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Reportajes

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Historias que se cruzan en la nieve

El punto álgido de la temporada de esquí nos brinda la oportunidad de recordar a dos de sus leyendas –de aniversario, además– y, de paso, compartir un descenso con Robert Redford.

De cumbres nevadas a las colinas de Hollywood: un fotograma de El descenso de la muerte (1969), “la mejor película sobre deporte jamás filmada, sin que realmente trate de deporte”.

La pronunciada pendiente de una pista de esquí trae inmediatamente a la cabeza la idea de salto al vacío, de pirueta sin red ni protecciones. Y no se dejen engañar por la blancura perlina de la nieve: toda caída duele. Seguramente por ello la extraordinaria película Downhill Racer (1969), en la que, encarnando a la gran promesa del esquí norteamericano, un Robert Redford en estado de gracia se las tenía tiesas con el seleccionador del equipo olímpico nacional, un tipo con más temperamento que José Mourinho –interpretado por el gran Gene Hackman–, se tituló en nuestro país El descenso de la muerte. Algo hiperbólico, pensarán, pero lo cierto es que, excluyendo los de contacto, el esquí es uno de los deportes de mayor riesgo. A lo largo de estas líneas que siguen, dos aniversarios de muy distinto signo se entrecruzarán con los avatares de aquella película, tan íntimamente unida a todo lo anterior. Agárrense, nos lanzamos en picado tratando de combinar la destreza de un corzo tirolés y la precisión suiza de un Audemars Piguet.

Héroes en cumbres doradas

Si el destino no le hace un inesperado quiebro, el próximo 13 de abril Billy Kidd celebrará su 81 cumpleaños. Junto a su compañero Jimmie Heuga, hicieron historia al ser los primeros norteamericanos en ganar una medalla olímpica en esquí alpino. Fue en los Juegos de Invierno de Innsbruck (Austria), en 1964, y se colgaron al cuello la plata (él) y el bronce (Heuga) en la modalidad de Eslalon, la prueba con el recorrido más corto. Una hazaña que Kidd agrandaría con un oro en solitario en la Combinada –que aúna Descenso y Eslalon en dos mangas independientes– y un nuevo bronce en el Eslalon en la Copa del Mundo de Esquí de 1970, celebrada en Val Gardena (Italia). Había nacido el mito fundacional del esquí en los Estados Unidos.

Robert Redford, en primer término, practica movimientos de esquí con el operador de cámara, Joe Jay Jalbert, para El descenso de la muerte.

Con solo unas horas de diferencia –el día antes, para ser exactos–, se conmemorará el 60 aniversario de la muerte, en una trágica avalancha cerca de St. Moritz (Suiza), de Buddy Werner con apenas 28 años. Nacido Wallace Jerrold Werner en Colorado (Estados Unidos), era ya miembro indiscutible del equipo olímpico norteamericano antes de haber cumplido los 20. Dejó dibujada su leyenda en la nieve de las pistas de Cortina d’Ampezzo (Italia), en 1956, siendo aún un adolescente, y Bad Gastein (Austria), dos años después, peleándole al mismísimo Toni Sailer –el relámpago de Kitzbühel, primer esquiador en la historia en obtener el triple oro en Descenso, Eslalon y Eslalon Gigante– el triunfo en la prueba Combinada. Werner, que se perdió los Juegos de 1960 a causa de una lesión –se había roto la pierna derecha entrenando en Aspen–, brilló en el siguiente campeonato del mundo, en Chamonix (Francia) y sería octavo en los mencionados Juegos de Invierno en Innsbruck. Pese a que jamás consiguió una medalla, Buddy Werner es considerado una leyenda del esquí norteamericano gracias a su demostrado arrojo. Retirado profesionalmente en 1964, falleció junto a la medallista olímpica alemana Barbi Hennenberger durante el rodaje de Ski Fascination (1966), una insignificante cinta sobre el mundo del esquí profesional.

El cine hace su entrada en esta historia, sí, pero conviene que mantengan a Billy Kidd y Buddy Werner todavía un rato en la memoria. Sin spoiler.

De las pistas a las colinas de Hollywood

A mediados de la década de los 60 del siglo pasado, y después de rodar por los despachos de los mandamases de varios estudios, Robert Evans adquirió los derechos para adaptar al cine la novela de Oakley Hall The Downhill Racers (1963), que seguía a un grupo de esquiadores profesionales de primera línea dentro y fuera de las pistas, de Aspen a los Alpes. Evans era un joven aspirante a actor (fracasado) reconvertido en productor de estilo agresivo y fama de indómito, al que los propietarios de la compañía Gulf+Western habían colocado de vicepresidente de Paramount en el contexto de su estrategia de renovación del estudio.

Con poca experiencia aún en la industria, le avalaban en cambio los éxitos de Desnudos por el parque (1967) y La extraña pareja (1968). Su idea era involucrar a su amigo Roman Polanski, que además de un prestigioso director era un apasionado del esquí, en el proyecto. Y lo consiguió. Polanski, a su vez, consiguió interesar a Robert Redford, estrella emergente del ‘Nuevo Hollywood’, y el actor sumaría al equipo al novelista James Salter para encargarse del guion. Partiendo de un argumento del propio Polanski, Salter desarrollaría una historia cada vez más alejada de la del libro –que ni siquiera leyó–, pero, cuando el libreto estuvo por fin listo, el director polaco decidió abandonar la producción para centrarse en La semilla del diablo (1968), su primer gran éxito en Hollywood. Y, así, el proyecto pareció desvanecerse tan rápido como había surgido.

A la izda., El estadounidense Billy Kidd esquía en la carrera de Eslalon masculino en los Juegos Olímpicos de Invierno de Innsbruck en 1964. Ganó la medalla de plata. A su lado, Buddy Werner, uno de los primeros iconos del esquí norteamericano y modelo para el personaje de David Chappellet.

Sin embargo, Redford estaba decidido a hacer la película a toda costa y, para ello, recompró los derechos con la intención de desarrollar personalmente el proyecto mano a mano con Salter. No solo protagonizaría la cinta, también se ocuparía de la producción, empezando por buscar a un nuevo director. Ese primer problema quedó resuelto con la elección del novato Michael Ritchie. Y, en el siguiente paso, Salter y Redford viajaron a Grenoble (Francia) para convivir con el equipo olímpico norteamericano, concentrado allí. Lo han acertado: los modelos para dar vida al personaje de Redford, David Chappellet, y a sus competitivos compañeros fueron Billy Kidd, siempre distante y hasta un poco altivo, y el audaz Buddy Werner. Todo estaba listo, por fin.

Pero tres semanas antes de comenzar el rodaje en exteriores en Europa –Suiza, Austria y Francia–, Paramount, inquieta por la inexperiencia del equipo y su nada despreciable presupuesto de 3,5 millones de dólares, canceló la película. Sería necesario recortar gastos y adelgazar costes para que, finalmente, el filme se rodase.

Milton, el director, sentenció que “la suerte es la ayuda de la casualidad”, y la verdad es que, para cuando El descenso de la muerte llegó a las salas norteamericanas a finales de octubre de 1969, el bombazo de Dos hombres y un destino (1969), estrenada apenas un mes antes, y la inmensa popularidad de Redford, convertido de repente en estrella, significaron viento en las velas a favor de una película que tanto había costado hacer realidad. E incluso la crítica sumó su granito de arena: el prestigioso Roger Ebert, primer crítico cinematográfico en hacerse con el Pulitzer, la saludó como “la mejor película sobre deporte jamás filmada, sin que trate realmente de deporte”. En fin, vuelvan a verla (o, con más suerte, descúbranla) y juzguen por ustedes mismos. ¡Ah, y cuidado con el traicionero hielo!

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