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Opinión

Adiós, ciudadano

El expresidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su comparecencia este lunes en la sede del partido

Ciudadanos nunca gustó en Cataluña y, a codazos, con un desnudo y muchos platós televisivos, Albert Rivera consiguió levantar un partido de la nada, defendiendo como catalán su modelo de país. Un modelo basado en ser fiel al marco constitucional, en no generar problemas y en aportar soluciones. Un modelo liberal, de centro. Pero las soluciones a los males de los españoles se perdieron por el camino, el camino del poder político.  

Partió con tres diputados, y de ahí logró ganar unas elecciones en el Parlamento catalán, un territorio mucho más hostil de lo que nunca llegó a ser Madrid. Doy fe que picó mucha piedra -picamos-, que se dejó la piel, que durante años su segunda casa fue el AVE y que los múltiples viajes por toda España con Movimiento Ciudadano iban acompañados de mucha pasión e ilusión por cambiar las cosas, por acabar con el binomio PP-PSOE, por cambiar la forma de hacer política, por acabar con la corrupción, con tantas cosas que se quedarán en el baúl de los recuerdos ciudadanos.

En 2015, Rivera consiguió entrar en Andalucía con Juan Marín al frente, un éxito que vino acompañado de otro mayor y que nadie esperaba y es el de la victoria de Inés Arrimadas en Cataluña, y además -por si fuera poco-, entró en el Congreso por la puerta grande, de un plomazo los españoles le dieron 40 diputados.

Trece años de duro trabajo y en sólo siete meses, una sobreactuación política con adoquín en mano, y una errática dirección hacia una derecha rancia, han arrojado un fatídico resultado

Todas las encuestas en 2009 daban por muerto a Albert Rivera. También le ninguneó en el Parlament el entonces president socialista José Montilla. Para asombro de muchos, en 2010 consiguió afianzar sus tres diputados; en 2012 las urnas le dieron nueve diputados -entre ellos Inés Arrimadas- y sólo en tres años más llegaba a la Carrera de San Jerónimo.

Ese joven abogado de excelente oratoria, con capacidad de liderazgo, que no le gusta perder ni al parchís, y que mañana cumple 40 años, fue capaz de crear un partido de la nada, hacerlo crecer, casi tocar el cielo y, en medio año, caer al infierno. Trece años de duro trabajo y en sólo siete meses, una sobreactuación política con adoquín en mano, y una errática dirección hacia una derecha rancia, han dado un fatídico resultado a una formación que tuvo en sus manos tocar La Moncloa.

Albert Rivera perdió el tren de La Moncloa y España pierde a un actor político necesario que vino a ocupar un centro que sólo Adolfo Suárez ocupó en su día. Ahora empieza la batalla por su sucesión. No será fácil, hay personas imprescindibles e insustituibles. Adiós, ciudadano.

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