creación de empleo… No se puede jugar con las cosas de comer. Acuden nuestros grandes a la laudatio de Sánchez y callan en asunto capital de su exclusiva competencia, ellos que son la elite empresarial obligada a preocuparse, si no por el bienestar de todos los españoles, que sería carga demasiada pesada, si por su cuenta de resultados, y no la de este año ni tal vez la del próximo, sino la de 2020 y siguientes, esas cuentas que pueden quedar gravemente lastradas por decisiones de política económica que se han demostrado suicidas, minas que plantas hoy y explotan mañana, ello por no hablar del diligente interés que estos grandes patronos están obligados a poner en defensa del bolsillo de sus accionistas, esos que se han jugado sus ahorros invirtiendo en sus compañías.

Desfile de obedientes monaguillos

Viéndoles soportar en primera fila el intento de exaltación de este joven apuesto encantado, absolutamente fascinado, con su condición de “presidente del Gobierno”, más de uno podría sacar la impresión de que este establishment de cartón piedra nuestro está disfrutando con la llegada al poder de Sánchez, vamos, que nuestro glorioso capitalismo es un poco masoca y se solaza con el castigo. Nada más lejos. Ocurre que muchos de ellos viven de la tarifa, del favor oficial; todos son negocios más o menos regulados; todos o casi están obligados a ese ejercicio de acatamiento que arrastra su buen nombre, si lo tuvieran, por el barro de la servidumbre voluntaria. Es la conclusión que cabe sacar de su presencia en Casa de América, de ese desfile de obedientes monaguillos dispuestos a sostener la casulla del personaje, conscientes de proporcionar con su presencia el brillo de un resplandor ficticio a un acto sin nada que celebrar y sí mucho que prevenir, incluso temer, aunque en el fondo mostrando una terrible debilidad, el contrasentido, la contradicción radical que aquí y ahora implica ser empresario y depender de la tarifa.

Amancio no le debe nada a ningún Gobierno, y mucho menos a este barbián, este aprendiz con ínfulas de emperador del Imperio Romano de Occidente

¿Por qué no estuvo Amancio Ortega en Casa de América? Porque el gallego más grande de las últimas décadas ha sido capaz de construir un imperio, mundialmente admirado, sin necesidad de venir a Madrid a pisar moqueta y pedir favores. Porque Amancio no le debe nada a ningún Gobierno, y mucho menos a este barbián, este aprendiz con ínfulas de emperador del Imperio Romano de Occidente, este piernas encantado de haberse conocido como “presidente del Gobierno”, las tres palabras mágicas a que ha quedado reducido su vocabulario. Para nuestra desgracia, tenemos un Amancio y muchos Florentinos. Y muy pocas veces sensatos, capaces de honrar su responsabilidad diciéndole al Gobierno lo que no se puede hacer sin poner en grave riesgo el bienestar colectivo. Uno de esos pocos ha sido Francisco González, presidente del BBVA, que el mismo día del festejo comentado salía en ABC diciendo lo obvio: “En una etapa de desaceleración creciente hace falta una política económica bien planteada, y esa política normalmente no debería pasar por una expansión del gasto público ni por una subida de impuestos. Hay que intentar no repetir errores del pasado”. Al César lo que es del César.

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