Opinión

Guerra de banderas feministas

La vicepresidenta primera, Carmen Calvo (izq), entrega la cartera de Igualdad a la nueva ministra, Irene Montero (dech),

La sororidad no funciona entre Carmen Calvo e Irene Montero. La vicepresidenta no soporta a la ministra, y viceversa. Los supuestos valores del liderazgo femenino, como son la capacidad para trabajar en equipo, dirigir sin acosar, y compartir tareas y resultados, que constituyen el contrapunto a la hipotética voracidad violenta del hombre, parece ser que esta vez no han funcionado.

Los feminismos siempre han reclamado una presencia paritaria de las mujeres en los órganos de poder. El beneficio de tal medida, dicen, es la visibilidad del “sujeto oprimido” por “el otro sujeto” (los hombres, sí). Cuanto mayor sea la presencia pública, piensan, más potencia tendrá el mensaje de que se rompe la desigualdad.

Pero la igualdad legal no basta para estas feministas porque la mentalidad, alegan, sigue siendo machista. El verdadero techo de cristal sería la mente masculina y la masculinizada. ¿Cómo forzarla? A través del Estado y su legislación. Y si para ello hay que vulnerar el Derecho, se hace, porque lo importante es el resultado, no el procedimiento. Lo decisivo es estar en el poder, no cómo se ha llegado al poder. Y en esto que Calvo y Montero llegaron al Gobierno. Al principio todas aparentaron ser felices. Salió el Presidente Doctor para decir que había formado el Gobierno más feminista de la Historia porque nunca había tenido más mujeres.

La vicepresidenta reproduce el discurso de igualdad de sexos pasado por el marxismo: la historia de la Humanidad es la de la lucha de sexos

Qué alborozo. Por fin el dato biológico –el sexo- servía para asegurar unas aptitudes y decisiones que, sin lugar a ninguna duda, iban a reportar beneficios sin fin para España y la Humanidad. Por fin iba a hacerse justicia. Eso sí: justicia con perspectiva de género. Porque los jueces no entienden la “revuelta feminista”, ni la voz de la calle, ni el clamor de las redes sociales, ni los vídeos de tartas en un ministerio. Es preciso aleccionarlos, darles cursos de género para que entiendan la ley, no vaya a ser que comentan fallos políticos.

El problema es que Carmen Calvo representa un feminismo radical, e Irene Montero un cacao de feminismos posmodernos. La vicepresidenta reproduce el discurso de igualdad de sexos pasado por el marxismo: la historia de la Humanidad es la historia de la lucha de sexos. La mujer ha sido un sujeto explotado, alienado y oprimido por el hombre, en ese entramado llamado “patriarcado”.

No le bastaba a la podemita haberse quedado con el ministerio de Igualdad, sino que mancillaba un edificio público el Día Internacional de la Mujer con una bandera que no era la morada

Estas feministas radicales dicen que el sexo es un hecho biológico, que la sociedad capitalista ha transformado en un género a través de la cultura. ¿Cuál es la solución? Cambiar la cultura a través de la educación y los medios. El determinismo biológico, prosiguen, es la base de la separación en dos colectivos: hombres y mujeres. De ahí la pesadez de usar el lenguaje “inclusivo”. Sin el desdoblamiento de la lengua no se visibiliza la división social en dos colectivos.

Los feminismos revueltos de Irene Montero asumen esto como algo superado, incluso antiguo. Consideran que el sexo es algo sentido. Descifro: la persona puede cambiar de sexo a cualquier edad, o ser tratada como hombre o mujer según lo sienta y cambie, y la exteriorización del género, entonces, pierde sentido. La consecuencia muy resumida es que lo importante es aceptar la “diversidad” sexual. Esto es el transfeminismo. Hay mucho más –queer, poscolonial y ecofeminismo-, pero no quiero liar más el texto.

El caso es que Irene Montero colgó en su castillo de la calle Alcalá dos banderas del movimiento LGTBI. Las Calvo y sus socialistas montaron en cólera: no le bastaba a la podemita haberse quedado con el ministerio de Igualdad, sino que mancillaba un edificio público el Día Internacional de la Mujer con una bandera que no era la morada.

Entre tanto, Montero había presentado su chapuza legislativa, improvisada y mal escrita, llamada “Ley del sí es sí”, repleta de cosas que ya existen, como la asistencia 24 horas o el consentimiento previo, y de cuestiones ilegales y anticonstitucionales. ¿Quién se lo dijo? Calvo, claro. ¿Cómo privarse del gusto de decir a Montero que no tiene ni idea de técnicas jurídicas?

La sororidad, versión feminista de la fraternidad, no ha funcionado. Es lo que pasa con cualquier recurso retórico que se desentiende de la naturaleza humana. Eso sí: es precioso. Como decía Marcela Lagarde, “la sororidad es una forma cómplice de actuar entre mujeres para que nos aliemos, trabajemos juntas, empujemos las agendas y los movimientos”. Perfecto. Ya veremos qué pasa en la próxima crisis en el Consejo de Ministras cuando las podemitas intenten apuñalar a las socialistas, o viceversa. Es posible que vuelva a salir el macho alfa de Podemos, tal y como él se definía, a decir que en "En las excusas técnicas hay mucho machista frustrado". Ya.