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Una caballerosa brutalidad

Su singular mezcla de tradición y dinamismo, rudeza y espíritu deportivo, ha convertido al rugby en un deporte global que millones de aficionados volverán a disfrutar en su décima Copa del mundo.

Imagen cenital de un partido de la Copa del Mundo de Rugby 2015 entre las selecciones de Fiyi (de blanco) y Gales, disputado en la localidad de Cardiff.

Treinta hombretones disputándose con bravura una pelota ovalada sobre un campo de hierba. Una flagrante simplificación, sin duda. Pero no debemos olvidar que el orden y la simplificación son, inevitablemente, los primeros pasos hacia el dominio de un tema, y la pretensión última de estas líneas no es otra que la de exponer las razones que hacen del rugby un deporte de contacto tan duro como noble, muy exigente técnicamente y de gran complejidad táctica, en el que un jugador, por diestro, fuerte e inteligente que sea, nada puede conseguir sin el trabajo conjunto de su equipo y cuya piedra filosofal es el respeto, algo que trasciende los terrenos de juego para ofrecer un verdadero estilo de vida. La clave está en que, en un tiempo donde los valores, deslucidos y hasta ninguneados, cotizan a la baja, los que componen la ética oval se mantienen tan poderosos y sólidamente entrelazados como los jugadores en una melé.

Una carrera legendaria

Carácter es destino, y en el origen mítico del rugby un sencillo gesto simboliza no solo la voluntad de desafiar lo establecido, también la de dotar al naciente juego de un ascendente caballeroso. La historia es de sobra conocida: William Webb Ellis, de 16 años, alumno de la antiquísima –fundada en 1567– y muy elitista Rugby School británica, ignorando el reglamento del fútbol, “se apresuró hacia adelante con la pelota en las manos en dirección a la portería contraria” en el transcurso de un partido escolar, para, ante la sorpresa generalizada de sus compañeros y adversarios, acabar posándola tras la línea de marca. Hace exactamente doscientos años de aquella carrera fundacional, y poco importa que no exista más evidencia de ella que el (único) testimonio de un tal Matthew Bloxham, antiguo alumno de la escuela, contemporáneo de Ellis. Convertido en clérigo anglicano, nuestro héroe murió en 1872, cuatro años antes de que el mito empezara a forjarse. Qué más da. Lo verdaderamente relevante es el cisma que ese gesto, real o legendario, provocaría: al plebeyo fútbol le había nacido un hermano menor tan virtuoso como aguerrido.

Imagen de una melé durante el partido de semifinales entre Nueva Zelanda y Sudáfrica disputado en Londres durante la Copa del Mundo de Rugby 2015.

Resulta casi imposible, al hablar de rugby, no utilizar la palabra ‘tradición’, pues este se ha preciado siempre de ser fiel no solo a sus orígenes, también a la suma de valores y patrones de conducta social y ritual que, transmitidas de generación en generación, han dado forma al universo cultural compartido por la comunidad rugbística. Ahora, no nos equivoquemos: de ningún modo se trata de adorar los rescoldos de un antiguo fuego, sino de mantenerlo encendido, vivo, como demuestran su progresiva profesionalización (desde hace ya casi tres décadas) o el espectacular aumento de su difusión a lo largo y ancho del planeta, tanto de su práctica como de su afición, que lo ha convertido en un deporte global sin tener por ello que renunciar a su particular idiosincrasia.

Tal como se recoge en las Leyes del Juego constituidas por World Rugby –la institución que gobierna el deporte internacionalmente–, cinco son los valores esenciales que conforman la particular filosofía del rugby: la integridad (con un contacto físico tan fuerte, la honestidad y el juego limpio representan una base ética sine qua non); la pasión (pues se trata, como ya hemos apuntado, más una forma de entender la vida que una mera práctica deportiva); la solidaridad (o lo que es lo mismo, la combinación de camaradería y trabajo en equipo); la disciplina (sin la cual el juego sería forzosamente brutal y caótico), y el respeto (por los compañeros, oponentes, equipo arbitral, público y todos aquellos involucrados en él). Para terminar de entender la centralidad de estos principios, es necesario subrayar que van mucho más allá del reglamento, e incluso de la ética, siendo su objetivo final el de garantizar que el rugby mantenga su secular identidad, dentro y fuera del campo.

El jugador de rugby inglés Jonny Wilkinson abandona el campo tras marcar el gol de la victoria contra Australia en la final de la Copa del Mundo de Rugby 2003 en Sidney.

No resulta extraño, a medida que el deporte se populariza a lo largo y ancho del globo, escuchar y leer que el rugby transmite altos valores educativos y fomenta capacidades individuales como el liderazgo, la perseverancia o la superación. Y nadie mejor que Alhambra Nievas, ex jugadora del Universidad de Málaga y la selección española, mejor árbitro del mundo en 2016 y ahora responsable de arbitraje de World Rugby en competiciones internacionales femeninas, para profundizar en el asunto: “Yo he dicho siempre que, en realidad, quienes transmiten esos valores son las personas, y no el deporte en sí. La mayor parte de la masa social en torno al rugby, de los jugadores al público, vive de acuerdo a valores como la solidaridad o el respeto al contrario. Y hay una gran conciencia por parte de quienes formamos esta comunidad de que debemos no solo protegerlos, sino también, y muy importante, promoverlos. El rugby es hoy un deporte profesional competitivo, sí, pero al mismo tiempo uno de los más inclusivos, en el que todo el mundo suma, y cualquiera que lo conozca sabe que mejora la vida de todos los que se acercan a él”. Y remata con una lógica implacable: “Por eso un partido de rugby, se trate de uno del próximo mundial de Francia o un sub14 femenino en El Puerto de Santa María, se puede disfrutar con una cerveza en la mano y un seguidor del equipo rival sentado al lado, algo que no sucede en muchos otros deportes. El rugby tiene una esencia festiva, en la que la convivencia y el espíritu deportivo son capitales”.

Rendez-vous en Francia

La Copa del Mundo de rugby es, por detrás de los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol FIFA, el tercer mayor evento deportivo global, tanto en cifras y dimensiones como por su impacto mediático. La organización de la décima edición, que se jugará entre el 8 de septiembre y 28 de octubre próximos en Francia, calcula su impacto económico directo en 1.200 millones de euros, y en la anterior, celebrada en Japón en 2019, el indirecto llegó a alcanzar los 330 billones de yenes (unos 2,1 billones de euros). Sus 48 encuentros –que acogerán nueve sedes repartidas por toda la geografía gala– sumarán entre 2,5 y 3 millones de espectadores físicos (de los cuales el 40% serán extranjeros), y si Japón 2019 tuvo más de 850 millones de telespectadores, para esta edición, con centenares de medios internacionales acreditados y el abrumador eco del streaming, se apunta un crecimiento que podría llegar al 15%. Y un último dato para terminar de dimensionar el evento: durante los 51 días que durará, se crearán más de 17.000 puestos de trabajo directamente relacionados con él.

De la mano del periodista deportivo Fermín de la Calle, uno de los mayores conocedores del rugby en nuestro país, nos adelantamos al kick off para plantear qué puede deparar la competición: “Hay cuatro equipos claramente favoritos: Francia e Irlanda por el continente europeo y Nueva Zelanda y Sudáfrica por el hemisferio sur. Los All Blacks (la selección neozelandesa) son el mejor equipo del mundo porque son los que mejor saben leer a los rivales e interpretar cómo deben jugar cada partido, confirmando que la magia también se entrena. Irlanda es la primera en el ranking mundial, un dato muy relativo pero que da fe de su calidad. Ahora, tienen una barrera psicológica con los cuartos de final: se bloquean y no son capaces de superarlos. Y, además, sus previsibles cruces son muy complicados… veremos de qué son capaces. Los Springboks (Sudáfrica), por su parte, son siempre un equipo durísimo. Y Francia, que ha llegado a tres finales sin ganar nunca, juega en casa un mundial que es casi una cuestión de estado. Los bleues tienen juego y ahora pueden competir en lo físico con las selecciones del hemisferio sur. En su contra, que son bastante autocríticos y tendrán muchísima presión encima. Pero, sociológicamente, la victoria en el Mundial podría representar un impulso parecido al que Mandela le dio al rugby entre la población negra de Sudáfrica en 1995 y Macron podría utilizarla como pegamento social en las banlieues (barrios de la periferia)”. ¿Un favorito personal? “Toca que un equipo del norte levante la Copa Webb Ellis. ¿Francia?” Chapeau!

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  • G
    gwy

    Y es que se ve que es imposible que un deporte se asome a los medios sin que se "ocupen" de él supuestos profesionales tan ajenos a los valores de este deporte del que se atreven a ocuparse. No le saló un rival al "plebeyo" fútbol, sino al elitista fútbol, al que durante mucho tiempo quisieron enclaustrar en estas escuelas de de clase alta.

  • G
    gwy

    Vaya. Estoy esperando como agua de mayo que empiece este gran evento de este maravilloso deporte como una vía de escape para desintoxicarme de toda la inmundicia y corrupción que la pseudoprensa parásita provoca, esparce y aventa en casi cualquier otro deporte. Porque hasta ahora, afortunadamente, el rugby sigue pasando más o menos desapercibido y libre de contaminación.
    Ojalá no cumpla el ejemplo de este artículo y los medios ignoren este Mundial, porque si no sólo llegará al gran público irremediablemente manchado y pervertido.

  • P
    Pepepelotas

    Fermín solo un detalle los All Blacks son superiores sobre todo fisicamente y por técnica propia, pero por inteligencia y saber leer al rival tengo mis dudas.

    • G
      gwy

      Según la firma del artículo, no es de Fermín de la Calle