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Continúa el culebrón: ¿Estamos hartos ya de los Matamoros?

El culebrón del clan Matamoros continúa con las historias de Kiko, Makoke, Diego, Laura y Javi (Interviú / Instagram/ Mediaset).

Cada poco tiempo, un nuevo fenómeno colapsa la ya de por sí agitada crónica social. Que si un representante parece que ha estafado a una de sus clientas, que si un escritor ha rehecho su vida con una amiga del pasado, que si un jovencito bien posicionado comparte confidencias nocturnas con una concursante de realities, historias que, de la noche a la mañana, se convierten en la salsa de todas las conversaciones. El problema viene cuando estas anécdotas que, en realidad, ni nos van ni nos vienen, se acaban enquistándose en el tiempo y repitiéndose hasta la saciedad. Y sí, justo en ese punto nos encontramos con el drama de Los Matamoros.

Las infinitas polémicas que rodean a Kiko Matamoros han conseguido ocupar, día tras día, tanto la escaleta de su propio programa, como la de los demás espacios de Telecinco. Nos hemos familiarizado demasiado con su hijo Diego, su mujer Makoke, el hijo de ésta, su ex, hermana de Mar Flores, su hija Laura, su hermano Coto y todo el clan que rodeó a Carmina Ordóñez, que pese a no ser parientes, entran también en el juego. Un constante baile de personajes sin mucho que decir o aportar que acaban contando su propia versión de la historia y, de paso, llevándose una buena contraprestación económica a cambio. Un negocio redondo que parece no tener final.

Como si de una ficción televisiva se tratase, Matamoros supo ver con meridiana claridad la pobre situación por la que pasaba el universo Sálvame. Belén Esteban había quemado ya todos sus cartuchos después de GH VIP y la posterior reconciliación con su novio, Rosa Benito se encontraba apartada forzosamente del programa y trataba de alimentar el fuego desde fuera, una tarea complicada, Raquel Bollo había perdido fuelle tras la entrada de Isabel Pantoja en prisión y los demás integrantes del espacio no tenían tramas propias que ofrecer. El reino estaba vacío y Matamoros puso toda la carne en el asador para ocuparlo. Un movimiento inteligente del que todavía nos estamos lamentando.

Al espectáculo pronto se unió su hijo Diego, ex concursante de Supervivientes, y azote de su propio padre. El cruce de acusaciones mantuvo en vela al programa y consiguió que los colaboradores tuviesen que tomar partido. Nacía la segunda generación de Los Matamoros. Desde entonces, el colaborador y su hijo se han enemistado y reconciliado tantas veces que resulta imposible contarlas -esta misma semana cada uno arremetía contra el otro desde dos revistas distintas-. Y lo peor es que, gracias al polígrafo, descubrimos que todo formaba parte de un teatro perfectamente montado. ¡Pero bueno! ¿Hasta cuándo va a durar esta farsa?

Una constante sensación de tomadura de pelo nos invade cada vez que aparece un Matamoros en pantalla. Un regusto que nos lleva a pensar que todo está planificado de antemano, que no hay nada dejado a la improvisación y que lo que parecen sentimientos tan solo son interpretaciones. Nos hemos descubierto incluso preguntándonos si, de verdad, alguien sufre con tanto ataque mediático. ¿Es todo un circo de muchas pistas generado para maximizar los beneficios? Queremos pensar que no, o al menos, que no todo, pero nos lo ponen muy difícil. Y más, viendo como tras la tormenta, siempre llega una sospechosa calma. ¿Quién posa para un calendario en Interviú sabiendo que el revuelo volverá a remover heridas recientes? Pues, como no, un Matamoros.

Lo que, en un primer momento, parecía que iba a quedarse en uno de los contenidos que no tienen recorrido fuera de los dominios de Jorge Javier ha terminado aburriéndonos hasta la saciedad. No queremos saber ya nada más de la relación entre los hijos de Matamoros y Makoke. No queremos saber ya nada más sobre las operaciones estéticas del colaborador. No queremos saber ya nada más de su primera mujer. No queremos saber ya nada más del paso de Makoke por Sálvame. No queremos saber ya nada más de la enemistad con sus compañeros. No queremos saber ya nada más sobre Los Matamoros. ¿Acaso es mucho pedir? Literalmente, no podemos más.

Sabemos que tenemos la batalla perdida -¿cuánto tiempo estuvo Amador Mohedano ocupando minutos de directo?- y que nadie en su sano juicio televisivo se atreverá a hacernos caso, pero peor sería no intentarlo. Cruzamos los dedos para que Belén Esteban cumpla su sueño y vuelva a quedarse embarazada. Ese futuro retoño podría ser nuestra salvación. Ojalá la naturaleza sea sabia y nos ayude a pasar este tormento. El mundo no necesita ya más Matamoros. Aunque igual tampoco más princesas del pueblo. Nos arriesgaremos. Piensen en las alegrías que nos ha dado Andreíta. Lo bueno está por venir.

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