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Ciencia

MODIFICACIÓN GENÉTICA

¿Recurrirán a la modificación genética los deportistas de las próximas Olimpiadas?

Manipular genes para aumentar el rendimiento físico implica graves riesgos, pero este tipo de modificaciones en el deportista son indetectables mediante análisis en orina y sangre

¿Recurrirán a la modificación genética los deportistas de las próximas olimpiadas?
Logo de los Juegos Olímpicos sostenido por un individuo lazyllama/Shutterstock

El dopaje en el mundo del deporte es una práctica que existe desde hace años y que busca mejorar artificialmente el rendimiento de los atletas mediante el uso de sustancias o métodos, violando así las reglas éticas y deportivas establecidas.

Las últimas tendencias se valen de los avances de la genética para crear deportistas más veloces, fuertes y resistentes sin apenas dejar rastro. Es lo que se conoce como dopaje genético.

Del vino a las anfetaminas

La historia del dopaje entre los deportistas es tan antigua como el propio deporte de competición. Se trata de un fenómeno que tiene sus raíces en la antigüedad, remontándose a los primeros Juegos Olímpicos de la Grecia clásica hace más de 2.500 años. En aquel entonces, los atletas exploraban métodos curiosos para mejorar su desempeño físico. A pesar de no contar con el conocimiento científico actual sobre el dopaje, practicaban rituales como el consumo de hierbas y estaban convencidos de que comer carne de animales fuertes los haría más ágiles. Además, consumían ciertas bebidas, como el vino, para reducir la fatiga durante las competiciones.

Con el tiempo, el dopaje ha evolucionado considerablemente, abarcando el uso de sustancias como anfetaminas, esteroides y transfusiones sanguíneas. Aunque, sin duda, la práctica más polémica es la manipulación genética para mejorar el rendimiento atlético, recién incorporada.

Se trata del doping genético, que la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés) define como la manipulación del ADN y ARN para mejorar el rendimiento deportivo. Para entender cómo funciona, hay que partir de que el ADN está formado por genes, los cuales se encargan de codificar o generar proteínas. Modificar el ADN implica intervenir en los genes que regulan la producción de proteínas que influyen en el rendimiento físico.

Genes que influyen en el rendimiento, la fuerza y la tolerancia al dolor

Nuestra genética desempeña un papel fundamental en el rendimiento deportivo, siendo responsable en gran medida de las diferencias naturales entre los atletas en cuanto a sus destrezas y su capacidad de adaptación al entrenamiento.

En términos de rendimiento físico, las propuestas del dopaje genético para los atletas que compiten en disciplinas de resistencia se centran en aumentar la producción de glóbulos rojos o el número de vasos sanguíneos mediante la sobreexpresión de genes como EPO y VEGFA, entre otros.

Por otro lado, aumentar la síntesis de proteínas puede ayudar a los atletas que compiten en disciplinas de fuerza a ganar más músculo, ser más fuertes y recuperarse mejor después del ejercicio. Esto se puede lograr suprimiendo un gen llamado MSTN, responsable de la producción de miostatina, proteína que limita el crecimiento muscular.

Por último, cualquier tipo de atleta, sin importar su disciplina, se podría beneficiar de mejorar otros aspectos, como la tolerancia al dolor, mediante modificaciones en genes codificantes de proteínas que alivian el dolor.

Pero la lista no acaba aquí: cada vez que los avances en medicina descubren nuevos genes y proteínas claves para el tratamiento de enfermedades graves, también surgen nuevas oportunidades para el dopaje genético.

Uno de los últimos avances genéticos ha sido el desarrollo de la herramienta CRISPR, que permite generar una nueva secuencia genética gracias a una proteína llamada Cas9. Esta proteína actúa como una especie de "tijeras moleculares" que cortan y editan el ADN en lugares específicos para modificar genes defectuosos y tratar enfermedades. Pero se ha planteado la posibilidad de que CRISPR-Cas9 podría ser empleada de forma ílicita, para alterar genéticamente a los atletas, introduciendo modificaciones en sus genes para mejorar características relacionadas con el rendimiento deportivo.

Hasta la fecha, no se ha identificado ningún caso de dopaje genético en atletas, por lo tanto solo podemos especular sobre cuáles genes serían los mejores candidatos para el dopaje genético según su potencial para mejorar el rendimiento de un individuo.

En cualquier caso, manipular genes para aumentar el rendimiento físico implica riesgos, principalmente de desarrollo y progresión de tumores, daño óseo y tendinoso y de problemas cardiovasculares. Por ejemplo, la mayor producción de glóbulos rojos puede aumentar la viscosidad de la sangre, potenciando el riesgo de formación de coágulos sanguíneos. Estos coágulos pueden obstruir los vasos sanguíneos, interrumpir el flujo sanguíneo y provocar eventos cardiovasculares graves. Además de que se podrían alterar de forma involuntaria alguno de nuestros genes saludables, creando efectos secundarios inesperados.

Desafíos en la detección antidopaje

Los avances genéticos han supuesto un gran reto para las instituciones que luchan contra el dopaje, que deben buscar nuevas técnicas para su detección. Este tipo de modificaciones en el deportista son indetectables mediante análisis en orina y sangre. Por ese motivo, actualmente se emplean técnicas para encontrar cambios en la expresión génica y producción de proteínas como la búsqueda de la presencia de la proteína Cas9.

Los avances en terapia génica generan preocupación ética y de seguridad en el deporte. A pesar de su prohibición desde 2003 por parte de la WADA, preocupa el desarrollo de un mercado ilegal de modificaciones genéticas en deportistas.

Aunque no hay casos confirmados de dopaje genético aún, la falta de técnicas de detección crea incertidumbre sobre si los atletas olímpicos podrían estar alterados genéticamente sin que seamos conscientes de ello. Ni siquiera parece descabellado pensar que en los próximos Juegos Olímpicos de París 2024 ya se utilice el dopaje genético.

Pablo Bascuas Burges, Docente e investigador en Ciencias de la Salud (Fisiología), Universidad San Jorge y Estela Sangüesa Sangüesa, Docente e investigadora en Ciencias de la Salud, Universidad San Jorge

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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